– No seré yo el que rompa una familia feliz -dijo Lewis con tristeza-. No soy ningún monstruo. Estaba claro lo que querías y ahora que lo has conseguido, no voy a insistir en que cumplas tu contrato.
– Podríamos considerar que se trata de unos días libres -dijo Martha. No quería parecer desesperada, pero no sabía lo que Lewis pretendía.
– No creo que quieras comprometerte a nada -dijo él-. No sabemos lo que va a pasar. Quizás a Rory le guste tanto la vida en familia que no quiera volver al proyecto. Mañana llamaré a Savannah, a ver si está lista para hacerse cargo de Viola. Si es así, ya no te necesitaré.
Aquello le dolió. Ni siquiera iba a intentar persuadirla.
No tenía elección. No podía insistir en quedarse con Viola después de lo que había dicho la noche anterior, pero decir adiós a aquella preciosa niña era una de las cosas más difíciles que había hecho nunca. Había llegado a quererla mucho y la iba a echar de menos. A ella y a su tío.
Hasta el último minuto Martha tuvo esperanzas de que Lewis cambiara de opinión. Su última mañana transcurrió con una extraña normalidad. Viola y Noah se habían despertado temprano y estaban desayunando en la cocina cuando entró Lewis. Se sirvió una taza de café.
Martha cerró los ojos y deseó dar marcha atrás en el tiempo. Él se acercaría como cada mañana y la besaría. Luego, por la noche, cuando volviera de trabajar reiría y jugaría con los niños. Pero ya nada de eso iba a suceder. Esa noche, cuando volviera, ella ya se habría ido. Por mucho que lo deseara, las cosas no iban a cambiar.
Lewis terminó su café y dejó la taza. Su cara parecía una máscara, pero vio como sus ojos se posaban sobre Noah y, por un momento, la expresión de su rostro se suavizó.
– Tengo que irme -dijo bruscamente-. Gracias por todo.
¿Gracias por todo? ¿Así se despedía? Martha pensó en todo lo que habían compartido, en las conversaciones en el porche y en las cálidas noches de las que habían disfrutado. Sintió deseos de arrojarle algo a la cabeza.
Estaba enfadada con Lewis y con ella misma, pensó mientras hacía la maleta. Sabía cómo era él y lo que quería. ¿Por qué entonces se había dejado llevar por sus sentimientos?
Todo era culpa suya. Había terminado olvidándose de lo que era su prioridad. Noah necesitaba un padre y ella tenía que haberse preocupado de procurarle una buena familia, no de las caricias y los besos de Lewis.
Ahora tenía la oportunidad de arreglarlo. Rory era el padre de Noah y parecía encantado con la idea de ser padre. Era la oportunidad de construir un futuro para su hijo.
Martha cerró de golpe la maleta. Se dijo que ella era una mujer práctica y no estaba dispuesta a dejarse llevar por romanticismos. Era hora de dar por concluida su relación con Lewis y de seguir con su propia vida.
Pero primero tenía que despedirse de Viola. Esa mañana, la niña estaba muy simpática. Era encantadora cuando estaba así, pensó Martha sintiendo un nudo en la garganta. Cuando el taxi llegó y la niña se dio cuenta de que Martha y Noah se marchaban dejándola allí, rompió a llorar.
Eloise no podía consolarla.
– Debería quedarse -dijo Eloise a Martha con tristeza-. Éste es su sitio.
Martha apenas podía hablar.
– No puedo -dijo con voz entrecortada.
– No sé por qué tiene que irse.
Lo cierto era que Martha tampoco lo sabía. Sólo sabía que Lewis le había dicho que ya no la necesitaba.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Martha al despedirse de Viola.
– Volveré a verte -prometió Martha-. Ahora, será mejor que me vaya.
En aquel momento, Eloise también había comenzado a llorar.
Rory no entendió por qué Martha estaba tan triste.
– No te preocupes, Viola estará bien -le dijo Rory después de explicarle Martha lo difícil que había sido despedirse-. Al fin y al cabo, los bebés no se enteran de quién los cuida.
Llevaba cinco minutos ejerciendo de padre y, de repente, ya era todo un experto en bebés, pensó Martha. Estaba demasiado cansada para corregirlo. Aun así, hizo un esfuerzo y trató de mostrar entusiasmo cuando él le enseñó la casa.
– ¿Qué te parece? -le preguntó cuando acabaron de recorrerla.
Martha pensó que era horrible. Era una casa pequeña y cuadrada, con pocos y destartalados muebles. La nevera estaba llena de cervezas y poco más. Parecía un basurero más que una casa.
El jardín estaba descuidado y lleno de botellas vacías. El salón estaba repleto de papeles, tubos de ensayo, latas de refresco vacías y revistas científicas. El aire acondicionado emitía un molesto ruido.
Descorazonada, Martha abrazó a Noah mientras miraba a su alrededor. No había porche, ni ventiladores de techo ni playa al otro lado del jardín. Y lo que era peor, no estaban Eloise ni Viola ni Lewis.
Aunque ahora estaba a punto de formar una familia.
– Esta es mi habitación -dijo Rory. Estaba tan desordenada que el resto de la casa parecía impecable en comparación.
Retiró la ropa que estaba en el suelo y se sentó sobre la cama.
– Tendremos que retomarlo donde lo dejamos -dijo sonriendo con picardía.
Martha trató de animarse. Rory era guapo, rubio, atractivo y la deseaba a ella, con sus patas de gallo y sus estrías. Debería estar feliz, pero no lo estaba.
– No creo que sea una buena idea -dijo Martha desde la puerta-. Al menos de momento. Será mejor que nos vayamos conociendo poco a poco antes de dormir juntos.
Quién sabe si después de todo sería mejor estar con un hombre joven con encantadores ojos azules y cuerpo perfecto que con un hombre maduro.
– Antes tampoco nos conocíamos -dijo Rory sorprendido.
Era cierto, pensó Martha con tristeza.
– Entonces era diferente -fue todo lo que pudo decir para tranquilizarlo-. Además es posible que Noah se despierte en medio de la noche. Será mejor que duerma con él hasta que se acostumbre. Así tendremos tiempo de conocernos y después, ¿quién sabe?
Era una buena idea, pero no parecía una manera alegre de iniciar una nueva vida en familia para Noah.
Martha recordó las largas noches que había pasado con Lewis, llenas de pasión y deseo. Pero rápidamente apartó esos pensamientos. Estaba intentando crear una familia para Noah.
Tal y como Martha había dicho, Noah estuvo intranquilo aquella primera noche. No paró de llorar y ella, cansada, sintió deseos de hacer lo mismo. Echaba de menos la casa en la playa. Echaba de menos a Viola y echaba de menos a Lewis.
Hizo cuanto pudo por tranquilizar a Noah y que dejara de llorar, pero las paredes parecían de papel y el llanto se oía por toda la casa. A la mañana siguiente, Rory estaba agotado.
– Imagino que son los inconvenientes de ser padre -bromeó.
– Me temo que sí -dijo Martha. Aunque lo justo era que se turnaran para atender al bebé por la noche, pensó ella. Incluso Lewis se levantaba alguna noche para que Martha pudiera descansar.
Tenía que dejar de pensar en Lewis.
– ¿Quieres que prepare algo para cenar? -preguntó ella.
Rory no mostró ningún entusiasmo. Martha pensó que con el poco dinero del que disponía, era probable que prefiriera gastarlo en cerveza. Una rápida mirada a la cocina revelaba los escasos enseres de los que disponían.
Dedicó todo el día a recoger y limpiar la casa, lo que fue un gran error. Cuando Rory llegó a casa se enfadó mucho.
– Pero, ¿qué has hecho? -preguntó mientras miraba a su alrededor-. Ahora, ¿cómo sabremos dónde está cada cosa?
Más tarde, tras darse una ducha, Rory se disculpó.
– Lo siento, he tenido un mal día. No sé qué tiene ese Lewis contra mí, pero parece que no hago nada bien -dijo, y sonrió antes de continuar-. Venga, vamos a dar una vuelta y a tomar una copa.
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