Fue el pensamiento de ponerse en contacto con Tom lo que, al final, la impulsó a levantarse. Se movía como si fuera una autómata. Se vistió y se puso unas gafas de sol para ocultar sus ojos enrojecidos por el llanto. Salió al pasillo. Si Winston no la iba a llevar hasta Tom, quizás podría escribirle una nota.
No había señales de Seth ni de nadie. Sería más temprano de lo que se imaginaba. Grace estaba limpiando los restos de la noche anterior.
– Tiene un aspecto terrible -le dijo la asistenta con preocupación-, ¿Está bien?
– Me duele la cabeza, eso es todo -respondió ella con dificultad-. Grace, ¿podría darme una hoja para escribir una nota? Quiero dársela a Winston.
– Winston se marchó -manifestó Grace sorprendida.
– ¿Se… marchó?
– Hace una hora. ¿Está segura de que se siente bien?
Daisy necesitaba reflexionar. Winston era el único que podía llegar hasta Tom. Seth lo sabía y, por eso, le había ordenado que se fuera. Se sintió desolada.
– Creo que vuelvo a la cama -necesitaba estar a solas-. Si alguien pregunta por mí, diga que no me encuentro bien.
Pasó toda la mañana encerrada en la habitación. No tenía demasiadas alternativas. El enfado la quemaba como si fuera una llama dentro de su corazón.
Seth golpeó perentoriamente a su puerta y entró sin esperar respuesta.
– No vas a quedarte encerrada aquí todo el día -le espetó-. Sé que no estás indispuesta y vendrás a almorzar con los invitados.
– No tengo hambre.
– No me importa… vendrás a almorzar. Y si te atreves a sugerir que nuestra relación no va bien, ¡te mandaré a la isla más cercana, sin pasaporte ni dinero ni tu adorado Tom!
Daisy no podía hacer otra cosa que obedecer. Se sentaron a la mesa con los demás. Seth casi no participó en las conversaciones. Aparentemente, se le veía igual que siempre, pero su expresión era de frialdad.
Cuando casi habían terminado de comer, les llegó un rumor desde el muelle. Daisy estaba demasiado ensimismada como para darse cuenta de lo que sucedía. Después de unos minutos, Grace se acercó a la puerta. Parecía dudar.
– ¿Qué pasa, Grace? -preguntó Seth.
– Acaba de llegar una lancha con un joven -explicó Grace-. El jardinero fue a advertirle que esto es propiedad privada, pero rehusa marcharse -Grace deslizó su mirada hacia donde estaba Daisy-. Dice que no lo hará hasta que no vea a la señorita Daisy.
Daisy prestó atención.
– ¿Quiere verme?
– Eso dice -señaló Grace.
Rápidamente, Daisy se levantó de la silla. Junto al muelle la esperaba un joven de cabellos rubios. Daisy se quedó helada. No podía ser…
– ¡Tom! Oh, Tom. ¡Gracias a Dios que has venido!
– ¡Oh, Tom! ¡Qué alegría verte! ¡Llevo tanto tiempo buscándote!
Daisy se lanzó a los brazos de su hermanastro y rompió a llorar.
– ¡Vamos, hermanita! -Tom le dio una palmada en la espalda.
Era evidente que no estaba preparado para un recibimiento tan emotivo.
– No hay necesidad de llorar -añadió él-. Ya estoy aquí. ¿Qué significa eso de que llevas tiempo buscándome? ¡Yo he estado tratando de encontrarte a ti!
– ¿A mí? -ella lo miró asombrada-. ¿Cómo sabías que estaba en el Caribe?
– Leí algún artículo que mencionaba tu romance con Seth Carrington. No me lo pude creer cuando vi tu foto. ¡Tú y Seth Carrington!
Su atractivo rostro se vio ensombrecido por la preocupación.
– Supongo que sabes lo que haces, ¿verdad? -añadió luego-. Siempre has sido muy inocente y ese hombre tiene una mala reputación. Oí un montón de cosas sobre él desde que llegué al Caribe.
Tom hizo una pausa.
– Cuando me enteré de que vendrías con él… bueno, pensé que debía comprobar que estabas bien. Afortunadamente, no me encontraba lejos y conseguí que me prestaran esa barca -explicó-. Además, quería saber si papá está bien. Tuvimos una terrible disputa justo antes de que yo partiera y los dos dijimos cosas desagradables. Me gustaría saber si me perdonó. Ya sabes que es muy terco.
– Te ha echado mucho de menos, Tom -dijo ella, llorosa.
A continuación, le dio detalles sobre la enfermedad de su padre.
– Por favor, dime que volverás tan pronto como puedas. Él te necesita -continuó Daisy.
– Claro que lo haré.
Tom se mostró abatido por las noticias y Daisy trató de consolarlo. Se abrazaron para animarse mutuamente.
– ¿Y qué me dices de ti, Daisy? -dijo Tom después-. ¿Vuelves conmigo?
Daisy se mordió el labio.
– Depende de Seth.
– No puede retenerte si no deseas quedarte aquí.
– Es… es difícil de explicar -manifestó ella.
¿Cómo podría hacerle entender el trato que hizo con Seth? ¿Cómo podría explicarle su amargura y enfado? Tom la observó detenidamente.
– No te habrás enamorado, ¿verdad? Pensé que esa historia era una invención de la prensa.
– Lo es -admitió Daisy con desesperación-, pero ahora no puedo explicártelo. Voy a comunicarle a Seth que me marcho ahora mismo.
– ¿Voy contigo?
– No -dijo ella-. Será mejor que le hable a solas. Espérame en la barca. Volveré pronto.
– Está bien, pero llámame si Carrington se opone.
Al entrar en el salón, Daisy comprobó que los huéspedes seguían sentados a la mesa. La silla de Seth estaba oculta por la puerta. No pudo darse cuenta si él estaba o no allí. Decidió ir primero a recoger su equipaje y luego, hablaría con él.
Pero Seth fue en su búsqueda. Daisy estaba en la habitación. La invadían los recuerdos. De pronto, Seth empujó la puerta y entró. Su expresión era dura. Se acercó a ella y arrojó el pasaporte y un sobre encima de la maleta de Daisy.
– Supongo que querrás eso -le dijo.
Daisy los agarró con manos temblorosas.
– ¿Quieres decir que me puedo marchar?
– Después de esa conmovedora escena en el muelle, ya no tiene sentido tratar de convencer a la gente de que estás enamorada de mí. Si alguien me pregunta, le explicaré que tuviste que volver a casa a causa de unos asuntos urgentes. Seguramente, todos me dirán que me he librado de una relación inconveniente. Resultaba obvio que no te ibas a adaptar.
Hizo una pausa. El tono de su voz era cortante.
– De todas maneras, no te habría necesitado por mucho más tiempo. Astra firmará el contrato. Tan pronto como obtenga el divorcio, nuestra relación se hará pública.
– Ya veo.
Daisy abrió el sobre. Estaba lleno de dinero.
– Supuse que preferirías efectivo. Puedes contarlo. Además de lo acordado, hay un premio por haber sido tan convincente en la cama. Es lo menos que podía hacer después de recibir esos servicios extras.
¿Servicios extras? Daisy empalideció.
– No necesito contar -dijo en un tono desprovisto de emoción.
Acto seguido, asió su maleta y salió al pasillo. Le pareció que caminaba en una pesadilla. Deseaba volverse e ir corriendo hacia Seth para abrazarlo. No cruzaron ni una palabra.
Grace la vio salir de la casa.
– ¡Señorita Daisy! ¿Qué sucede? ¿Malas noticias? -preguntó perpleja.
– Sí -contestó Seth de manera tajante-. Se marcha.
Grace se mostró disgustada y Daisy le dio un abrazo.
– Adiós, Grace. Gracias por todo.
– Oh, señorita Daisy. ¡Vuelva pronto!
Pero ella no volvería nunca a ese maravilloso lugar ni volvería a ver a Seth. Nunca más. Daisy titubeó y, al final, se volvió. Seth se había detenido en los escalones del mirador. Su expresión era implacable.
– Adiós -le dijo ella con voz temblorosa.
– Adiós -respondió él.
La dejaba marchar. Daisy esperaba un arrepentimiento de última momento, pero él no tuvo compasión. No había nada que ella pudiera hacer. Con lágrimas en los ojos, se aproximó a la lancha, donde Tom la esperaba.
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