Jessica Hart - Amar sin reglas

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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– ¿Señorita Daisy? -le dijo suavemente-. ¿Se encuentra bien?

– Sí. Estoy bien.

– Soy Winston -él dudó otra vez antes de continuar-. ¿Podemos hablar?

Daisy hizo un desesperado esfuerzo por recuperarse.

– Por supuesto. Siéntese, por favor.

Winston lo hizo y la miró preocupado por su expresión desolada.

– No sé qué hacer -le explicó-. Intenté hablar con el patrón, pero se ha encerrado en el despacho y no desea que lo molesten. Quiero que me diga lo que desea que haga con el hombre que me pidió que buscara.

– ¿Tom? ¿Encontró a Tom?

– Lo encontramos hace cuatro días -señaló Winston-, pero me enteré que pretende trasladarse. No se sabe adonde y me gustaría que el patrón me aclare si desea que lo siga o que me ponga en contacto con él.

– ¿Lo encontraron hace cuatro días? -repitió ella estúpidamente-. ¿Por qué no nos lo dijo antes?

– Lo hice -admitió Winston perplejo-. Se lo conté al señor y él me pidió que me asegurase de no perder su pista.

– ¿Quiere decir que Seth conocía el paradero de Tom desde hace cuatro días?

– ¿No se lo comunicó a usted?

– No -contestó ella-. No lo hizo.

Daisy estaba furiosa. ¿Cómo osaba Seth ocultarle el paradero de Tom? Pensó en su padre y su ira aumentó. Sus ojos cobraron un tono sombrío y peligroso. Se puso de pie.

– ¿Dónde está Tom?

– En Santa Lucía.

– ¿Me puede llevar hasta él mañana?

Winston se mostró incómodo.

– Necesito antes hablar con el señor.

– Yo aclararé este asunto con él -señaló ella.

El despacho de Seth seguía cerrado cuando ella entró en la casa. Estuvo a punto de golpear a la puerta, pero se arrepintió. Sería mejor llamar antes a su madre para darle la noticia. Había un teléfono en la habitación.

– ¿Lo encontraste? -inquirió su madre excitada-. ¡Qué alegría! ¿Cómo lo lograste?

– Es una larga historia, mamá. Te lo contaré todo cuando vuelva.

– Se lo diré a Jim enseguida -dijo Ellen-. Estaba comenzando a desesperar. ¿Cuándo podrás regresar?

– Mañana por la mañana iré a Santa Lucía. Tan pronto como vea a Tom, tomaré el primer avión para volver a casa. Quizás estemos de vuelta en dos días.

– ¿Y si Tom no te escucha? -Ellen se mostró dudosa.

– Lo hará -contestó Daisy-. Ya sabes que tenemos una estrecha relación.

De improviso, oyó el ruido de un portazo. Se sobresaltó, alarmada y se volvió. Allí estaba Seth con una expresión airada en el rostro.

– Debo irme, mamá -dijo Daisy suavemente-. Te haré saber con exactitud la fecha de nuestro regreso -y colgó el auricular.

– ¿Qué significa todo eso? -le preguntó Seth en un tono cortante.

Daisy se dirigió al armario y sacó su maleta.

– Me marcho a casa.

– ¿Qué quieres decir?

– Solamente eso. Me voy con Winston mañana por la mañana.

– No vas a ninguna parte -dijo él con brusquedad-. Hicimos un trato. ¿Lo olvidaste?

– No -ella estaba desolada-. Cumplí con mi parte y ahora, deseo que me pagues para poder marcharme.

– ¿Marcharte adonde? ¿Con Tom?

– ¡Sí, con Tom! -repitió ella-. Acabo de hablar con Winston. Sabías perfectamente cuánto anhelaba encontrar a Tom. ¡Supiste dónde estaba hace cuatro días y me lo ocultaste deliberadamente!

– ¿Y por qué tenía que contártelo? No podía permitirte que te fueras con tu amante antes de terminar tu trabajo aquí.

Daisy estaba demasiado enfadada como para corregirlo. Lo dejaría pensar que Tom era su amante.

– Bueno, creo que terminé mi trabajo.

– ¿Qué quieres decir?

– Astra me informó que hice un buen trabajo y que mis servicios ya no te hacían falta. El premio fue una gran idea, ¡pero preferiría el dinero en efectivo!

– No sé nada acerca de un premio. Y no te pagaré hasta que termines tu trabajo.

– Ya lo hice -dijo ella con frialdad-. Vine para encontrar a Tom. ¡Ahora que lo he hallado, ya no tendré que pasar más tiempo con un bastardo arrogante y manipulador como tú!

– ¿Manipulador? ¿Te atreves a llamarme manipulador? -Seth estaba pálido-. ¿Cómo denominarías a tu actuación de los últimos días?

– Fue solamente una actuación -Daisy se mostraba fría-. ¿No creerás que te habría soportado si no me hubieras prometido que me pagarías por ello, verdad?

– Todavía no te he pagado -le recordó él-. No podrás llegar lejos sin tu pasaporte o sin dinero. Te quedarás hasta que yo lo decida. ¡Y es mejor que comiences a actuar otra vez!

– Winston tiene una barca.

Seth se cruzó de brazos.

– No te llevará a ninguna parte, a menos que yo lo ordene.

– ¿Por qué quieres que me quede? Ya no me necesitas.

– Eso lo decidiré yo.

– ¡No me puedes encerrar como si fuera tu prisionera!

– Tienes que entender que puedo hacer lo que me venga en gana -dijo él implacable.

Daisy pensó que no tenía sentido seguir discutiendo en ese momento, pero no se dejaría acobardar. Tenía toda la noche para pensar en la forma de convencer a Winston para que la llevara a Santa Lucía. Una vez allí, podría decir que le habían robado el pasaporte. Lo único que importaba era que Tom volviera a casa lo más pronto posible.

– Está bien -admitió-. Me quedaré, pero dormiré en la habitación contigua.

– No lo permitiré -le soltó Seth-. Los invitados creen que duermes conmigo y tienen que seguir creyéndolo.

– Pueden pensar lo que quieran -contestó Daisy-. Tienen sus bungalows privados. No creo que vengan a inspeccionar la casa y abran las puertas. Además -añadió con voz hiriente -Astra te espera en su bungalow esta noche. No desearía ser un obstáculo. Una noche libre no es importante.

– ¿Una noche libre? -el tono de Seth era peligrosamente sereno.

– Dada la cantidad de noches que pasamos juntos, creo que te di más de lo que vale tu dinero.

De pronto, Daisy se sintió aterrorizada porque presentía que iba a perder el control. Metió sus cosas en la maleta y se encaminó a la puerta. Seth seguía de pie, en el mismo sitio.

– No iré a cenar con vosotros -indicó ella-. Puedes decir a la gente que me duele la cabeza, si realmente te importa lo que piensen. ¡Por hoy, ya he tenido bastante!

Había sido la tarde más larga de toda su vida. Se tumbó en la cama de la habitación contigua y miró el techo ausentemente. Podía oír las voces y risas de los invitados. Era obvio que no la echaban de menos. Parecía que se había organizado una fíestecilla. Seth estaría con ellos y les hablaría y sonreiría como si nada pasara.

Daisy se torturó al imaginarse a Seth y Astra juntos. Deseaba llorar o gritar, pero era como si su cuerpo estuviera agarrotado.

Grace llamó a su puerta para ofrecerle algo de comer. Sonaba preocupada. Daisy le dijo que no deseaba nada. Después, se quedó sola otra vez.

Finalmente, oyó que los huéspedes se marchaban a sus bungalows. Esperaba sentir el rumor de la puerta de la habitación de Seth, pero no fue así. Tenía que enfrentarse a los hechos. Seth debía haberse marchado con Astra. En ese momento, estaría con ella, la estaría besando y acariciando. Se sintió acongojada.

Tendría que estar pensando en Tom, en la forma de ponerse en contacto con él. Seth la había utilizado y la había tratado como si fuera una estúpida, pero solamente podía recordar la forma en que habían hecho el amor bajo las palmeras. ¿Había sido ese mismo día? El encanto de esa tarde pertenecía al pasado, a un pasado feliz.

Finalmente, rompió a llorar. En la oscuridad, las lágrimas caían por sus mejillas y no hizo ademán de secarlas.

Al día siguiente, el sol la despertó. Se había quedado profundamente dormida justo antes del amanecer. Se desperezó y buscó a Seth. Al no verlo, su primera reacción fue de pánico. ¿Qué hacía durmiendo sola en esa habitación? De pronto, recordó los hechos y hundió su rostro en la almohada agobiada por la desesperación y el desconsuelo.

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