Jessica Hart - Amar sin reglas

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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Su voz era inexpresiva. Daisy se imaginó a un niño perdido y confuso. Durante su infancia, ella había protestado, a veces, por la rutina familiar pero al menos tenía un hogar. Quizás, la posibilidad de jugar a ser Robinson Crusoe en una isla desierta no era tan divertido después de todo.

– Tiene que haber sido muy desestabilizador -dijo ella serenamente.

Él se encogió de hombros.

– Aprendí que era mejor no depender de nadie. Es difícil hacer amigos cuando te mueves de un lugar a otro continuamente. Me acostumbré a estar solo.

– ¿Y quien te cuidaba?

– Bueno… tuve un montón de niñeras. Nunca duraban demasiado. La mayoría acabó teniendo amoríos con mi padre. Luego, mi madre decidía imponerse y las echaba. Cuando al final se divorciaron, me sentí aliviado. Tenía ocho años. Pensé que, al vivir separados, la vida iba a ser más estable.

Seth se mostró acongojado por los recuerdos. Daisy le acarició la mano, pero no dijo nada. Era la primera vez que hablaba de su familia y no deseaba interrumpirlo.

– Un día mi madre me dijo que quería que viviera con ella -continuó Seth-. Yo estaba emocionado.

– ¿Cómo era ella? -inquirió Daisy.

– Muy hermosa -dijo él-. Hermosa y desalmada. Yo la adoraba. A veces, representaba el papel de madre afectuosa, habitualmente delante del público. Se suponía que yo tenía que sentarme y mirarla extasiado hasta que llegaba uno de sus amantes y ordenaba que me marchase. Permanecí junto a ella durante seis semanas. Luego, le pareció que era un estorbo y me envió con mi padre. Así, me habitué a cambiar de residencia cada vez que uno de ellos encontraba una nueva pareja. Tuve tres madrastras y cuatro padrastros, aunque solamente eran los oficiales -de pronto, miró a Daisy-. Por eso tengo una idea amarga del matrimonio.

– Empiezo a entenderlo.

Daisy sintió un odio ciego hacia esos padres tan indiferentes. ¡Era lógico que Seth se hubiera transformado en un hombre duro!

– Siempre me sorprendió que volvieran a casarse una y otra vez -añadió él-. Cualquiera hubiera imaginado que tendrían que haber aprendido que no valía la pena. Las mujeres que conocí solían hablar del amor, pero lo que las atraía era la novedad. Un nuevo amante no significaba mucho más que un nuevo vestido o un nuevo coche. Una vez que se casaban, las cosas se complicaban y el matrimonio terminaba con una discusión.

– No tiene por qué suceder siempre -señaló Daisy con calma.

Finalmente comprendió la relación de Seth y Astra.

– No -admitió él-, pero suele ser así, ¿no crees?

Daisy recordó las palabras de Victoria. Le había comentado que Seth tenía muchas amantes, pero le faltaba el amor. Entonces, no tenía sentido discutir con él o tratar de cambiar sus opiniones. Todo lo que podía hacer era ofrecerle su amor.

La expresión de Seth se endureció cuando Daisy le soltó la mano y se puso de pie, pero ella se sentó en su regazo y le pasó los brazos por el cuello. Seth pareció relajarse y la abrazó.

– No hablemos de matrimonio -murmuró ella al besarlo-. Disfrutemos de este momento.

– No hablemos de nada -indicó él.

Esa noche, el ambiente de tormenta los impulsó a hacer el amor con un nuevo apremio. Fuera, soplaba un fuerte viento que batía las contraventanas. Se oía el rumor de la lluvia sobre el techo metálico de la casa. La pasión que los dominaba hacía que olvidaran la realidad de manera vertiginosa.

Más tarde, Daisy yacía sobre el lecho, mientras sentía la respiración de Seth a su lado. Se dio cuenta de que la tormenta había pasado. Y le pareció que la isla había llegado a un estado de plenitud similar al que ella experimentaba.

Al día siguiente, el cielo estaba despejado y brillante. La única señal de la tormenta era la vegetación húmeda que despedía vapor a causa de las elevadas temperaturas.

– Me gustaría que vieras la isla -le dijo Seth mientras desayunaban-. Podemos ir a visitar las playas que hay al otro lado.

A Daisy se le iluminó el rostro al pensar que iban a pasar el día juntos.

– Pero, ¿no tienes que llamar a María? -le preguntó.

– Si hay algo urgente, ella me enviará un fax -señaló Seth-. Si la llamo yo, siempre habrá algún asunto que me ocupará toda la mañana.

– ¿Y si surgen problemas?

– Pueden esperar -indicó él.

Grace les preparó algo de comer y subieron a la lancha, que se abrió paso entre las centelleantes olas. Las laderas de una elevación volcánica descendían abruptamente hacia el mar, por lo que las playas que había al otro lado de la isla eran inaccesibles por tierra.

Seth paró el motor, saltaron al agua y arrastraron la embarcación hasta la playa. Habían pensado dar una vuelta completa a la isla, pero no se movieron de allí. Estaban a gusto, tumbados a la sombra de las palmeras y rodeados de una inmensa tranquilidad.

– ¡Qué paz! -suspiró Daisy.

– Hmm… -murmuró Seth sin abrir los ojos-. Debería acostumbrarme a hacer esto más veces y dejar a un lado los problemas, las recepciones, los negocios…

– Sin preocuparte por nada -dijo ella.

Seth abrió los ojos. Daisy yacía junto a él. A causa del viaje en lancha, sus rizos estaban más despeinados que nunca, pero el sol le había dejado un tono dorado en la piel que hacía resaltar sus grandes ojos azules.

– Hay algo que podemos hacer -le dijo a Daisy.

– ¿Qué me sugiere, señor Carrington?

– No me gustaría que te aburrieras -manifestó él mientras la acariciaba.

Ella se inclinó sobre Seth.

– Nunca estuve menos aburrida que ahora -comentó.

Lenta, muy lentamente, puso su boca sobre la de él. Seth la abrazó con fuerza. Daisy se entregó totalmente a la enérgica demanda de ese cuerpo masculino. Invadidos por un infinito deseo, se olvidaron del mundo que los rodeaba. De pronto, un chillido rompió la calma y dos papagayos aparecieron entre el follaje de un árbol.

– Me parece que has alarmado a los pájaros -murmuró Daisy.

Seth la volvió y se colocó encima de ella.

– Quizás de esta forma les guste más -bromeó él.

Cuando el sol comenzó su lento descenso hacia el horizonte, ellos empujaron la barca y, de mala gana, emprendieron la vuelta. Al llegar al muelle, Seth ayudó a Daisy a bajar. De pronto, apretó los dedos con que la sujetaba del brazo.

– Daisy -le dijo con apremio.

– ¿Sí?

– Daisy, yo… -pero se detuvo.

Una voz lo llamaba imperativamente desde el mirador. Ambos se volvieron. Una hermosa mujer bajaba por las escaleras hacia el muelle con los brazos abiertos. Daisy supo inmediatamente quién era.

Era Astra y venía a buscar a Seth.

Capítulo 9

– ¡Hola, cariño! -la voz de Astra era suave y demostraba confianza en sí misma.

– ¿Astra? -Seth estaba tan desconcertado como Daisy-. ¿Qué haces aquí?

– Quería sorprenderte -sonrió Astra al besarlo en la boca-. Sé que habíamos decidido que no nos vieran juntos, pero no pude resistir. ¡No tienes por qué preocuparte, cariño! Traje a un grupo de amigos para disimular.

– ¿Por qué no me avisaste que venías?

Daisy se consoló algo al notar que Seth no la abrazaba pero, en realidad, ¿por qué iba a hacerlo? Nunca había fingido estar perdidamente enamorado de ella, aunque eso no significaba que no deseara casarse con esa mujer.

– Te telefoneé esta mañana -explicó Astra -apenas habías partido y le indiqué a la asistenta que preparara las habitaciones para los huéspedes. Deberías hablar con ella, Seth. Sus modales no han sido muy agradables. ¡De hecho, tuve que recordarle quién era yo!

Antes de que Seth pudiera responderle, Astra miró a Daisy.

– ¡Tú debes ser Daisy! -le dijo en un tono condescendiente-. No puedes imaginarte lo agradecida que estoy… Seth me comentó la maravillosa labor que estás realizando. Más tarde, charlaremos un poco.

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