– Entonces, iré yo sola. A mí sí me apetece.
– No hay razón alguna para que yo te haya soportado estas dos últimas semanas si vas a acabar por estropearlo todo al final -afirmó Simon, con una expresión sombría en el rostro-. Chantal y Julien van a sospechar que algo va mal si insistes en largarte por tu cuenta.
– Tampoco hay razón para que yo haya soportado estas dos semanas si yo voy a tener que privarme de ver a Philippe de nuevo.
– De acuerdo -respondió Simon, intentando controlarse-. Pero si tú vas, vamos todos. Y es mejor que sigas recordando lo que acordamos. Estamos comprometidos hasta el domingo. Entonces, Chantal y Julien se habrán ido y yo me marcharé a Londres tan pronto como pueda, cosa que estoy deseando hacer. Después de eso, puedes hacer lo que te venga en gana.
– ¡Supongo que me creerás si te digo que yo tampoco puedo esperar!
El domingo… Aquello significaba que sólo quedaba otro día que pasar al borde de la piscina, sólo dos mañanas más en las que despertarse con el sol, entrando a raudales a través de las contraventanas, para luego salir descalza a la terraza… Sólo dos noches más al lado de Simon.
Evidentemente, él estaba deseando volver a ver a Helena. Polly intentó convencerse de que se alegraba, de que estaba harta de que la mandaran de acá para allá, recibiendo críticas constantemente. Era mejor que Simon volviera con Helena para que los dos pudieran hacer las cosas a su gusto. Ella tenía otros planes. Sería libre, se divertiría… Tendría todo lo que siempre había deseado.
Polly intentó recabar todo su entusiasmo antes las perspectivas para los próximos días mientras se arreglaba para salir aquella noche. Siempre había querido ir a una de aquellas sofisticadas fiestas de la jet-set. Estaría llena de hombres elegantemente vestidos y hermosas mujeres cuyas revistas aparecían en todas las revistas. Habría música, periodistas y todos los componentes de aquella vida disoluta.
Y ella estaría allí. Polly se miró en el espejo y sintió náuseas. Se había puesto su mejor vestido, de color rojo y muy cortó, y los zapatos que le habían destrozado los pies la noche que Simon había aparecido en la fiesta de los Sterne. Desde entonces, sus pies se habían recuperado y, además, aquella noche no tendría que servir como camarera. Su lugar estaría entre los que tomaban las copas de las bandejas que otros ofrecían.
Debería estar muy emocionada. Philippe estaría allí y él le había dicho que estaba deseando verla. Polly practicó una sonrisa, pero no resultaba nada natural. ¡Tendría que mejorar mucho! Se suponía que tenía que estar contenta, estaba contenta. Todo lo que tenía que hacer era convencer a Simon de que estaba contenta.
Simon iba y venía por la habitación, detrás de ella, poniéndose unos gemelos. Simon se decía que Polly se estaba tomando muchas molestias por Philippe. El vestido le hacía unos pliegues muy sugerentes en la espalda mientras ella se inclinaba para ponerse rimel en las pestañas. Simon sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Qué pasaría si él fuera a acariciarle los hombros desnudos y dejara que los pulgares le acariciaran la nuca? ¿Inclinaría la cabeza ella y, sonriendo, le diría que ya no le apetecía salir?
Ella nunca diría eso. Estaba deseando salir. Aquélla era su mayor oportunidad para impresionar a Philippe Ladurie, y resultaba evidente que ella no estaba dispuesta a dejarla escapar.
Como si quisiera darle la razón, en aquel momento, Polly se levantó y se alisó el vestido para volverse luego a mirarlo.
– ¿Qué tal estoy? -preguntó ella, con una frágil sonrisa.
– Bien -respondió Simon. En realidad, estaba hermosísima.
– ¿Crees que a Philippe le gustará el recogido que me he hecho en el pelo?
– Me imagino que sí -replicó él, a pesar de que quería decir que no tenía ni idea de lo que le gustaba a aquel patán.
– Espero que no vayas a ser tan grosero como la última vez -le advirtió Polly-. No quiero que me estropees mis posibilidades con él. No me importa tener que simular que soy tu prometida durante una noche más, pero no hay ninguna necesidad de que, esta noche, te comportes como un prometido celoso.
– No lo haré -replicó Simon, apartando la mirada.
Polly fue el alma de la fiesta mientras estuvieron cenando en el restaurante. Tenía los ojos brillantes e incluso su risa resultaba algo febril. Pero Simon sabía que aquello sólo se debía a que estaba excitada por verse en la maravillosa fiesta de Philippe y por el hecho de volver a verlo. Mientras ella levantaba la copa y sonreía a Julien, él la contempló y se dio cuenta, de repente, lo mucho que la amaba.
¿Cuándo había perdido él el control de lo que sentía por ella? ¿Cuándo había aprendido a apreciar lo risueños que eran sus ojos, la suave curva de sus labios y la manera en la que le brillaba el pelo cuando volvía la cabeza?
Simon torció la boca al darse cuenta, con amargura, de que aquélla sería la última vez que la vería. Lo único que deseaba en aquellos instantes era sacarla del restaurante y llevársela a casa para suplicarle que se quedara. Sin embargo, con aquello, no conseguiría nada. Ella buscaba glamour y sofisticación. No quería pasarse el resto de la vida con un hombre que le decía constantemente cómo tenía que hacer las cosas. Al día siguiente, ella se habría marchado y Simon intentaría convencerse de que le gustaba su ordenado estilo de vida.
– Simon, ¿te encuentras bien? -le preguntó Chantal, sacándole de sus pensamientos.
– Sí -respondió él, esbozando una sonrisa-. Si todavía quieres ir a esa fiesta -le dijo él a Polly-, creo que deberíamos marcharnos.
Mientras miraba a Polly, deseó con todas sus fuerzas que ella dijera que había cambiado de opinión y que ya no quería ir. Sin embargo, tras un momento de duda que hizo que Simon albergara ciertas esperanzas, Polly se puso de pie con una radiante sonrisa.
– Estoy lista. ¡Vamos de fiesta! -exclamó ella.
La fiesta era todo lo que Polly había imaginado y Philippe estaba mucho más guapo de lo que ella recordaba. El la había recibido con una halagadora bienvenida. Sin embargo, lo único que Polly no pudo olvidar era que a Simon aparentemente no le importaba que otro hombre la cortejara.
Aquella tarde, debería haber sido la que los sueños de Polly se hicieran realidad. Aquella fiesta era la clase de fiesta con la que Polly había soñado toda su vida y de la que sólo había sabido a través de las revistas. Allí estaba ella, rodeada de famosos, monopolizada por el hombre más guapo de la fiesta y…, lo único que quería era marcharse.
Escuchando sólo a medias lo que le decía Philippe, recorrió la vista por los invitados buscando a Simon, sin saber si se sentía halagada o herida por la manera en la que él la había dejado en manos de Philippe y había desaparecido. De vez en cuando, lo había visto hablando con alguien, pero por mucho que ella riera o flirteara con Philippe, Simon ni siquiera la miraba.
De repente, vio que se marchaba con Chantal y Julien en dirección a la puerta. Polly los miraba incrédula. ¡Simon iba a abandonarla allí!
Murmurando entre dientes una excusa para Philippe, Polly luchó por abrirse paso entre los invitados y llegar a tiempo a la puerta para tomarle a Simon por el brazo.
– ¿Dónde vais? -preguntó, muy enojada.
– Chantal está cansada -respondió él, mirando por encima del hombre para asegurarse de que ellos no podían oírlos-. Tienen que volver a París mañana en coche, así que me ofrecí a llevarles a casa.
– ¿Y yo?
– Di por sentado que querrías quedarte -replicó Simon con frialdad-. Me pareció que te estabas divirtiendo mucho con Philippe y me pediste que no interfiriera entre vosotros, así que pensé que preferirías que nos marcháramos. Además, ya no hay razón alguna para que no le digas la verdad a Philippe, si eso es lo que quieres.
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