– Yo sólo…
– Si el amor no es suficiente, Lu -dijo Gabe-. No lo mereces. - El amor siempre debería ser suficiente.
– Oiga, se supone que me tendría que estar gritando a mí-dijo Jase, poniéndose adelante de Lu-. Yo me acuesto con su hija, ¿recuerda?
– No te pases de listo, muchacho -dijo Gabe, observando a Lu.
Lu tiró de la espalda de Jase.
– Él tiene razón.
– Oh, maravilloso -dijo Jase, mirando con furia a Gabe-. Yo sabía que tendríamos que habérselo dicho por correo electrónico. ¿Tiene idea del infierno que tuve que atravesar para conseguir esto?
– Porque yo te chantajeé -dijo Lu-. Eso está mal. Papá tiene razón. No quiero pasarme el resto de mi vida pensando que yo te obligué a proponerme matrimonio.
Gabe le hizo un gesto de asentimiento a Jase.
– Y confía en mí, muchacho, no te conviene pasarte el resto de tu vida tratando de convencerla de que se lo habrías propuesto de todas maneras. -Como hice yo. Como voy a hacerlo.
Lu lo miró, alarmado.
– ¿Mamá hizo eso?
Gabe sacudió la cabeza.
– Tu mamá se comportó maravillosamente, siempre. Pero teníamos que casarnos. Entonces yo tuve que esforzarme un poco más para convencerla de que me habría casado con ella en cualquier caso. No siempre fue divertido.
– Pero lo habrías hecho -dijo Lu, y Gabe sacudió la cabeza.
– No, no lo habría hecho. No estaba listo.
Lu tragó saliva.
– ¿Lo lamentas?
– No. Tu madre y yo tuvimos un buen matrimonio por un tiempo. Te tuvimos a ti. Eso jamás fue algo malo. Pero ella jamás creyó que yo me había casado porque lo quería. Y en este preciso momento tú no crees que Jase te propuso matrimonio porque lo quería.
– Sí lo quería -dijo Jase-. Lo juro por Dios.
– Sólo que no justo ahora -dijo Lu.
– Bueno -admitió Jase-. No. Aunque ahora que lo hemos hecho, me gusta. Estamos bien.
– No, no lo estamos. -Lu se quitó el anillo y se lo devolvió.
– Oh, eso es perfecto -dijo Jase, y sonaba tan parecido a su madre que Gabe dio un respingo-. Ahora mire lo que ha hecho -le dijo a Gabe-. ¿Tiene idea de lo difícil que va a ser convencerla de esto otra vez?
– Sí -dijo Gabe-. Ese era mi plan. -Miró a Lu-. Yo pagaré la mitad del alquiler y las expensas. Él no va a trabajar horas extra para ti. No todavía, al menos.
– Gracias, papá -dijo Lu, y parpadeó hasta llenarse de lágrimas-. Creo.
– Quiero hablar a solas con Jase -dijo él-. Ve al lado y saluda a tu madre. Ha vuelto a casa.
– ¿Mamá? -lloriqueó Lu y se fue, y Gabe observó que Jase la observaba irse. Ese pobre bastardo estaba enamorado de verdad. Eso quería decir que sería él quien tendría que soportarla de ahora en más. Siempre se podía ver el lado bueno.
Jase se volvió hacia él.
– En serio que yo…
– Lo sé, lo sé -dijo Gabe-. Y prometes que la cuidarás bien. Ya entendí. Buena suerte, muchacho, vas a necesitarla.
– Está bien -dijo Jase inquieto-. ¿Entonces?
– Dime qué tiene que ver ese anillo con las porcelanas de tu madre.
– Eso es entre mi madre y yo -dijo Jase con rigidez.
– Ella vendió las porcelanas para comprar el anillo -dijo Gabe.
Jase se sentó en la silla para clientes, con aspecto todavía más angustiado.
– Le dije que no lo hiciera, pero vino el día siguiente y me contó que las había vendido…
– Lo sé -dijo Gabe-. Créeme: sé cómo actúa tu madre. ¿A quién se las vendió?
– Usted no… -comenzó a decir Jase, y entonces su rostro se aclaró cuando comenzó a darse cuenta de a qué apuntaba Gabe-. Oh. Un anticuario de Clintonville. -Comenzó a revisar sus bolsillos-. Tengo la tarjeta aquí mismo. Yo había pensado en pedirle que las conservara hasta que yo pudiera… Aquí está. -Le mostró una tarjeta de presentación.
– Bien -dijo Gabe, tomándola-. Hubo un incendio anoche. Tu mamá perdió todo.
Jase se paralizó.
– ¿Ella está…?
– Está bien -dijo Gabe-. Ve al lado a conocer a la madre de Lu y más tarde todos nos vamos a cenar.
– La madre de Lu -dijo Jase y respiró profundo-. ¿Algún consejo?
– Estás adentro, muchacho -dijo Gabe-. Eres de piscis.
Jase parecía desconcertado.
– De acuerdo.
– Una cosa más -dijo Gabe-. Si lastimas a mi niñita, haré que te maten.
– Correcto. -Jase se puso de pie-. Si vuelve a hacer llorar a mi madre, le patearé el culo.
Gabe asintió, y Jase hizo el mismo gesto, todavía inquieto pero mucho más feliz.
– No le cuentes esto a nadie -dijo Gabe.
– ¿Quién lo creería? -dijo Jase y fue a conocer a Chloe.
Gabe se acomodó en la silla y pensó en Nell. La deseaba, haría cualquier cosa por retenerla, pero ella tenía razón: el resentimiento podría envenenarlos. Sacudió la cabeza y levantó el teléfono y marcó el número del anticuario de Clintonville, quien estaba encantado de hablar con él. Entregó el número de su tarjeta Visa a cambio de la promesa de un envío el día siguiente y pensó: Bueno, es una cosa que hice bien. Después colgó el teléfono que volvió a sonar de inmediato. Cuando atendió, era Nell.
– Tenemos un problema -dijo ella.
En serio .
– ¿Ahora qué?
– Encontramos a Stewart -dijo Nell-. Estaba dentro del congelador de Margie. Después apareció Budge y nos echó. Estamos en un teléfono público en la estación Marathon de Henderson, y Margie está en la casa con el tonto de su novio y con el cadáver de su marido. Nosotras estamos bien, pero hemos estado mejor. El muerto se veía horrible. -Su tono era agudo y demasiado agitado para ser normal, pero daba la impresión de que estaba soportándolo. Nell soportaba todo.
Gabe exhaló.
– Está bien. ¿Budge sabe que encontraron el cuerpo? -Levantó la mirada y vio a Riley de pie en la puerta abierta, con las cejas enarcadas por la palabra «cuerpo».
– No lo sé -contestó Nell-. Pero no estaba contento de vernos. Cree que hemos alterado a Margie. Ella está borracha y está vendiendo sus cerámicas por eBay.
– Quédate allí -dijo Gabe-. Vamos para allá. -Colgó y le dijo a Riley-: Encontraron a Stewart en el congelador de Margie.
– Claro que sí-dijo Riley-. Jesús.
– Más compañía -dijo Margie cuando abrió la puerta, para nada complacida-. Vino Budge y también papá. Les dije que ustedes iban a volver para ayudarme a limpiar el sótano, pero no se dieron por aludidos y tuve que echarlos. -Miró con severidad a Gabe y Riley-. Si se quedan, tendrán que ayudar. Estoy muy ocupaba. -Después volvió a tipear, con Suze a su lado, mientras Gabe y Riley bajaban al sótano junto con Nell y abrían el congelador.
Estaba lleno hasta la mitad con proteínas de 1993, pero nada de Stewart.
– Budge -dijo Gabe.
– Budge es un pelele -dijo Riley-. ¿Crees que sacó un cadáver congelado de una heladera él solo sin vomitar ni desmayarse? Y Trevor está viejo.
– Bueno, no pienses que Margie podría haber ayudado -dijo Nell-. No estaría tipeando si acabara de ver a Stewart.
– Jack -dijo Riley.
– ¿Qué van a hacer con él? -dijo Gabe-. ¿Buscar otro congelador?
– Jack tiene un congelador como éste en el sótano -dijo Nell.
– También hay un congelador en nuestra oficina -dijo Riley-. La ciudad está llena.
Gabe cerró la tapa.
– Si Stewart estuvo aquí desde 1993, él no mató a Lynnie.
– Margie lo golpeó y subió las escaleras -explicó Nell-. Jack, Trevor y Budge se ocuparon del resto. -Sus ojos se detuvieron sobre el congelador y después se apartaron. -¿Crees que todos ellos sabían que él estaba aquí?
– No -dijo Gabe-. Me resulta difícil creer que uno de ellos lo dejara aquí, mucho menos los tres. Y, a esta altura, no me importa. Sólo quiero saber dónde está ese cuerpo, y quién lo mató a él y a Lynnie. Podemos completar los detalles más tarde.
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