Jessica Hart - Amar sin reglas

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Amar sin reglas: краткое содержание, описание и аннотация

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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– Sí -admitió Daisy-. Tengo que encontrarlo lo más pronto posible porque… -ella se calló al ver que Seth levantaba una mano.

– Si tantas ganas tienes de encontrarlo, pondré a uno de mis hombres sobre su pista -manifestó inexpresivamente-. ¿Cómo se llama?

– Tom. Tom Johnson.

Seth volvió a observar la foto de Tom y Daisy con expresión reservada.

– La foto me servirá de ayuda.

– Claro -dijo Daisy.

A Daisy le pareció que le habían quitado un gran peso de encima. ¿Por qué no se lo habría dicho antes?

– La última vez que tuve noticias fue hace un año y él estaba en las Bahamas -señaló ella.

– Si está en el Caribe, Winston lo encontrará -dijo Seth.

Antes de que Daisy pudiera explicarle quién era Tom, Seth se volvió para ir a su despacho. Entonces, ella decidió que lo aclararía más tarde.

Unas horas después, Seth la halló tumbada debajo de las palmeras. Ella tenía los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción en sus labios. No lo oyó aproximarse. Seth se inclinó para besarla y Daisy abrió los ojos.

– ¡Seth! ¡Me has asustado!

– Estabas muy lejos de aquí. ¿Soñabas con Tom Johnson?

– No… -empezó a decir Daisy, pero él la interrumpió.

– No tienes que preocuparte. Winston inició la búsqueda.

– No sé cómo agradecértelo -señaló ella con sinceridad.

– No deseo que me des las gracias -dijo Seth con voz ronca-. Puedes considerar los servicios de Winston como parte de nuestro trato.

– Pero, Seth, tengo que explicarte algo sobre Tom.

– ¡No! -exclamó él agresivamente-. No quiero oír ninguna explicación. Lo que hagas después de marcharte de aquí es asunto tuyo. Así lo hemos acordado.

– Lo sé, pero…

– Pero nada -la interrumpió-. No quiero saber nada. Nuestra relación es temporal… ambos lo sabemos. Astra vendrá dentro de un par de semanas y nosotros tendremos que separamos.

– Está bien -dijo Daisy.

Seth le tomó una mano y se la besó. Luego, le besó la muñeca y el brazo.

– Ese fue nuestro trato -insistió él-. Y también que no íbamos a pensar en el futuro. Ahora estamos juntos, no lo estropeemos al intentar explicar algunas cosas.

– De acuerdo -manifestó ella y le acarició el cabello-. Si eso es lo que deseas.

Los días siguientes fueron idílicos. Daisy decidió no pensar en el futuro y pasaba el tiempo tumbada en la hamaca. A veces, se levantaba para ir a darse un baño en el mar o caminar por los exuberantes jardines que lindaban con la selva.

Seth se dedicaba a hacer llamadas de negocios, pero cada día eran más escasas. Daisy trataba de no habituarse a él, pero no podía evitar que la vida fuera más intensa cuando estaba a su lado. En esos momentos, percibía con vehemencia el sol que brillaba sobre la laguna, las sombras de las palmeras sobre la blanca arena y el canto de los pájaros.

Por la tarde, solían mirar la puesta de sol. Una de las asistentas les servía la cena y más tarde, andaban descalzos por la playa. El único rumor que se podía oír era el de los insectos y las olas del mar. Finalmente, volvían a la cama, donde Daisy olvidaba todo para entregarse a Seth y sus caricias.

Un día, después de una semana de felicidad, Daisy fue en busca de Grace. Necesitaba un florero. Seth estaba en su despacho y ella se había dedicado a recoger flores en el jardín. Encontró a Grace en la cocina.

– Soy florista -le explicó al advertir que la asistenta la observaba con curiosidad-. No pude resistirme a hacer un ramo con unas flores tan bonitas.

Grace continuó con sus preparativos para la cena.

– ¿Está el señor en su despacho? -inquirió.

– Sí, tenía que recibir algunos mensajes -indicó Daisy vagamente, mientras arreglaba el ramo de flores-. Dijo que no tardaría mucho.

– Esta vez no pasa demasiado tiempo trabajando -comentó Grace suavemente-. Está más relajado que nunca.

– Es imposible no relajarse en un sitio como éste -señaló Daisy con un suspiro de felicidad.

– Él no está acostumbrado a descansar. Siempre invita a mucha gente y, a pesar de eso, pasa la mayor parte del día en su oficina -Grace miró a Daisy-. Esta vez es diferente. Lo conozco desde pequeño y, por primera vez, parece disfrutar de este lugar.

– Eso espero -dijo Daisy-. ¿No se aburre usted aquí cuando está sola? No creo que Seth venga a menudo.

– Viene unas tres veces al año. Cuando no está aquí, permite a sus empleados que disfruten de la casa. Y no solamente a los ejecutivos -le confió Grace-. Puede venir la persona encargada de lavarle el coche al igual que un directivo de su empresa.

– Nunca me contó eso -señaló Daisy.

– El señor no alardea de las cosas que hace… no es como otros -comentó Grace-. No es como esa Astra Bentingger por ejemplo. Ella se asegura de que la gente sepa qué cantidades dona a la beneficencia, pero nunca la oí decir una palabra amable. El señor tiene fama de duro, pero sus empleados jamás se quejan de él. Cuando el hijo de Winston enfermó, el señor se ocupó de todo y le pagó el tratamiento necesario.

Daisy seguía arreglando las flores, pero su expresión era pensativa. No conocía ese aspecto de Seth. En los últimos días había tenido la sensación de que conocía todo lo importante que tenía que saber acerca de él, pero estaba equivocada.

– ¿Quién es Winston, Grace?

– En realidad, no sé cómo lo denominaría. Cualquier problema que exista, él lo resuelve. No sé a qué se dedica cuando no está aquí, pero conoce a todo el mundo. ¿Tuvo noticias de su amigo?

Daisy negó con la cabeza.

– Tom no es mi amigo -explicó-. Es mi hermanastro. Tuvo una terrible disputa con mi padrastro y se marchó de casa hace dieciocho meses. No supimos nada de él desde entonces, pero nos hemos enterado de que estaba trabajando en el Caribe. Al principio, mi padrastro estaba furioso, pero luego enfermó gravemente. Desea ver a Tom antes de morir.

Daisy suspiró con expresión sombría.

– Intenté explicarle a Seth -añadió-, pero… no le importa saber quién es Tom.

– ¿No le importa?

– Así es. Nosotros… esta relación es temporal.

– Hmm -Grace no lo creía.

Para alivio de Daisy, ella cambió de tema. Hizo un gesto de desaprobación al observar el cielo a través de la ventana.

– Esta noche habrá tormenta -predijo.

Fuera se veían nubes en el horizonte. Hacía mucho calor y la tarde se presentaba misteriosamente calmada. A las cinco, comenzó a llover. Daisy no esperaba que la tormenta fuese tan enérgica. La casa parecía crujir a causa del viento que también azotaba los árboles frenéticamente. Daisy experimentó una mezcla de temor y excitación. Fue en busca de Seth. Se sentaron en el mirador.

– ¿Puedo agarrarte de la mano? -le preguntó en broma.

– Las tormentas solían gustarme cuando era pequeño -le comentó él-. Son tan salvajes e incontrolables. Cuando se iba la electricidad, me sentaba aquí fuera y fingía estar aislado, como Robinson Crusoe.

– Tiene que haber sido maravilloso poder venir aquí cada vez que querías.

– A mis padres no les gustaba demasiado.

– ¡Qué pena! -exclamó ella-. ¿Y por qué la compraron?

– Fue mi abuelo el que compró Cutlass Cay -señaló Seth-. Era un hombre que se hizo a sí mismo. Para él, esta isla representaba todos sus sueños. En cambio, mis padres no sabían valorar lo afortunados que eran. Para ellos, Cutlass Cay era solamente un símbolo social, algo de lo que alardear.

Estaba completamente oscuro y ella no podía ver los ojos de Seth.

– Después de alguna acalorada discusión, uno de ellos me traía aquí para aislarse, pero solía ser por poco tiempo porque enseguida nos marchábamos a otro sitio.

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