Jennifer Crusie - Mujeres Audaces

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Nell, Suze y Margie se casaron con los hermanos Dysart, con desigual fortuna. Deprimida tras su divorcio, Nell deambula por la vida hasta que Suze le consigue empleo en una pequeña y modesta agencia de detectives, con un jefe a primera vista fácil de manejar.
Gabe tampoco está satisfecho con su vida. Su agencia está perdiendo dinero con un caso de extorsión y su mujer lo ha dejado… otra vez. Lo único bueno es su nueva secretaria, que parece eficiente y dócil. Pero una cosa lleva a la otra, y pronto Nell y Gabe están felices. Hasta que de pronto alguien empieza a matar gente. Y poco después, comienza el amor…
Mujeres audaces es la divertida historia de tres amigas que se confiesan todo y que luchan cada día por vivir intensamente. Un bestseller audaz para lectoras dinámicas.

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Salvo que quizás no lo serían. Se enderezó lentamente. Él iba a tener que despedir a Lynnie. Lo que significaba que ella podría terminar empleada en forma permanente. Volvió a recorrer la oficina con la mirada. Si se quedaba de manera permanente, podría hacer algunos cambios. Como mandar a pintar el lugar. Y deshacerse del sofá y del pájaro. Y…

Sus ojos cayeron sobre la tarjeta que estaba en el escritorio. «Investigaciones McKenna», decía en simples letras negras tipo sans-serif sobre una simple tarjeta blanca. Parecía como si hubiera sido hecha con la impresora de un niño. Pero el jefe no quería cambiarlas. No quería cambiar nada, ese tonto.

Regresó a la computadora, preguntándose si él haría algo respecto de Lynnie o si eso también sería cambiar demasiado. Ni siquiera le había pedido que revisara el resto de las finanzas. Nell dejó de tipear y abrió el cajón donde estaban los cheques cancelados. Había una caja gris de metal encajada detrás de los talonarios de cheques, y cuando la sacó y la abrió encontró una pila de papeles, cada uno de ellos con el membrete «Caja chica» seguido de una suma en dólares. Todos estaban firmados «Riley McKenna» con una letra que quería ser puntiaguda pero siempre se redondeaba al final.

Nell hojeó los informes que estaba tipeando hasta que encontró uno que Riley había firmado con un garabato fuerte, oscuro y dentado. No había nada redondo en ninguna parte, lo que era muy adecuado para Riley. Volvió a mirar los formularios de caja chica y los sumó: $ 1.675. Había que admirar a Lynnie; era una mujer concienzuda.

Pasó la hora siguiente compilando una pila de cheques falsificados. El rango de la perfidia de Lynnie era asombroso; había conseguido estafar a McKenna y sus acreedores por casi cinco mil dólares. Sólo cubrir los cheques con endosos falsificados le costaría a la agencia más de tres mil. Si Gabe McKenna no perseguía a esta mujer…

Alguien trató de abrir la pesada puerta de la calle, y el vidrio del panel se sacudió. Nell volvió a guardar los formularios en la caja chica mientras una pelirroja de rasgos fuertes abrió la puerta de un golpe y entró con el entrecejo fruncido, vestida con un buen traje de negocios y con zapatos aún mejores. Dinero, pensó Nell, mientras metía todo en el último cajón.

– ¿Puedo ayudarla? -dijo, con su mejor sonrisa de «nosotros somos las personas que usted necesita».

– Quiero ver a alguien que pueda tratar una cuestión delicada -dijo la mujer.

– Puedo hacerle una cita -dijo Nell animadamente-. Por desgracia nuestros dos…-¿Nuestros qué? ¿Cómo diablos se llamaban a sí mismos? ¿Detectives? ¿Operativos? -…socios han salido. Pueden verla el… -Se volvió hacia la anticuada computadora sobre el escritorio mientras hablaba y abrió el archivo de nombre «Citas». Estaba en blanco. Los dos estaban con un trabajo en ese mismo momento y el maldito archivo estaba en blanco. ¿Quién dirigía este lugar, en cualquier caso? -Si pudiera tomar su número de teléfono -terminó Nell, con aún más ánimo-, la llamaré cuando lleguen y le daré una cita.

– Es algo así como una emergencia. -La mujer miró con expresión dudosa el sofá y después se sentó con suavidad en el borde-. Me estoy divorciando, y mi marido está maltratando a mi perra.

– ¿Qué? -Nell se inclinó hacia adelante, impulsada por la ira-. Eso es terrible. Llame a la Sociedad Protectora de Animales y haga que…

– No es así. -La mujer también se inclinó hacia adelante y Nell contuvo el aliento, esperando que el asiento no se inclinara o se rompiera o simplemente se rindiera y se doblara en dos-. Él le grita todo el tiempo y de todas formas ella está muy nerviosa, es una perra salchicha, de pelo largo, y temo que en cualquier momento va a sufrir un ataque de nervios.

Nell se imaginó una perra salchicha de pelo largo con un brote psicótico. Era típico de un hombre agarrárselas con algo que no podía defenderse.

– ¿Intentó con la Sociedad Protectora…?

– Él no le pega. No hay ninguna marca. Sólo le grita todo el tiempo, y ella está hecha un desastre. -La mujer se acercó más-. Sus ojos se ven torturados, ella se siente tan mal. Así que quiero que la rescaten. Sáquensela a ese bastardo antes de que la mate. Él la deja salir todas las noches a las once. En ese momento alguien podría tomarla. Sería fácil en la oscuridad.

Nell trató de imaginarse a Gabriel McKenna rescatando una perra salchicha. No era probable. Aunque Riley tal vez sí. Parecía dispuesto a cualquier cosa.

– Permítame que anote su nombre y teléfono -le dijo a la mujer-. Es posible que uno de nuestros socios pueda ayudarla.

Y si ellos no querían, tal vez podría hacerlo ella. Tal vez ella podría sencillamente salir y rescatar a la pobre perra prisionera del hombre que había prometido cuidarla y después había cambiado de idea. Trató de imaginarse colándose en el patio trasero de alguien para robar un perro. No parecía algo que ella haría.

– Haré que Riley la llame -dijo después de anotar el nombre de la mujer, Debora Farnsworth, su adinerado domicilio en Dublín, y el aún más costoso domicilio de New Albany de su marido, el abusador de perros.

– Gracias -dijo Debora Farnsworth, echando una última y sospechosa mirada por la oficina antes de marcharse-. Ha sido de gran ayuda.

Tengo que hacer arreglar esta oficina. Nell encontró aceite en el cuarto de baño y lubricó la puerta de entrada, con la esperanza de que dejara de golpearse, y después se ocupó de las puertas de la oficina de los socios, también, porque los crujidos estaban volviéndola loca. Luego, para distraerse del maltrato y de la perra, entró en la oficina de Gabe McKenna y comenzó a limpiar, sacándole el polvo a las fotos en blanco y negro de las paredes y lustrando profundamente la madera oscura y el cuero viejo hasta que el lugar resplandeció con la fuerza de su frustración. Notó que el polvo de la biblioteca tenía unas extrañas marcas como cintas, como si alguien hubiera sacado libros de algunos de los estantes y los hubiera metido nuevamente. Tal vez Gabe McKenna había perdido algo y lo había buscado detrás de los libros. Dios sabia que podría haber perdido cualquier cosa en ese maldito desorden.

Cerca de la pared de la última biblioteca, encontró un viejo reproductor de casetes y apretó el botón de avance para oír lo que él estaba escuchando. Unos vientos saltarines tronaron seguidos de una voz relajada y profunda que cantaba No eres nadie hasta que alguien te ama. Apretó el botón de Stop y sacó el casete. Dean Martin. Era lógico. Eso también podría explicar, por qué su oficina parecía un escenario para la Rat Pack [1]. Incluso había un saco azul a rayas finas que colgaba de un perchero de bronce en el que también había un sombrero aplastado y cubierto de polvo. Ella le quitó el polvo al sombrero y sacudió el abrigo con un golpe enojado y luego volvió a colocar ambas prendas donde estaban.

Oyó que alguien llamaba «¿Hola?» y regresó a su escritorio donde encontró de pie a la pequeña rubia de la casa de té.

– Lo siento -dijo Nell-. No la oí entrar. Por lo general la puerta se sacude…

– Una puerta diferente. -La rubia señaló con el pulgar por encima del hombro-. Esa puerta da a mi tienda. Soy Chloe. Dirijo The Star-Struck Cup. Entonces me estaba preguntando qué pasaba. Tú pareces muy eficiente.

– Gracias -dijo Nell, sin entender del todo.

– ¿Conoces a alguien a quien le gustaría dirigir The Cup por un tiempo? ¿Hasta las navidades? Sólo abrimos de tarde, así que no es muy difícil.

– Oh-dijo Nell, desconcertada-. Bueno… -Suze quería un trabajo, pero Jack la convencería de lo contrario como ya lo había hecho cien veces. Y Margie…-. La persona que manejara el negocio en su lugar, ¿obtendría la receta de las galletitas, también?

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