– En ese caso, siento haberte despertado -dijo Martha rodeándolo con sus brazos-. ¿Quieres seguir durmiendo?
Se quedaron en silencio y, por un momento, Martha pensó que dormía hasta que sintió sobre su piel cómo se reía.
– No creo que pueda hacerlo ahora -dijo Lewis mientras comenzaba a bajar besando su cuello-. ¿Y tú? ¿Tienes sueño?
– No -dijo Martha jadeante al sentir cómo sus manos la recorrían-. No tengo nada de sueño.
ASÍ COMENZÓ una época dorada para Martha. En algunos aspectos nada había cambiado. Lewis iba a trabajar cada día y ella seguía ocupándose de la cocina y de los niños.
Pero otras cosas sí que habían cambiado. Martha nunca se había sentido tan realizada, tan completa, tan viva. Nunca antes había sentido que la felicidad pudiera llegar a ser una sensación física. Sentía un estremecimiento interior que se extendía por todo su cuerpo cada vez que estaba con él.
Era feliz cuando miraba a los bebés; cuando desde el porche vislumbraba el reflejo del mar entre las palmeras; cuando se despertaba cada mañana junto a Lewis y recorría con su mano su ancho pecho; cuando lo besaba y disfrutaba del olor de su piel.
Lewis estaba feliz. En ocasiones, Martha se detenía observando cómo jugaba con los niños y sentía que su corazón se derretía. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era besarla y tomar en sus brazos a Noah o a Viola y hacerles carantoñas hasta hacerlos gritar de alegría. En esos momentos se sentía locamente enamorada de él.
Más tarde, cuando los bebés dormían, se sentaban en el porche y hablaban. Muchas veces Martha perdía el hilo de la conversación pensando en lo que sucedería un rato más tarde, en la cama. Entonces, sentía un escalofrío de placer. Sabía que una mirada era suficiente para que Lewis la hiciera sentar sobre su regazo. En cualquier momento, ella podía alargar su mano y acariciarlo. Y cuando no pudieran esperar más, él la llevaría a la cama y le haría el amor.
Nunca hablaban del futuro. En ocasiones, Martha trataba de imaginar lo que pasaría una vez transcurrieran los seis meses. Pero rápidamente se contenía. No quería pensar en ello. Sólo quería disfrutar el presente. Lewis también parecía feliz. Quizá se estuviera acostumbrando a vivir en familia, pero no quería preguntarle. Prefería que fuera él quien sacara el tema. En el fondo, Martha sabía que tenía que encontrar a Rory. Tenía que hablarle de su hijo, pero no tenía prisa por hacerlo. Todo lo que le preocupaba era el presente.
Así que disfrutaba de cada momento. Ella era feliz y Noah también. No podía pedir más.
– ¿Qué te parece si organizamos otra cena? -le preguntó Lewis un día.
Ella puso una cacerola sobre la lumbre y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sonrió.
– ¿A quién quieres invitar? -dijo, mientras Lewis la tomaba por la cintura.
– Al ingeniero residente y su esposa, al gerente y a un par de contratistas. También podemos invitar a Candace.
– ¿Candace? -dijo Martha sorprendida-. ¿Por qué?
– Tiene muchos contactos y pueden venirnos bien -respondió Lewis-. Será de gran ayuda.
Martha apretó los labios tratando de contenerse y se deshizo de los brazos de Lewis. Pretendió estar consultando una receta.
– Está bien -dijo Martha por fin.
– ¿No estarás celosa de Candace, verdad? -preguntó él con tono de sorna.
– No -mintió ella, pero sus ojos se encontraron con los de él y no le quedó más remedio que admitir lo evidente-. Bueno, quizás un poco. Es tan perfecta…
Lewis la hizo girar y la tomó con fuerza por la cintura. La miró fijamente.
– No tienes por qué estar celosa de ella -le dijo.
Martha observó la expresión de su rostro y lo que allí vio hizo que su corazón latiera desbocado. Ningún hombre miraría a una mujer de aquella manera si estuviera interesado en otra, y menos un hombre como Lewis. Estaba siendo inmadura.
– Sí, lo sé -dijo por fin. Pero no sentía ningún deseo de volver a ver a Candace.
Esa vez, la cena no fue el desastre que había sido la vez anterior. Martha controló todo a la perfección e incluso tuvo tiempo suficiente para arreglarse. Pero no pudo dejar de sentirse intimidada por la estricta perfección de Candace. Parecía que, hiciera lo que hiciera, siempre había algún descuido y ello se debía al hecho de ser madre.
Pero no le importaba. Si tenía que elegir entre ser la mujer perfecta o ser madre, tenía clara cuál sería su elección. Aun así, era un placer poder combinar ambas facetas.
Lewis y ella se comportaron como si nada ocurriera entre ellos. Pero Candace enseguida se percató que había algo entre ellos. Martha se dio cuenta de que no dejaba de observarlos con sus fríos ojos azules.
Candace no hizo ningún comentario, pero en cuanto se produjo el primer silencio en la conversación, aprovechó la ocasión y, dirigiéndose hacia Martha, le preguntó si había conseguido encontrar a Rory.
Martha miró a Lewis y observó con disgusto cómo la expresión de su rostro se endurecía al oír mencionar el nombre de Rory. Si la intención de Candace era recordar el propósito de su viaje, había acertado plenamente.
– No, todavía no -respondió Martha tras unos instantes de duda.
– Es una historia muy romántica -dijo Candace dirigiéndose al resto de invitados-. Martha perdió el contacto con el padre de su bebé y ha venido hasta aquí sólo para buscarlo, así que si alguno conocéis a algún biólogo marino, tenéis que avisarla.
Aquel comentario era una manera indirecta de decir que se acostaba con cualquiera, que se había quedado embarazada en un descuido y, por ello, había decidido atravesar continentes en busca de Rory, el padre de su hijo, con quien ni siquiera se había molestado en mantener el contacto.
Estaba claro que Candace estaba decidida a hacer todo lo posible por alejarla de la vida de Lewis, pensó Martha. Si hubiera estado segura de los sentimientos de Lewis, aquella situación habría sido divertida. Pero tenía la impresión de que sus desagradables comentarios lo estaban afectando.
Candace trató de sacar el tema de la maternidad y lo difícil que parecía ser para Martha, pero nadie mostró interés, así que acudió a otro de sus temas favoritos: los niños. Lo hizo de una forma muy astuta, elogiando en primer lugar a Martha por su paciencia.
A continuación recordó a los presentes, principalmente a Lewis, lo absorbentes que podían ser los bebés. Por último, preguntó a Lewis si esperaba tener noticias de su hermana en breve.
– Savannah debe de estar deseando tener a su hija de vuelta con ella -dijo Candace-. Debo decir que es admirable cómo te has ocupado del cuidado de Viola, trabajando a la vez en esos proyectos tan importantes.
– Es Martha quien se ha ocupado de cuidarla -dijo con tono cortante, que Candace pareció no advertir.
– Sí, cierto. Sé que es una niñera maravillosa -dijo poniendo a Martha en su sitio-. Pero no has tenido más remedio que hacerte cargo de tu sobrina. Recuerdo cuando me dijiste lo importante que era para ti tener una casa ordenada y tranquila. Estoy totalmente de acuerdo. Con un bebé cerca, eso será imposible, ¿no?
Le faltó recordarle que su vida volvería a ser perfecta tan pronto como se deshiciera de Viola y, de esa manera, ya no tendría sentido que Martha y Noah permanecieran allí, pero poco le faltó para hacerlo. Lewis permanecía callado y Martha temía que las palabras de Candace hubieran provocado el efecto que tanto buscaba.
Martha sintió que se le helaba la sangre. Habían sido muy felices. Candace no podía echarlo todo a perder de aquella forma.
Temía el momento en que los invitados se marcharan. Imaginaba que Lewis estaría recordando cómo solía ser su vida. Pero en cuanto la puerta se cerró después de que se hubieran ido, él suspiró aliviado.
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