Jessica Hart - Amar sin reglas

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Amar sin reglas: краткое содержание, описание и аннотация

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Seth Carrington necesitaba una novia y Daisy Deare un pasaje al Caribe… ¡parecía un intercambio justo! Sin embargo, después de haber pasado satisfactoriamente la exhaustiva entrevista de Seth, a Daisy le surgieron algunas dudas: Seth era un déspota y tenía unos modales bastante rudos… excepto cuando sonreía. Entonces, se transformaba en una persona sumamente atractiva.
Sonriente o no, Daisy tenía que enfrentarse a la realidad. Su trabajo sería algo estrictamente temporal. Tenía que actuar como señuelo para desviar la atención del romance secreto que Seth mantenía con una sofisticada y bella mujer casada.

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– ¿Sin ataduras?

– Sin ataduras y solamente durante las semanas que estemos juntos, tal como acordamos. Luego, cada uno seguirá su camino sin lamentaciones.

Acto seguido, se hizo un silencio largo y enervante. ¿Quizás habría exagerado al enfatizar la informalidad de la relación? Los datos que tenía acerca de Seth apuntaban a que él escaparía ante la primera sugerencia de algún sentimiento profundo.

Ante las dudas de Seth, ella se dio cuenta de lo mucho que deseaba que él aceptara su propuesta. La relación sería temporal, pero disfrutaría de lo que él estuviera dispuesto a ofrecer. En la penumbra, la expresión de Seth era inescrutable. Pudo sentir esos ojos clavados en su semblante.

De pronto, sintió pánico. Creyó que él intentaba encontrar las palabras adecuadas para rechazar la oferta.

Le diría que la noche anterior había sido un error y que debían mantener la relación a un nivel estrictamente profesional.

Finalmente, Seth estiró un brazo y le tocó uno de sus rizos. Daisy se puso tensa.

– No me mires así -manifestó él con una sonrisa-. ¿Pensaste que podría rechazar una oferta como ésa?

A Daisy se le iluminó el rostro.

– Esperaba que no lo hicieras -le dijo honestamente.

Luego, se inclinó para besarlo. Se sentía aliviada. El beso fue prolongado. Después, Seth se apartó con una carcajada.

– Vamos -ordenó al tomar su mano-. Volvamos a casa.

Ya en la suite, se desvistieron frenética y sensualmente. Por el suelo, dejaron un rastro de prendas que llegaba a la habitación. Acabaron tumbados en la cama, con los cuerpos entrelazados. Se dieron besos apasionados hasta que la intensidad del deseo y la excitación se volvió salvaje. Nada era suficiente. Finalmente, juntos alcanzaron el momento culminante y gritaron de placer.

Más tarde, volvieron a hacer el amor pero con más lentitud. Daisy no sabía que el roce de los labios, manos y cuerpos podía llegar a ser tan tierno. No se había imaginado que Seth era capaz de manifestar tanta dulzura.

Después, al yacer en brazos de él, Daisy sintió que se le caían las lágrimas. Seth las secó con una caricia que la hizo conmocionar.

– Lo sé -susurró él con suavidad-. Lo sé.

– ¿No habrá olvidado que a las once citó a un periodista, verdad? -inquirió María.

Desde el momento en que María llegó a la suite esa mañana, había estado observando a Seth con curiosidad. Esperaba encontrarlo trabajando duramente pero Seth, en cambio, desayunaba tranquilamente junto a Daisy.

– ¡Maldición! Lo había olvidado -exclamó él mientras terminaba de beber el café-. Tengo que hacer un par de cosas antes de que llegue -se puso en pie y acarició el cabello de Daisy-. ¿Estarás bien si te dejo sola? -le preguntó.

Ella sonrió.

– Por supuesto.

– Me gustaría que estuvieras conmigo cuando él llegue -añadió Seth-. La noticia de nuestro romance se ha difundido, pero tu presencia la confirmará.

Daisy experimentó cierta pena al recordar el papel que se le había encomendado, pero enseguida se dispuso a representarlo. Conocía la realidad de los hechos y no podía quejarse.

– Estaré aquí -aseguró.

El periodista resultó ser un joven de apariencia engañosa con ojos muy agudos. Al oír su nombre, Daisy hizo una mueca. Stephen Rickman tenía fama de realizar entrevistas muy incisivas y de una habilidad muy especial para ir al grano. Si lo convencían a él, podrían convencer a cualquiera.

Era obvio que Stephen Rickman conocía los rumores sobre su relación. No se mostró sorprendido al encontrar a Daisy sirviendo el café. Ella estaba segura de que a Stephen no se le escapaba detalle alguno y tomó asiento junto a Seth en el sofá.

– ¿Me marcho para que te haga la entrevista? -inquirió ella después de que fueron presentados.

Estuvo a punto de levantarse pero Seth la asió para que se quedara.

– ¿Por qué no te quedas? -le dijo con una sonrisa.

– Sí, quédese -la apremió Stephen-. También me gustaría hablar con usted, si es posible.

Al principio, Daisy estaba turbada pero, poco a poco, se fue relajando y comenzó a participar en la charla. Seth hablaba con autoridad y evitaba responder a las preguntas incómodas. Tenía gran facilidad para justificar decisiones controvertidas.

Cuando, finalmente, Stephen pasó de los temas profesionales a los personales, estaba claro que esperaba cierta reticencia. Se sorprendió al ver que Seth le respondía afablemente, a pesar de su gran capacidad para hacerlo sin revelar nada que no se supiera.

Daisy tenía menos experiencia, pero eludió preguntas sobre la relación con todo el aplomo que pudo reunir, mientras Seth le acariciaba la espalda.

– Seth Carrington es un hombre poderoso y rico -dijo Stephen al final-. También tiene fama de ser rudo, tanto en el plano profesional como en el personal. ¿Cómo es estar enamorada de alguien así?

Daisy miró a Seth, que le seguía acariciando la espalda. Él esbozó una sonrisa. Daisy reflexionó acerca de las cosas que había leído sobre Seth, acerca de su arrogancia y agresividad. Luego, recordó cómo se había tumbado sobre la hierba para contarle cosas de su niñez y lo cariñoso que se había mostrado con los pequeños que jugaban al béisbol. Pensó en la forma en que la había abrazado la noche anterior y le había secado las lágrimas. Y se dio cuenta de que lo amaba intensamente.

¿Cómo era estar enamorada de alguien así? Era alarmante, desesperanzador, irresistible, algo glorioso. Su vida había cobrado más sentido al conocerlo y le resultaría tristemente vacía cuando él desapareciera.

– Bueno… -su voz se quebró y tuvo que aclararse la garganta-. Es maravilloso estar enamorado -consiguió responder finalmente.

– ¿No tiene Seth nada especial?

– Todo es especial en él -dijo ella suavemente.

Poco después, llegó un fotógrafo.

– ¿Les puedo hacer una foto juntos? -inquirió.

Daisy se colocó al lado de Seth y él la abrazó. Lo sentía impacientarse. Lo miró con ojos exageradamente conmovedores que estaba segura de que lo harían reír. Así fue y ella rió también. Durante unos instantes, ambos se olvidaron de la cámara, del fotógrafo y del periodista.

– ¡Espléndido! -exclamó el fotógrafo satisfecho-. Supongo que es suficiente.

Seth dejó a Daisy de mala gana y se volvió hacia Stephen.

– ¿Cuándo se publicará la entrevista?

– Espero que mañana mismo -dijo el periodista-. Le enviaré una copia. ¿Seguirán en Londres?

– No -contestó Seth ante el asombro de Daisy-. Mañana partimos para Cutlass Cay. Me puede enviar la copia por fax.

Tan pronto como se hubieron marchado los periodistas, Daisy observó a Seth.

– ¡No me avisaste que mañana partimos hacia el Caribe! -lo acusó.

– Lo acabo de decidir -señaló él-. Pensé que podríamos ir a París y, desde allí, al Caribe, pero no hay razón por la que no podamos ir directamente. ¿O prefieres las ciudades?

– No -dijo Daisy rápidamente.

Sabía que tenía que demostrar más entusiasmo ante la perspectiva de alcanzar su objetivo, después de todo. Pero solamente pensaba que cuanto más pronto fueran al Caribe, antes terminaría su trabajo para Seth.

– No -repitió ella-. Me gustaría ir a la isla.

¿Por qué se había permitido enamorarse si sabía que no tenía esperanzas? Le resultaría mucho más difícil separarse de él. ¡Qué ingenua había sido al imaginar que podría marcharse tranquilamente sin lamentarlo! Le había prometido que no existirían ataduras y estaba decidida a mantener su promesa.

– ¿Cuánto tiempo estaremos allí? -inquirió, con el fin de demostrarle que no había olvidado los términos del acuerdo.

Seth no la miró.

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