Como si la orquesta le hubiera leído el pensamiento, empezaron a tocar una pieza lenta. Tal vez, lo mejor era hablar.
– ¿Es Philippe? -preguntó él, con voz triste.
Durante un momento, Polly no pudo recordar a quién se refería Simon. Aturdida, levantó la cara y lo miró.
– ¿Philippe?
– Tenía miedo de que él te hubiera hecho daño.
Creí que estabas triste por él cuando el idiota de Giles empezó a hablar del matrimonio con tan poco tacto.
– Oh -respondió Polly, asimilando aquellas palabras poco a poco-. No estaba triste por Philippe. No lo he visto desde junio.
– ¿Cómo dices? -preguntó Simon, asombrado-. ¡Yo pensé que habías estado, con él todo este tiempo!
– No, he estado en Niza. Conseguí un trabajo de camarera y he estado allí tres meses. Es un récord para mí, ¿verdad? -explicó, con una sonrisa forzada-. Ahora hablo francés bastante bien. Estarías orgulloso.
– Pero… -empezó Simon, más interesado en lo que había ocurrido con Philippe-… pero, ¿qué ocurrió entre vosotros?
– Bueno, las cosas no salieron bien -respondió ella, sin querer entrar en detalles. ¿Cómo podría decirle a Simon que se había pasado todo el verano sola mientras él lo empleaba enamorándose de otra mujer?
– ¿Y tú? -preguntó con una brillante sonrisa-. Me han dicho que estás enamorado.
– Así es -respondió él, atónito-. ¿Cómo lo sabes?
– Me lo ha dicho Emily.
– Ah.
– ¿Es agradable?
– ¿Quién?
– La chica de la que estás enamorado.
– Sí.
– ¿Bonita?
– Yo creo que es guapísima -respondió él, bajando los ojos para mirarla.
– Es perfecta -añadió ella, sin saber por qué se estaba torturando de aquella manera.
– No, no es perfecta. Hay un par de cosas sobre ella que me sacan de quicio, pero tiene la sonrisa más maravillosa y los ojos más sinceros que yo he visto en toda mi vida. Ella es la única mujer que quiero a mi lado.
– ¿Te vas a casar con ella? -preguntó Polly, a punto de llorar, con voz temblorosa.
– Si ella me acepta…
– ¿Es que todavía no se lo has preguntado?
– No. ¿Crees que debería hacerlo? -preguntó Simon.
– Sí… si estás seguro de que la amas.
– Lo estoy. Estoy más seguro que nunca de que la amo y de que quiero pasar el resto de mi vida con ella.
– En ese caso, deberías pedírselo -le dijo Polly, preguntándose cómo podría estar soportando aquello.
– ¿Y si ella no me corresponde?
– ¿Es que no estás seguro? -preguntó ella, mirándole con los ojos llenos de lágrimas.
– No, pero si tú crees que debería preguntárselo de todos modos, lo haré.
Las puertas de la sala de baile habían sido abiertas para dejar que entrara el aire fresco de la noche y, poco a poco, Simon fue sacando a Polly a la terraza. Al salir a las sombras de la noche, él la soltó, pero sólo para estrecharla aún más entre sus brazos.
– Polly, ¿quieres casarte conmigo?
Polly oyó las palabras, pero no pareció entenderlas. Era imposible que Simon le hubiera pedido a ella que se casara con él cuando estaba enamorado de otra persona. Ella se lo quedó mirando fijamente, muy pálida. Simon sonrió.
– Claro que eres tú -añadió él-. ¿Qué otra mujer podría ser?
– Pero si tú no me amas -susurró ella.
– Sí que te amo. Te amo más de lo que te podría decir con palabras. Antes creía que eras una niñata tonta, pero cuando abriste la puerta de la casa de los Sterne, habías cambiado. Ya no eras aquella niña. Y luego me besaste. ¿Te acuerdas de aquel beso, Polly? Lo hiciste como si cualquier cosa. Para ti, era sólo un experimento para ver si me veías con otros ojos después y a ti no te hizo sentir nada. Pero a mí, me hizo enamorarme perdidamente de ti. Antes de que me pudiera dar cuenta, ya no era capaz de imaginarme la vida sin ti.
– Pero… yo soy desordenada, desorganizada…
– Lo sé, pero cuando te fuiste de mi casa, ésta se quedo vacía, sin vida. No podía soportarlo. Hubiera hecho cualquier cosa para que regresaras… Yo no quería enamorarme de ti, Polly, hice todo lo que pude para resistirme. Sentía celos de Philippe y sabía que tú nunca te enamorarías de mí de la manera en que yo lo estaba de ti. ¿Cómo podrías haberte enamorado de mí cuando estaba todo el día criticándote y discutiendo contigo? De la única manera en la que podías pensar sobre mí era como un gruñón hermano mayor.
– Nunca te consideré un hermano mayor, Simon -dijo Polly, casi sin creer lo que él la estaba diciendo-. El hermano de Emily, sí, pero no el mío.
– Bueno, ya sabes a lo que me refiero.
– Sí, lo sé -reconoció Polly, sonriendo con sinceridad por primera vez-. Sé exactamente a lo que te refieres. Sé lo que es descubrir que alguien al que nunca has tomado en serio se ha convertido de repente en la persona más importante de tu vida. Sé lo que es enamorarse y no ser capaz decirle al amado lo que sientes porque no puedes creer que pueda enamorarse alguna vez de ti.
– Polly… Polly, ¿qué me estás diciendo?
– Te estoy diciendo que te equivocas -confesó ella, derramando por fin las lágrimas que había estado conteniendo todo el día-. Que puedo amarte de la manera que tú me amas a mí y que efectivamente… estoy enamorada de ti.
Al momento, Polly se encontró entre los brazos de Simon y sintió cómo una cascada de felicidad se apoderaba de ella. Él la besó de la manera que ella había soñado tantas veces. Polly le correspondió, rodeándole el cuello con los brazos, como si quisiera asegurarse de que aquello no era un sueño.
– Polly -dijo Simon por fin, con voz temblorosa mientras le tomaba la cara entre las manos-. Dímelo otra vez, Polly. Dime que me amas.
– Te amo.
– Una vez me dijiste que, cuando te enamoraras de alguien, sería para siempre.
– Lo sé y así será. Te amaré para siempre… y ya sabes que yo siempre cumplo mis contratos.
– Entonces, ¿te casarás conmigo?
– Sí -respondió ella, y Simon volvió a besarla.
– Tengo algo para ti -dijo él después, cuando levantó la cabeza y Polly descansaba la cabeza plácidamente en su pecho.
Simon se puso a rebuscar en el bolsillo y sacó la alianza de zafiros y diamantes que habían comprado juntos en Francia. A Polly se le encendieron los ojos y a él se le hizo un nudo en la garganta por la felicidad que sentía al verla tan alegre.
– ¡Mi anillo! -exclamó ella, mientras Simon se lo ponía en el dedo.
– Esta vez es un compromiso de verdad, Polly. Lo he llevado encima desde el día en que me lo devolviste -confesó él-. Era todo lo que me quedaba de ti. Solía mirarlo de vez en cuando, deseando que te cansaras de Philippe y volvieras conmigo…
– Ojalá lo hubiera sabido -suspiró Polly, estrechándole entre sus brazos-. Hemos perdido tanto tiempo…
– No debería haberte dejado marchar, pero me parecía que estabas tan segura de que querías estar con Philippe… Yo esperaba que no tardaras mucho en darte cuenta de que él no era hombre para ti y que regresarías a mi lado, pero no lo hiciste…
– Casi lo hice. Philippe me dijo que debería decirte lo que sentía y me estaba llevando a tu casa cuando vi a Helena en el pueblo. Di por sentado que le habías pedido que fuera a verte, así que no me pareció que hubiera motivo alguno para decirte nada. Así que, me subí en el primer tren que llegó a la estación. No podía soportar el verte con Helena.
– Yo no sabía que la habías visto. Eso debió ser antes de que ella llegara a casa. Apareció tan fresca y segura de sí misma, esperando que lo retomáramos todo donde lo habíamos dejado. ¡Incluso había comprado cosas para la comida! Me dijo que te había visto, pero que no se acordaba de quién eras, así que te describió a ti y a Philippe. Por eso supe que estabas con él. Helena no dejaba de hablar sobre ti, preguntándose por qué tu cara le resultaba tan familiar y lo que estarías haciendo en Francia con un hombre tan guapo…
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