– Estarás muy solo, en esa casa tan grande… -comentó Polly, con la esperanza de que él le pidiera que se quedara.
– Llamaré a Helena -mintió Simon. Tenía que hacerle creer que aquella oferta que le había hecho era desinteresada-. Supongo que ya habrá terminado ese caso. Tal vez pueda venir durante unos días y podamos pasar unas vacaciones juntos.
– Buena idea -dijo Polly, sintiendo que el corazón se le hacía pedazos.
– Entonces, ¿me llamarás si necesitas algo? -insistió Simon, intentando ocultar la urgencia en la voz.
– No puedo imaginarme qué podría necesitar con el dinero que me acabas de dar…
– Prométemelo de todos modos.
– De acuerdo. Te lo prometo.
Sus miradas se cruzaron y Simon sintió que algo se le quebraba en el alma. Polly se marchaba de su lado.
– Adiós, Polly -se oyó decir. Su voz sonaba como si fuera de otra persona-. Gracias por todo.
Polly no pudo decir nada. Sólo pudo mirarlo, mientras Simon la estrechaba entre sus brazos y la abrazaba desesperadamente. Como amigo de la familia, él podía tomarse aquellas libertades. Sin embargo, no se atrevió a besarla, ni siquiera en la mejilla. Todo lo que pudo hacer fue apretarla entre sus brazos y rozarle la mejilla con la suya, sintiendo la caricia sedosa del cabello de Polly por última vez.
– Buena suerte -dijo él, con voz ronca.
– Adiós -respondió Polly.
Entonces, se inclinó para recoger la maleta para que él no pudiera verle las lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y se marchó todo lo rápidamente que pudo, sin mirar ni una sola vez hacia atrás.
– ¿Para qué te estás haciendo esto, Polly? -le preguntó Philippe, sentándose a su lado, mientras le ponía un brazo alrededor de los hombros.
Habían pasado tres días desde que llegó al umbral de la casa de Philippe llena de angustia. Philippe había sido mucho más amable con ella de lo que Polly había esperado. Había dejado caer la máscara de la sofisticación tan pronto como se hubo dado cuenta de lo triste que ella estaba y concentró todos sus esfuerzos en alegrarla. Polly se lo agradeció lo mejor que pudo, pero le fue imposible engañarle.
– Sé que no quieres estar aquí -añadió él.
– Lo siento -se disculpó ella, intentando reprimir las lágrimas-. No debería haber venido. Esperaba enamorarme de ti… -confesó.
– Pero todavía sigues enamorada de Simon. Creo que es mejor que me lo cuentes todo -añadió, entregándole un pañuelo limpio.
Aquella compasión rompió la resistencia de Polly y, poco a poco, Philippe consiguió que ella le contara toda la historia.
– Buena chica -dijo él, cuando ella se hubo hartado de llorar-. Ahora, todo lo que tienes que hacer es ir a ver a Simon y contarle lo que me has contado a mí.
– ¡No puedo!
– Claro que puedes -respondió Philippe-. Pareces estar muy segura de que él no te ama a ti, pero yo no estoy tan seguro. Nadie puede disimular tan bien. A mí me parece más bien que Simon está enamorado y está tratando de ocultarlo, lo mismo que tú.
– ¿Tú crees? -preguntó Polly, esperanzada.
– Sólo hay una manera de descubrirlo -concluyó Philippe, poniéndose de pie-. Simon te hizo prometer que irías a verlo si lo necesitabas, ¿verdad?
– Sí -respondió ella, sonriendo débilmente-. Has sido tan amable conmigo, Philippe…
– Es mi nueva faceta -confesó con tristeza-. Normalmente, soy yo el que hace sufrir a las chicas porque no las amo. Me gusta el hecho de poder ayudar a alguien por una vez. Ahora, ¡vamos! Te llevaré a casa de Simon.
Mientras iban a la ciudad en el Mercedes descapotable de Philippe, el viento alborotaba el pelo de Polly. Tenía miedo. No sabía lo que iba a decir cuando viera a Simon. Entonces, vio a Helena.
Para ir hacia La Treille tenían que pasar por la ciudad para tomar la carretera en aquella dirección. El coche estaba parado en un semáforo cuando vio a Helena salir de una panadería, con una barra de pan y una caja de pasteles. Polly sólo la había visto una vez, pero la reconoció enseguida. Fue como si una mano helada le apretara el corazón.
Vio que Helena fruncía el ceño cuando vio que Polly la estaba mirando, evidentemente intentando recordar dónde la había visto antes. Simon debía haberla llamado en cuanto regresó a casa y Helena había decidido ir enseguida. El corazón de Polly dio un vuelco. Estaban en la casa, con los calurosos días y las largas noches para los dos solos. Lo último que necesitaban era que Polly apareciera en la puerta, esperando que dejara de querer a Helena para enamorarse de ella.
– ¿Philippe? -dijo ella, con la voz helada.
– ¿Sí?
– He cambiado de opinión. Ya no quiero ir a La Treille ¿Te importaría llevarme a la estación?
– Estás muy callada, Polly -le decía su madre, algo preocupada, mientras se dirigían a la iglesia una soleada tarde de otoño-. ¿Te pasa algo?
– Claro que no, mamá. Es que el viaje de ayer desde Niza fue un poco largo. Eso es todo.
– Me alegro tanto de que hayas vuelto para la boda de Charlie -replicó su madre-. Todos los Taverner decían que no sería lo mismo si tú no estabas hoy aquí.
– Supongo que Simon también estará aquí hoy -dijo ella, preguntándose si efectivamente, habrían sido todos los Taverner los que habían preguntado por ella.
– Claro, no pensarás que va a perderse la boda de su hermano -replicó su madre, muy sorprendida.
– Espero que, por una vez, vayas a ser amable con él -intervino su padre-. Simon se salió de su camino para asegurarse de que estabas bien en Francia. Fue un alivio para nosotros cuando volvió y nos dijo que estabas bien y que sólo habías estado trabajando mucho, pero, como no nos dio muchos detalles, nos temimos que habrías sido muy grosera. ¡Como siempre!
– No fui grosera con él -susurró ella.
– Me alegro de saber eso, porque, en estos momentos, Simon no es el que era -susurró la madre-. ¡Margaret cree que está enamorado!
Polly sintió que se le rasgaba el corazón y se inclinó, simulando que se le había metido una piedra en el zapato, para que sus padres no vieran la expresión de su rostro. Se había pasado los tres últimos meses convenciéndose de que realmente no estaba enamorada de Simon. Se había dicho que no había sido más que un sentimiento pasajero, que se había dejado llevar por la belleza del paisaje y lo romántico de aquella situación. Sin embargo, a pesar de todo aquello, no había dejado de echar de menos a Simon ni un solo minuto del día.
No estaba segura de que estuviera preparada para verlo de nuevo, especialmente con Helena, pero le había prometido a Charlie que estaría en su boda. Muy dentro de ella, había estado esperando que, tan pronto como viera a Simon, se daría cuenta de que la magia entre ellos ya no existía. Sin embargo, aquel comentario de su madre le había demostrado que no era cierto.
Al llegar a la iglesia, tuvieron que saludar a parientes y amigos y Polly hizo todo lo posible por ver a Simon antes de que él la viera a ella. Pero no parecía haber rastro de él por ninguna parte. Polly pasó de los nervios a la frustración al pánico, pero entonces, él salió de la iglesia con su hermano.
Había esperado que la primera vez que volviera a verlo le resultaría muy difícil. Y así fue. Quería acercarse a él, deseando tocarlo, hablarle, pero le aterrorizaba acercarse a él. Cuando él empezó a mirar en su dirección, ella se escondió detrás de una lápida.
Sin embargo, Helena no parecía estar con él. Probablemente, ya estaba dentro de la iglesia. Polly no sabía si sentirse desilusionada o aliviada al ver que él no parecía estar haciendo ningún esfuerzo para buscarla.
A1 entrar en la iglesia, vio que él estaba sentado al lado de una mujer con un sombrero espectacular. ¿Sería Helena?
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