– ¿Nunca dejas de insistir para conseguir lo que quieres?
– No -admitió Seth-. Siempre lo consigo.
Arrojó la camisa sobre una silla y se sentó en el borde la cama, muy cerca de Daisy. Con serenidad, comenzó a quitarse los zapatos y los calcetines.
– Deberías saberlo -añadió.
Estaba intentando intimidarla. Daisy percibió los músculos de sus hombros y experimentó la calidez y fuerza de su cuerpo a través del edredón. Rápidamente, desvió la mirada hacia el techo. No era el momento para pensar en esas cosas. Se presentaba una batalla, pero no entre sus cuerpos.
Seth la observó. Ella se aferraba con obstinación al edredón. A causa de la tenue luz, sus ojos se veían grandes y oscuros.
– ¿Te vas a mover o tengo que considerar tu presencia en mi lado de la cama como una invitación?
– ¿Una invitación?
Daisy se incorporó indignada por la vanidad de ese hombre. Se tapaba con el edredón.
– ¡No creerás, sinceramente, que te esté invitando después de la forma en que me trataste durante toda la noche! ¡No soy tan tonta! ¡Has dejado bien claro que una invitación mía es lo último que desearías!
– ¿Qué dije para que pienses eso? -preguntó él suavemente.
– No es lo que dijiste… es la forma en que reaccionabas cada vez que me acercaba a ti -explicó ella con tristeza-. ¡Un iceberg respondería con más calidez que tú!
Tan pronto como pronunció esas palabras, se dio cuenta de que había cometido un error. Seth entornó los ojos y se inclinó hacia delante. Colocó las manos a cada lado de Daisy, con lo cual ella se vio forzada a acostarse sobre la almohada.
– Siento haberte decepcionado -dijo él.
– No me decepcionaste -protestó Daisy con valentía.
La proximidad del cuerpo de Seth le había provocado un ligero mareo. Se sentía nerviosa y excitada.
– Lo pareces.
– Bueno, pero no lo estoy.
Era difícil mostrarse indiferente. Su cuerpo estaba a unos milímetros de ella. Daisy hizo lo que pudo.
– Si no quieres que parezcamos una pareja convincente, es tu problema. Eres el que paga por la representación.
Era mejor remarcar que era solamente una representación.
– Es verdad, ¿no? -dijo Seth mientras le acariciaba uno de sus rizos.
Su tono de voz hizo que Daisy se pusiera tensa.
– Además, pago una suma importante. ¿No crees que tengo que asegurarme de recibir, a cambio, una contrapartida? -añadió luego.
Se inclinó todavía más hacia ella. Daisy trató de retirarse.
– Y ahora, ¿quién se comporta como un iceberg?
– Ahora… ahora no estamos actuando -susurró ella.
– No, pero suena como si creyeras que necesito practicar más -la besó brevemente-. Podemos practicar juntos, ¿verdad?
Y empezó a darle besitos por todo el rostro. Daisy sintió que la dominaba el deseo. Seguía con las manos aferradas al edredón y tuvo que esforzarse por permanecer quieta. Luchó contra el deseo de abrazarlo y besarlo.
– ¿Y bien? -le murmuró Seth al oído-. ¿Cómo lo estoy haciendo?
– No… no creo que necesites practicar más -logró decir Daisy.
Seth elevó la cabeza y la miró a los ojos. A causa de la penumbra, su expresión era ininteligible. La luz de la lámpara se reflejaba en la mejilla y en el hombro. A Daisy le faltaba el aire.
– No querrás que me detenga ahora, ¿verdad? -le preguntó Seth con voz profunda y cálida.
Daisy experimentó un anticipado sentimiento de vergüenza cuando él volvió a inclinarse para besarla en la boca. Sus labios eran sensuales, persuasivos y tiernos. Seth seguía apoyando sus brazos a los lados de Daisy. Solamente sus bocas se tocaban.
Daisy sabía que podía liberarse de él, sabía que tenía que hacerlo, pero una sensación placentera y dulce la invadió. Entonces, olvidó por completo el carácter arrogante de Seth y su propio enfado. Sólo era consciente del ardiente deseo que la dominaba.
Seth se dio cuenta del estremecimiento que la recorrió. Su beso se tornó más apasionado. Daisy, por fin, dejó de sujetar el edredón y pasó sus manos por el cuello de él.
– No querrás eso, ¿verdad, Daisy? -murmuró él sobre los labios de Daisy-. No querrás que me detenga ahora, ¿no?
Sí, era todo lo que ella tenía que decir. Era su oportunidad para manifestar que era eso lo que deseaba. Era su oportunidad para deslizarse hasta el otro extremo de la cama y darle la espalda y para salvar su orgullo y dignidad. Al día siguiente, se sentiría mejor por haberlo hecho.
– No -susurró en cambio.
Seth sonrió.
– No me pareció que lo quisieras -señaló él y volvió a besarla.
Esa vez el beso fue más insistente. Daisy había tomado una decisión y se abandonó al placer de devolverle el beso. Le resultó maravilloso ser capaz de explorar la suave piel de Seth. Le acarició la espalda lentamente, de la forma en que se lo había imaginado por la tarde. Se sentía como en el paraíso al sentir el peso de ese cuerpo excitado que reclamaba una respuesta.
Cuando Seth se enderezó ligeramente para apartar el edredón, Daisy sólo protestó porque él había dejado de besarla. Pero, enseguida volvió a inclinarse sobre ella. Le subió sensualmente el camisón y empezó a acariciarla con gran apremio.
Daisy gimió al sentir esos dedos sobre su piel. La sensación erótica aumentaba cada vez más y, embriagada de placer, ella se colocó encima de Seth. La suave luz de la lámpara los iluminaba como si fueran sólo una persona y resaltaba sus formas en la penumbra.
Lo único que les importaba era besarse y acariciarse. Era el turno de Daisy para inclinarse y besar a Seth lenta y sensualmente. Comenzó por la boca, siguió hacia abajo, hasta el cuello y finalmente, le recorrió el torso.
Daisy desabrochó el primer botón de los pantalones de Seth. Hizo una pausa y le sonrió débilmente.
– No querrás que me detenga ahora, ¿verdad?
– No -dijo Seth con una risa entrecortada.
Acto seguido, le dio la vuelta para que se pusiera otra vez debajo de él.
– No quiero -susurró nuevamente sobre la piel de Daisy.
Le quitó el camisón y lo arrojó al suelo. Después hizo lo mismo con sus pantalones. Finalmente, experimentaron la erótica sensación del roce de los cuerpos desnudos. Estaban muy excitados. Sus besos eran cada vez más ardientes y sus manos exploraban al otro con anhelo y urgencia.
Daisy se sentía llena de fuego. La dominaba un vertiginoso deseo que crecía y crecía a medida que él la tocaba. Seth era tan fuerte y seguro. Ella deseaba hundirse en su inquebrantable firmeza y aferrarse a él como si fuera un ancla. La turbulenta ola de pasión amenazaba con apartarla de todo lo que había conocido hasta ese momento.
La sensación era tan poderosa que ella tuvo que gritar el nombre de Seth, movida por el pánico y la necesidad. Y él estaba allí, dentro y fuera de ella. Después de un instante de alivio exquisito, comenzaron a moverse acompasadamente, impulsados por el deseo.
Al principio, lo hicieron con lentitud y murmuraban el nombre del otro. Luego, el movimiento fue más rápido. Ella lo abrazó y le clavó los dedos en la espalda. No podía pensar ni hablar. Experimentó una ciega confianza en él para que la condujera al éxtasis.
Y él lo hizo. La guió sensualmente hasta que perdieron el control. Se dejaron llevar por una fuerza poderosa e irresistible. El clímax fue impresionante. Los dejó temblando.
Después de un rato, Daisy abrió los ojos. Se dio cuenta de que seguía acariciando los hombros de Seth y, con suavidad, dejó de hacerlo para dedicar su atención a la espalda. La recorrió una agradable sensación de plenitud. Nunca había experimentado algo así.
Le parecía que la tensión que había acumulado desde que conoció a Seth se había evaporado y transformado en un sentimiento gozoso.
Читать дальше