Daisy dirigió una última mirada al mirador. Quizás no fuera demasiado tarde. Él todavía podía llamarla. Pero no lo hizo. Montó en la lancha y se alejaron hacia el horizonte.
Daisy no miró hacia atrás. Iba llorando.
El viaje de vuelta a Londres transcurrió en silencio. Estaba claro que Tom iba muy preocupado por la enfermedad de su padre. Daisy pensó que debía consolarlo, pero se sentía miserable y triste. No se había imaginado que podía llegar a encontrarse tan desolada.
No se arrepintió de lo que había hecho al ver la alegría de Jim en el momento de encontrarse con Tom.
– No tengo palabras para expresar mi gratitud, Daisy -le dijo Jim-. No te puedes imaginar lo mucho que deseaba ver a Tom y hacer las paces.
– No tienes que agradecerme nada, Jim. Solamente tienes que curarte.
– Lo haré.
Jim parecía cansado, pero dispuesto a curarse. De hecho, mejoró considerablemente y le permitieron volver a casa.
– Soy realmente feliz -le dijo ese día Ellen a Daisy-. Jim ha vuelto a casa y Tom me comentó que ya no se marchará.
– ¿De verdad? -inquirió Daisy.
Durante su ausencia, la situación en la floristería se había tornado algo caótica, por lo que Daisy no había tenido tiempo de charlar a solas con Tom.
– Se marchó porque Jim quería que entrase en el negocio familiar, pero admite que estaba cansado de hacer trabajos aquí y allá. Creo que ahora desea una situación estable -añadió Ellen-. Tuvimos una charla y me comentó que sólo me rechazaba al principio. Se sintió abatido al saber que yo creía que habían peleado por mi culpa.
– Espero que lo creas -dijo Daisy.
– Claro -suspiró su madre, satisfecha-. De hecho, todo se resolvió perfectamente y podemos sentirnos felices, ¿verdad?
Daisy miró por la ventana.
– Sí -dijo.
Era una cálida tarde de verano. Los rayos de sol resplandecían sobre los árboles de la calle, pero Daisy sólo pensaba en las palmeras y el cielo azul del Caribe. Quizás Seth estaría allí en ese instante, con Astra, tumbados sobre la arena y acariciándose. ¿La recordaría?
Trató de no pensar en él, pero era como no respirar. Su desesperación se había transformado en tristeza y dolor. Esperaba que la sensación de vacío desapareciera al volver a la rutina, pero no hizo más que empeorar.
Seth y ella eran muy diferentes. Durante unas breves semanas estuvieron juntos, pero había sido solamente una ficción, una fantasía. ¿Por qué no lograba aceptarlo? La lógica no funcionaba porque estaba enamorada de él.
Le dolía recordarlo, pero aun le dolía más no saber cómo estaba ni qué hacía en esos momentos. Daisy se torturaba al buscarlo en las columnas de cotilleos y temía que llegase el día en que pudiera leer sobre el divorcio de Astra.
Había pasado un mes desde su vuelta a casa y todavía no tenía novedades. La prensa del corazón iba a celebrar su gran día cuando se anunciara el matrimonio de Astra y Seth. El silencio sobre ese tema la dejaba perpleja. ¿A qué esperaban para casarse?
Mientras tanto, ella estaba con los nervios de punta. Hacía esfuerzos por disimular cuando estaba junto a su madre y Jim, pero el resto del tiempo se sentía irritada y miserable.
El verano era una época de gran actividad en la tienda y Daisy se sintió satisfecha por disponer de poco tiempo para pensar, aunque las noches se tornaban difíciles. Recordaba a Seth y lo anhelaba. Solía imaginarse que todavía estaba en la isla, en aquella gran cama rodeada por la tela mosquitera.
A pesar de los esfuerzos que hacía Daisy por disimular su malestar, Ellen advirtió sus ojeras con preocupación. Daisy ya no mostraba la vitalidad y el dinamismo que la caracterizaban. Su madre la interrogó acerca de las razones del cambio, pero ella simplemente movió la cabeza.
– Estoy bien -fue todo lo que dijo.
Una calurosa tarde de verano, Daisy se encontraba en la trastienda de la floristería. Le daba los toques finales a un ramo de cumpleaños. Se sentía aliviada por estar a solas y no tener que forzar una sonrisa. Lisa había ido a entregar unos pedidos y su madre atendía a una cliente en la tienda.
De pronto, oyó el sonido de la campanilla. Esperaba que su madre se encargase de la persona que había entrado, pero era evidente que estaba muy ocupada con su cliente.
– ¡Daisy! -la llamó Ellen.
Daisy suspiró. Se asomó a la tienda y observó a la persona que esperaba detrás del mostrador. Su corazón dejó de latir y se quedó sin respiración, pero enseguida experimentó una gran alegría y sintió como si reviviera.
– Hola -dijo Seth.
Su rostro se veía más delgado. Tenía una expresión extraña, pero era él. Daisy sintió deseos de tocarlo para convencerse de que era real, pero su instintivo sentimiento de felicidad se vio oscurecido por otro de amargura al recordar lo sucedido.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó.
– ¡Daisy! -exclamó Ellen.
– Quiero comprar unas flores -dijo él.
¿Qué se proponía Seth? Le suponía un gran esfuerzo no caer rendida a sus pies, pero no dejaría que la tomara por tonta una vez más.
– Elige lo que quieras -le sugirió ella al señalar los ramos expuestos en la tienda.
– Me gustaría que lo hicieras tú -comentó Seth-. Deseo un bonito ramo.
El rostro de Daisy era inexpresivo.
– ¿Qué clase de ramo?
Por el rabillo del ojo, Daisy se dio cuenta de que Ellen la miraba asombrada debido a su tono de voz, pero hizo caso omiso. Había deseado profundamente volver a ver a Seth, pero no sabía que le iba a resultar tan doloroso.
– Un ramo que sea muy romántico -contestó él-. No me importa el precio. Se lo regalaré a la mujer que amo.
¿Por qué la mortificaba? Daisy tenía ganas de gritar y llorar, pero se dispuso a elegir las flores. Su sentido del orgullo la impulsaba a hacerle el ramo más bonito que pudiera para demostrarle que no le importaba. El resultado fue realmente satisfactorio. Daisy apoyó el magnífico ramo sobre el mostrador. Estaba tensa y tenía ganas de llorar.
– ¿Cuánto es? -inquirió Seth.
Le entregó su tarjeta de crédito para pagarle y, finalmente, ella se la devolvió con manos temblorosas.
– Gracias -dijo él y recogió el ramo de flores.
Daisy ya no podía contener el llanto. Se consideraba incapaz de verlo marchar, por lo que se despidió y dirigió sus pasos hacia la trastienda. Allí, se desplomó sobre una silla y tapó su cara con las manos. Rompió a llorar.
Sintió unos pasos que se acercaban.
– ¿Por qué lloras Daisy? -era la voz de Seth.
– No estoy llorando.
– Está bien, ¿por qué no lloras?
Daisy se puso tensa al notar el tono jocoso de Seth.
– No tiene nada que ver contigo. ¡Márchate!
– No me iré antes de darte esto -le dijo él con firmeza.
Daisy se quitó las manos de la cara y vio que Seth le entregaba el ramo de flores.
– ¡No deseo las flores de Astra! -exclamó.
– No son para Astra -explicó Seth-. Las compré para ti.
Siguió un largo silencio. Daisy observó las flores sin poder creer lo que acababa de oír.
– ¿Para mí? -susurró finalmente.
– Para ti.
Lentamente, elevó la vista. La expresión de Seth demostraba ansiedad.
– Pero… pero vas a casarte con Astra.
– No -negó él-. Deseaba hacerlo hace tiempo… antes de conocerte. Luego supe lo que era el amor verdadero. Lo que mis padres llamaban amor no tiene nada que ver con lo que siento al mirar esos preciosos ojos azules que tú tienes. Al principio pensaba que el deseo de tocarte y abrazarte no era más que atracción física, pero cada vez que algún hombre se te acercaba, sentía deseos de asesinarlo.
– No es posible que me ames -dijo Daisy impulsivamente-. ¡Me trataste de forma horrible!
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