Eran casi las dos cuando Peter la llevó de vuelta. Habían sido las cuatro horas más aburridas de su vida. Temía el momento de la despedida, por si Peter se había hecho ilusiones de recibir una muestra física de gratitud. Por suerte, Lewis estaba sentado en el porche y se levantó al verlos llegar.
– Gracias por una noche tan agradable -dijo Martha mientras abría la puerta del coche.
– ¿Dónde ha estado? -le preguntó Lewis viéndola subir los escalones del porche. Peter arrancó el motor del coche y se marchó.
– Disfrutando de la vida nocturna de Perpetua.
– ¿Hasta las dos de la madrugada?
– Eso es lo que tiene la vida nocturna -dijo Martha con ironía-. Que sólo ocurre por la noche. Ya veo que para usted, la noche acaba a las diez, pero para los demás lo mejor viene después de la medianoche.
– Me podía haber avisado que no volvería a casa después de la recepción -protestó Lewis.
– Podía haberlo hecho, pero no lo hice por dos motivos -contestó ella, y pasó a su lado en dirección al salón, antes de continuar-: Primero, porque pensé que estaría en la cama durmiendo y segundo, porque no tengo que darle explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre.
– No podía quedarme dormido sabiendo que no estaba en casa -dijo Lewis furioso-. No sabía dónde estaba o con quién. No sabía lo que estaba haciendo. ¿Y si la hubiera necesitado?
Martha se sentó en el brazo de sofá y se quitó los zapatos.
– ¿Para qué me podía necesitar?
– Podía haberles ocurrido algo a Viola o Noah -contestó Lewis tras unos instantes.
– ¿Están bien?
– Sí, no se preocupe.
Martha se frotaba los pies. Aquellos zapatos eran muy bonitos, pero incómodos para bailar.
– Le diré una cosa -dijo ella-. La próxima vez que salga, lo llamaré cada hora para decirle donde estoy. ¿Le parece bien?
Lewis se quedó serio ante su ocurrencia.
– ¿Qué quiere decir la próxima vez? -le preguntó-. ¿Va a verse con ese hombre otra vez?
Martha se quedó silenciosa.
– No hemos quedado en nada firme pero, ¿quién sabe? -dijo airosa-. Peter es muy agradable -mintió.
Las cejas de Lewis se fruncieron, uniéndose sobre la nariz.
– Creí que estaba buscando al padre de Noah.
– Claro que sí, pero no he encontrado a nadie que lo conozca.
– Y mientras, se entretiene buscando un sustituto, ¿no? -dijo Lewis, mientras caminaba de un lado a otro del salón. Martha lo miraba furiosa.
– ¿Qué quiere decir?
– He visto el modo en que hablaba con los hombres que había en la recepción -dijo él en tono acusador-. Parecía estar buscando una alternativa en caso de que Rory no aparezca.
Los ojos de Martha brillaban con furia.
– Mi hijo se merece lo mejor. Tiene derecho a tener un buen padre. Puede que su verdadero padre no quiera hacerse cargo de él, pero no por ello voy a dedicarme a buscar al padre perfecto en todas las fiestas a las que asista.
– ¿Y por qué no ha dejado de flirtear en toda la noche?
– No he estado flirteando. Usted y Candace me dejaron claro que estaba de más, así que decidí dejarlos solos. Mi única intención era ser amable.
– ¿Amable? -preguntó Lewis pronunciando lentamente cada sílaba-. ¿Qué quiere decir exactamente?
– Bueno, hace tiempo que no consulto su significado en el diccionario -dijo Martha con ironía, tratando de contener su enojo-. Pero creo que tiene que ver con ser educado, sonreír y mostrar interés por otras personas, que era exactamente lo que hice. No sé a dónde quiere ir a parar.
Se hizo una pausa. Lewis retiró su mirada.
– No me ha gustado -dijo. Parecía que le costaba hablar-. No me gusta verte prestando atención a otros hombres. Tampoco me gusta ver que otros hombres se interesan por ti. Estoy celoso -añadió tranquilamente, mirándola directamente a los ojos y tuteándola por primera vez-. Quiero que seas amable sólo conmigo.
Aquellas palabras fueron tan inesperadas que Martha se quedó ensimismada observándolo sin saber qué decir. No estaba segura de haber entendido bien lo que le acababa de decir.
– ¿Por qué? -preguntó de manera estúpida.
– ¿Que por qué? Mírate -dijo Lewis y se giró-. ¿Qué hombre no te desearía? Esta noche estás espectacular.
Martha abrió la boca para decir algo, pero se contuvo.
– Creí que no te gustaba mi vestido -fue todo lo que consiguió decir tras unos instantes.
– No es el vestido lo que no me gustó -dijo encogiéndose de hombros.- Lo que no me gustó fue que quisieras ir a esa fiesta. Habría preferido que te hubieras quedado en casa conmigo.
– ¿Por qué? -dijo Martha. Estaba confusa.
Lewis se acercó y tomó los zapatos de sus manos, dejándolos caer sobre el suelo de madera.
Martha sintió que el corazón le latía con fuerza. Tenía la boca demasiado seca para hablar. Sentía el calor de su mirada y no podía retirar sus ojos de los de él. Se quedó paralizada disfrutando de ese momento. Temía que, si se movía, aquel instante desapareciera.
– ¿Tú por qué crees? -le preguntó mirándola con intensidad-. Estoy seguro de que sabes que no he podido dejar de pensar en el beso que nos dimos y en desear volver a acariciarte. Cada vez que te veo con esa camisa que te pones para dormir, siento deseos de quitártela. Quiero desabrocharte los botones uno a uno muy lentamente. Quiero acariciarte como lo hice esa noche y acabar lo que empezamos.
Martha humedeció sus labios.
– Pero parecías molesto.
– No era la primera vez que deseaba besarte, pero no debí hacerlo de aquella manera.
– ¿Y si te digo que me gustó? -dijo Martha con voz temblorosa, y lo miró directamente a los ojos-. De hecho, yo también lo deseaba.
– ¿De verdad? -preguntó Lewis dubitativo.
Martha dejó escapar un largo suspiro. Quería olvidarse del futuro y pensar tan sólo en el presente y en lo que deseaba en ese instante. No quería pensar en nada más que no fuera en Lewis y en sus ojos, sus manos, su boca y en el calor de su cuerpo junto al suyo.
– Sí -contestó ella.
Lewis tomó las manos de Martha entre las suyas.
– ¿Estás segura?
– Lo estoy, ¿y tú?
– ¿Que si estoy seguro? -dijo Lewis, y soltó una carcajada-. Llevo tiempo pensando en esto. Sí, claro que estoy seguro.
Lewis inclinó su cabeza y sus labios se unieron en un cálido beso que se prolongó durante largos segundos hasta que tuvieron que separarse para recuperar el aliento. Lewis acarició con sus manos la suave melena de Martha.
– Estoy completamente seguro.
A partir de ese momento, no fueron necesarias más palabras.
Cuando Martha se despertó a la mañana siguiente, estaba apoyada contra la espalda de Lewis. Él estaba tumbado boca abajo y parecía estar dormido. Le besó el cuello.
Él se movió ligeramente y ella lo volvió a besar, esta vez en el hombro.
No obtuvo respuesta. Martha se incorporó y decidió emplearse a fondo. Comenzó a besarlo en el cuello y siguió hasta el lóbulo de la oreja, volviendo por su mejilla hasta la comisura de los labios.
– ¿Estás despierto? -susurró, al advertir una ligera mueca en sus labios.
– No -contestó suavemente Lewis.
– ¿Ni tan siquiera un poquito?
– No -dijo de nuevo él. Entonces, se giró por sorpresa, se colocó sobre ella y la besó.
Martha sonrió con satisfacción y se desperezó bajo el cuerpo de Lewis.
– ¿Qué hora es? -preguntó.
Lewis se incorporó para mirar el reloj que había sobre la mesilla de noche.
– Es demasiado pronto para levantarnos -contestó, y volvió a acomodarse sobre el cuerpo de Martha, descansando la cabeza sobre su cuello-. Parece que los bebés todavía duermen.
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