Era un hombre joven y atractivo, y desprendía un encanto innato del que él carecía. Además, era el padre de Noah. ¿Qué podía él ofrecer comparado con todo aquello?
No estaba dispuesto a admitir que tenía miedo de que Martha tomara a Noah y lo abandonara a él por Rory. Por eso decidió que no había necesidad de que Martha supiera en aquel momento que había localizado a Rory. Pensaba decírselo más adelante, cuando Rory hubiera regresado al atolón. Así Martha daría con él cuando hubieran transcurrido los seis meses.
– Pensaba decírtelo, pero nunca encontraba el momento adecuado -dijo por fin. Aquella no era una buena excusa, pero tenía que intentar arreglar las cosas-. Quería que Rory se concentrara en el informe. Tiene que estar listo cuanto antes y tampoco tenías necesidad de contactar con él inmediatamente.
– Claro, lo primero es el informe -explotó Martha-. ¿Acaso se te había olvidado que él era la razón por la que vine hasta aquí?
Lewis se sentía acorralado. Todo lo que hacía parecía empeorar las cosas.
¿Sería Martha la que le hacía perder la calma? Lewis era conocido por su habilidad para resolver los problemas inmediatamente y su capacidad de tomar decisiones rápidas en las más duras negociaciones. Pero ahí estaba, tartamudeando y dando estúpidas explicaciones.
– Viola estaba enferma y tú tenías muchas cosas en la cabeza.
– Sí, una de ellas era encontrar al padre de Noah. Me habría gustado que hubieras sido tú el que me hubiera dado las buenas noticias.
– No sabía que sería una noticia buena -repuso Lewis.
Ella lo miró furiosa.
– ¿Qué quieres decir?
– Me dijiste que eras feliz -le recordó.
– Eso era antes de saber que eres capaz de mentirme sobre algo tan importante para mí.
Lewis tensó los músculos de la mandíbula.
– Además, no creo que Rory sea un buen padre para Noah. Es demasiado joven y no parece que se preocupe por nada. No me lo imagino cambiando pañales. Cuando está aquí, no sale de los bares y el resto del tiempo lo dedica al proyecto que está llevando a cabo en una minúscula isla deshabitada. Un atolón no es lugar para criar a un bebé.
– No eres tú el que tiene que decidir quién es buen padre para Noah y quién no -dijo Martha mirándolo con frialdad-. Lo cierto es que Rory es su padre y no hay nadie que pueda negar eso. Y francamente, tú no eres el mejor para hablar de la paternidad. Probablemente, Rory es mejor padre que tú. Al menos, él no es un mentiroso.
– Yo no he mentido.
– Entonces, cuando te pregunté si te había ocurrido algo interesante durante el día, como hacía cada noche cuando volvías a casa, y tú no me contaste que habías estado con el padre de mi hijo, el hombre al que llevaba meses buscando, ¿no me estabas mintiendo?
Lewis se dejó caer en una de las sillas y apoyó los codos sobre las rodillas, dejando escapar un suspiro.
– Mira, lo siento -dijo después de un largo silencio-. Pero no es el fin del mundo. Rory no va a ir a ningún sitio. Querías encontrarlo y lo has hecho. No entiendo cuál es el problema.
Martha lo miró con incredulidad. ¿De verdad no entendía cuál era el problema? Era como hablar con un ser de otro planeta.
– Haces que parezca que estoy haciendo una montaña de un grano de arena. ¿Puedes imaginar cómo me sentí cuando Candace vino a hablarme de Rory? Vino y se sentó ahí a regodearse. Sabía que tú no me habías dicho nada. ¿Tienes idea de lo humillada que me sentí? -se detuvo y tomó aire antes de continuar. No podía evitar que su voz temblara-. ¿Tienes idea de lo que se siente cuando descubres que el hombre con el que duermes y en el que confías, te miente para evitar contarte algo tan importante y además es tan estúpido que no entiende por qué te enfadas?
A pesar de su disgusto, Martha tenía esperanzas de que Lewis le dijera que no se lo había contado por miedo a perderla.
– No quería que olvidaras que si estás aquí es porque estás contratada. ¿Cómo iba a ocuparme de cuidar a Viola mientras tú ibas tras Rory McMillan?
¿Contratada? ¿Era eso todo lo que le preocupaba? Sintió que su corazón se encogía y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– No te preocupes, no olvido el contrato -dijo ella secamente-. Pero no hay nada en él que diga que no puedo hablar con Rory hasta que transcurran los seis meses -se paró al escuchar la bocina de un coche-. Ese debe de ser mi taxi.
¿Taxi? ¿Qué taxi? Lewis la observó cruzar el salón y tomar su bolso. Se sentía sorprendido y a la vez defraudado.
– ¿A dónde vas?
– Voy a buscar a Rory y a hablar con él.
– ¿Ahora? -preguntó, poniéndose de pie.
– Sí, ahora. No se me ocurriría interrumpirlo mientras está trabajando en ese informe tuyo, así que por la noche es el mejor momento para buscarlo. Dijiste que pasa todo su tiempo libre en los bares, así que no será difícil encontrarlo. La ciudad es pequeña.
– Y, ¿qué pasa con los bebés?
– Puedes encargarte tú -le contestó-. Dadas las circunstancias, es lo menos que puedes hacer.
Lewis la miró desesperado. Martha se iba; tenía la mano en el pomo de la puerta. Deseaba salir tras ella y rogarle que se quedara, pero estaba demasiado enfadada. No creería nada de lo que le dijera en ese momento.
– ¿Cuándo volverás?
– Cuando haya hablado con Rory -contestó ella desde la puerta. Su mirada era gélida-. No me esperes levantado.
Cerró la puerta y se fue.
Encontró a Rory en el tercer bar. Estaba sentado con otras personas, todos vestidos con pantalones cortos y camisetas. Eran jóvenes y estaban bronceados. Parecían salidos de una película.
Martha miró a Rory desde el otro extremo del bar y dudó. Era totalmente diferente a Lewis. Parecía más joven de lo que recordaba, pero su encanto era evidente a la vista de la joven rubia que estaba sentada junto a él, que no dejaba de mirarlo y de reír a carcajadas.
No era el momento adecuado. Rory estaba ocupado y, a juzgar por la situación, no deseaba ser interrumpido.
Pero, ¿qué podía hacer? La única alternativa que tenía era volver a casa con Lewis. En el fondo era lo que quería hacer, pero recordó con tristeza los motivos que le había dado para ocultarle el paradero de Rory: el informe medioambiental y su contrato. ¿Cómo iba a volver y admitir que ni siquiera había hablado con Rory?
Martha tomó aire y se dirigió a la mesa de Rory.
– Hola, Rory.
Rory la miró y, tras unos segundos, la reconoció.
– ¿Martha?
– Creí que no te acordarías de mí -dijo Martha forzando una sonrisa.
– Claro que sí -aseguró. Se puso de pie y la abrazó-. Me alegro de verte. Eres la última persona que esperaba encontrarme aquí, por eso he tardado en reconocerte. Además estás muy cambiada.
– ¿De verdad? -preguntó Martha sorprendida-. ¿En qué he cambiado?
Pero Rory estaba acercando una silla para que se sentara y no contestó. Llamó a la camarera y le pidió otra cerveza.
– Chicos, moveos -dijo Rory a sus acompañantes, haciéndole sitio a su lado.
A pesar de que la joven rubia disimuló su enfado, Martha se sintió incómoda. No quería que su presencia molestase a nadie.
– Os presento a Martha -dijo Rory, y a continuación le fue diciendo el nombre de todos los demás, aunque el único nombre que Martha consiguió retener fue el de Amy, la chica rubia-. Conocí a Martha el año pasado cuando estuve en Londres. Es editora de moda.
Nadie dijo nada, pero todos la miraron incrédulos. Fue la prueba de lo mucho que San Buenaventura la había cambiado. Se había ido de casa tan enfadada que no se había cambiado de ropa ni se había maquillado. Se sentía avergonzada de las arrugas alrededor de sus ojos y de las canas que asomaban en su oscura melena.
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