Jessica Hart - Amar sin reglas

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Amar sin reglas: краткое содержание, описание и аннотация

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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Y pasó posesivamente su mano por el brazo de Seth.

– Cariño, vamos dentro que hay invitados -le dijo-. ¡No deseo que crean que te acaparo!

Seth tenía una expresión impenetrable. Astra lo arrastró hacia el mirador. Daisy iba detrás. Se sentía desconsolada. Deseaba gritar y echar a Astra de ese sitio. Estaba furiosa consigo misma por haber sucumbido a los encantos de Seth, pero no podía culparlo.

Desde la distancia, lo observó saludar a la gente que estaba en el salón. Él había recuperado sus maneras habituales y se mostraba sonriente y amable. Volvía a ser el magnate que una vez conoció.

Un sentimiento de amargura la dominaba. Les dijo que tenía que cambiarse y se marchó de allí. Deseaba que Seth pusiera alguna excusa para ir a reunirse con ella, pero no lo hizo. Se duchó y vistió. ¿Qué esperaba? ¿Qué él diera la espalda a su vida y la eligiera a ella?

Astra era la perfecta pareja para Seth. ¿Cómo podía creer que la semana que habían pasado juntos en la isla significara algo para él? Astra le ofrecía riqueza, inteligencia y belleza.

Seth nunca había dicho que la amara, nunca le había prometido algo que no pudiera darle. Ni una sola vez él había manifestado algo que, en ese momento, le sirviera para mitigar su dolor. Pensó en la jornada que acababan de pasar juntos. Cuando la ayudó a salir de la lancha, estaba segura de que le iba a decir que la amaba… pero no lo hizo. Y tenía que aceptarlo.

Cuando salió de su habitación, Astra la estaba esperando.

– Quería hablar contigo a solas -le dijo con una sonrisa-. Seth fue a hacer unas llamadas y pensé que era una buena oportunidad para charlar… sólo nosotras.

Lo último que deseaba era charlar con Astra, pero una sensación de orgullo y enfado la invadió. Decidió aceptar.

– ¡Perfecto! -exclamó Astra-. Vamos a mi bungalow.

Allí se dirigieron.

– Voy a dormir aquí para guardar las apariencias -añadió-. Seth podrá venir esta noche, después de que todos se hayan ido a dormir. Es ridículo, ¿verdad? Dimitrios sospecha algo y tenemos que ser cuidadosos.

Se sentaron en los sillones de mimbre que había en el mirador del bungalow.

– No puedes imaginarte lo aliviada que me siento al poder hablar con alguien que conoce la verdad. ¡Es terrible tener que fingir que Seth no significa nada para mí!

Daisy sintió que el odio la paralizaba.

– ¿De qué quieres que hablemos? -logró decir finalmente con un hilo de voz.

– Solamente quería agradecerte. Has estado fantástica. Convenciste a todos de que sois una pareja y así, nadie lo relaciona conmigo. Los dos estamos muy agradecidos.

Su tono era cálido, pero la amenaza que se reflejaba en sus ojos verdes era evidente. Astra había podido contemplar la escena en el muelle y había decidido dejarle claro quién era ella.

– Hice el trabajo por el que se me paga -dijo Daisy con indiferencia.

– Debo admitir que Seth me contó que, al principio, no fuiste muy buena actriz -le confió Astra-. Pero has mejorado. Y conseguiste engañar a Stephen Rickman. ¡No hay mucha gente que lo logre!

– ¿Qué quieres decir? -inquirió Daisy.

– Stephen escribió un artículo extraordinario acerca de Seth. Decía que era un hombre nuevo.

Astra asió un recorte de periódico que había en la mesilla que estaba a su lado y leyó en voz alta.

Parece que Carrington encontró una razón para vivir… Aquellos que tengan una razón para temer al magnate de los negocios, se asombrarían al verlo sonreír a la chica que, evidentemente, ama… Daisy Deare tiene un aire inocente que es extraño encontrar en ese ambiente… Están unidos por algo que trasciende el mero aspecto sexual… Los dos han encontrado el verdadero amor…

Astra se detuvo.

– La foto es realmente conmovedora -dijo luego y le entregó el recorte a Daisy.

El fotógrafo los había sorprendido mientras se miraban a los ojos, sonrientes. Con dolor, Daisy recordó la escena y le devolvió el artículo a Astra.

– Por fortuna Seth es un buen actor, ¿no?

– Muy bueno -admitió Astra, pero sus ojos eran fríos.

– Tienes que estar satisfecha -señaló Daisy.

– ¿Satisfecha? -Astra pareció sorprenderse.

– Pensé que era la clase de publicidad que deseabais -explicó Daisy.

– Ah, sí. Claro. Aunque no vi el artículo hasta ayer.

Tendría que estar muy preocupada si había abandonado todo y volado directamente al Caribe. Quizás no estaba tan segura de Seth como pretendía. De pronto, Daisy se cansó del juego.

– ¿Y viniste para saber si era verdad o no?

– Oh, no estaba preocupada por Seth, pero sí me preocupabas tú. Debo admitirlo. Seth es muy atractivo y, si tenías que pasar el día y la noche con él… bueno, no me habría gustado que te sintieras herida.

– ¿Y no pensaste en la posibilidad de que fuera Seth el que se sintiera herido?

– Claro que no. Verás, Daisy, conozco a Seth. Tenemos historias parecidas y nos entendemos. Él no soporta las complicaciones emocionales. Sabe que, cuando estemos casados, seremos independientes. Tengo mis propios recursos.

Eso mismo le había dicho Seth. ¿Por qué le dolía tanto oírselo repetir a Astra? Hizo un esfuerzo por mantener la calma.

– No necesitas preocuparte -le advirtió a Astra-. No tengo intenciones de aferrarme al cuello de Seth.

– Esperaba oír eso. Le pedí a mis abogados que aceptaran los términos definitivos del contrato prenupcial para poder firmarlo a la mayor brevedad posible. Quizás pase aquí la luna de miel con Seth.

Daisy sintió como si le clavaran un cuchillo en el corazón.

– Entonces, ¿ya no me necesitáis?

– Me parece que has cumplido con el trabajo -dijo Astra-. Y has hecho un trabajo maravilloso. Los dos estamos tan agradecidos que pensamos que merecías un premio.

– ¿Qué clase de premio?

Astra asió una caja de cuero que estaba en la mesa. Se la entregó a Daisy con una sonrisa paternalista.

– Seth y yo deseamos que aceptes esto en señal de nuestro aprecio.

«¿Seth y yo?», repitió Daisy para sí.

Entonces, habían hablado sobre ella. ¡Mientras lo esperaba en la habitación, ellos habían estado decidiendo la mejor manera de deshacerse de ella! Su tristeza comenzó a transformarse en un frío sentimiento de ira.

Con expresión rígida, abrió la caja. Dentro había un brazalete de diamantes. Debía valer una fortuna, mucho más que lo que se podía ganar en la floristería durante un año entero.

– Sabemos que las chicas de tu… profesión no quieren cheques.

– ¿Mi profesión? -Daisy la miró.

– Querida, todos sabemos qué clase de actriz es Dee Pearce. ¿Por qué te pensaste que Seth la iba a contratar? -Astra se miró las uñas-. Seth es un hombre, después de todo, y yo no esperaba que pasase tanto tiempo con una mujer sin acostarse con ella. ¡Oh, no te molestes en negarlo!

Daisy se puso tensa.

– Lo supe desde que te vi en el malecón -añadió Astra-, pero no me importa. Seth no confunde el sexo con el amor. Estaba preocupada porque tú tampoco lo hicieras.

¿Era sólo sexo lo que había compartido con él durante las últimas dos semanas? Petrificada, cerró la caja y se levantó.

– Te puedes quedar con tu premio -dijo en un tono desprovisto de emoción-. Lo único que quiero es que Seth me pague lo acordado. Luego, me iré.

Le arrojó la caja a su regazo y se marchó de allí. Inmediatamente, comenzó a temblar.

Era incapaz de volver a la casa, por lo que decidió sentarse en un lugar recluido del jardín. Le pareció que el mundo había perdido sus colores y su brillo. Experimentaba gran dolor.

¡Qué estúpida fue! Seth la consideraba como un objeto que había adquirido pero, en parte, era su propia culpa. Se sintió humillada. Estaba desesperada. Estaba tan afectada que, el hombre que se le acercó, titubeó antes de dirigirse a ella.

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