Al mirarla, se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que le había visto la cara desde que había ido a recogerla a la fiesta. Al ver la mirada triste que tenía en los ojos, se sintió desorientado. Sólo había esperado ver pura felicidad.
– ¿Te pasa algo, Polly?
Polly quiso responder que todo iba mal, pero allí estaba él, de pie, con la camisa abierta. Resultaba una imagen de lo más tentadora para ella. Polly quiso acercarse a él y apoyar la cabeza sobre su pecho y oír los tranquilizadores latidos de su corazón. Polly deseaba tanto hacer aquello que las lágrimas estuvieron a punto de escapársele de los ojos, por lo que tuvo que dirigirse al lado opuesto de la habitación.
– No -respondió ella, sentándose en la cama-. Es que estoy un poco cansada, eso es todo. Ha sido una tarde de lo más emocionante.
Polly hubiera deseado que él no la hubiera mirado, por si él notaba que se le estaba partiendo el corazón. No quería que Simon se sintiera culpable por no poder amarla tanto como ella lo amaba a él. Él le había dado lo que creía que ella quería y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo por él. El quería marcharse a casa, con Helena. Todo lo que tenía que hacer era convencerlo de que estaba bien.
– ¿Qué podría pasarme? -añadió, lanzándole una sonrisa por encima del hombro-. He estado bailando toda la noche con el hombre más guapo que conozco y mañana voy a volver a verlo.
– Parece que, después de todo, has conseguido el amor maravilloso y romántico que estabas buscando -respondió Simon, con pesar.
– Sí.
Sin embargo, se sintió de lo más aliviada cuando por fin apagaron las luces y pudo dejar de sonreír.
– Adiós, Polly -le dijo Chantal, dándole un afectuoso abrazo-. Muchas gracias por todas esas maravillosas comidas.
– Ojalá no tuvierais que marcharos -respondió Polly, muy sinceramente.
– Me temo que no podemos hacer otra cosa -replicó Chantal-. En cualquier caso, creo que ya va siendo hora de que tú y Simon paséis algún tiempo solos. Nos avisareis cuando sepáis la fecha de la boda, ¿verdad?
– ¿Qué boda? -preguntó Polly, inocentemente.
– ¡La vuestra, por supuesto! -exclamó Chantal, riendo.
– Te enviaremos una invitación tan pronto como esté todo organizado -afirmó Simon, tomando a Polly por la cintura.
Aquel abrazo era agridulce. Sería la última vez que tendrían que mentir, la última vez que Polly sentiría el cuerpo de Simon contra el suyo. Cediendo a la tentación, ella lo tomó también por la cintura, esperando que nadie notara lo mucho que luchaba por no llorar.
Julien la besó afectuosamente y le dio un golpe a Simon en los hombros.
– Seguiremos en contacto sobre lo de esa fusión -prometió-. Y no esperéis demasiado para decidiros por la fecha de la boda. Estáis hechos el uno para el otro.
Simon y Polly siguieron abrazados mientras el coche se perdía en la distancia. Era casi como si los dos estuvieran deseando prolongar aquel momento antes de separarse para siempre. Por fin, el coche desapareció, dejando sólo el rugido del motor y las palabras de Julien flotando en el aire.
«Estáis hechos el uno para el otro…»
Sin embargo, no era así. Ya no quedaba nada que les mantuviera abrazados y que les impidiera separarse y marchar en direcciones opuestas. Fue Simon el que dejó caer el brazo el primero. Al sentir que lo hacía, Polly hizo lo mismo, ya que no quería que él pensara que ella estaba intentando prolongar aquel momento. El silencio era desolador.
– Se van a sentir muy desilusionados cuando sepan que no nos vamos a casar -comentó ella, con la voz temblorosa.
– Sí.
– ¿Qué piensas decirles?
– No sé. Diré que tú encontraste a otra persona. Además, si todo sale bien entre tú y Philippe, será cierto.
– Será un alivio dejar de fingir, ¿verdad? -afirmó Polly, dando vueltas el anillo de compromiso alrededor del dedo.
– Sí.
– Ya no me necesitas.
– No -replicó Simon, tras un momento de duda.
– Entonces, es mejor que te quedes con esto -replicó ella, sacándose el anillo del dedo y entregándoselo.
– ¿Estás segura de que no quieres quedártelo? -preguntó él, sin tomarlo.
– Sí. Un anillo de compromiso es algo muy especial. Éste sólo representa una farsa. La próxima vez que lleve un anillo, quiero que sea de verdad. Ya no quiero mentir más -añadió, pensando que aquellas palabras resultaban irónicas. Lo que estaba haciendo era mentir para no confesar que amaba a Simon.
– De acuerdo -dijo él, metiéndose el anillo en el bolsillo-. ¿Quieres llamar a Philippe?
– Preferiría hacerlo desde el pueblo -respondió Polly, a punto de llorar-. ¿Crees que podrías llevarme en el coche?
– Claro. Estoy seguro de que tienes muchas ganas de marcharte con él.
Polly quería gritar a los cuatro vientos que no quería marcharse de allí que quería estar con él. Sin embargo…
– Sí -replicó ella-. Voy a recoger mis cosas.
UNA de las veces que bajaron de compras a Marsillac, Simon había insistido en comprarle una maleta. Polly la hizo muy lentamente, con un nudo en la garganta por el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar. Todo lo que iba poniendo dentro le recordaba un momento pasado con Simon, un momento en el que ella todavía no había sabido que lo amaba.
Cuando ella bajó con la maleta, él la estaba esperando al pie de las escaleras. Tenía el rostro impasible, pero la boca estaba pálida y rígida.
– ¿Ya lo tienes todo?
– Creo que sí -respondió ella, con una débil sonrisa-. He intentado dejarlo todo bien recogido.
– Entonces, ¿ya estás lista?
Polly asintió con la cabeza, ya que EL nudo que tenía en la garganta le impidió hablar. Al salir de la casa, no se volvió para mirarla y se metió rápidamente en el coche. Sin embargo, cuando iban por la carretera, Polly se sintió como si se dejara algo muy valioso detrás de ella.
Aquel viaje en coche fue una agonía, sin embargo, Polly deseaba que terminara y lo temía al mismo tiempo. Ante la perspectiva de decirle adiós a Simon sentía un dolor profundo en la garganta y los ojos le dolían por el esfuerzo de contener las lágrimas. Aunque hubiera querido hablar, no hubiera podido.
Simon insistió en ir al banco y sacó lo que a Polly le pareció una ingente cantidad de dinero.
– Es demasiado -le dijo ella, cuando Simon se lo entregó.
– Es lo que acordamos.
– Yo no he hecho nada para merecer esto -replicó ella, tomando el dinero de mala gana-. Sólo he estado de vacaciones durante dos semanas.
– Has cocinado y has hecho que Chantal y Julien se sientan bienvenidos y les has convencido de que realmente estamos prometidos. Te has ganado ese dinero, Polly. Puedes hacer lo que quieras con él.
Polly se mordió los labios, sabiendo que aquella cantidad era mucho más de lo que ella necesitaba. Sin embargo, no podían estarse así todo el día. Utilizaría lo que creyera necesario y el resto se lo daría a su padre para que se lo enviara a Simon.
– De acuerdo, gracias…
Simon le había estado llevando la maleta, pero se la dio a ella con un gesto realmente formal, como si le estuviera devolviendo mucho más que una maleta.
– Bueno… -empezó Polly, poniendo la maleta en el suelo-. Pues ya está…
– Quiero que me prometas algo -le dijo Simon, de repente.
– ¿Qué?
– Si las cosas no salen como tú esperas, si necesitas algo, lo que sea… quiero que me lo hagas saber. Me voy a quedar en La Treille durante unos días más, así que ya sabes dónde encontrarme.
– Pensé que ibas a regresar a Londres -respondió ella, muy sorprendida.
– Así era, pero… he cambiado de opinión -replicó Simon, ocultando las verdaderas razones de su estancia allí.
Читать дальше