– Me podrías haber dicho que os ibais -afirmó ella. Se sintió horrorizada al sentir que se estaba a punto de llorar.
– No creí que te dieras cuenta. Siempre que te miraba, te veía encantada con Philippe. Parece que le gustas mucho -dijo él con tristeza.
– Sí.
– Debes de estar encantada de que todo esté saliendo de la manera que tú esperabas.
– Sí.
Entonces, se produjo una pausa. Chantal y Julien se detuvieron para ver qué le pasaba a Simon. El levantó una mano para decirles que ya iba y se volvió a Polly.
– Me hubiese gustado que volvieras a casa esta noche para que pudieras despedirte de Chantal y Julien mañana, pero, tal vez, si las cosas van tan bien que quieres quedarte aquí, estoy seguro de que podría encontrarte una excusa.
– ¡No! Claro que no. Volveré a casa.
– Entonces, regresaré a recogerte dentro de un par de horas.
¿Dentro de un par de horas? ¿Es que no se daba cuenta de que ella estaba desesperada por volver a casa, de que lo único que quería era regresar y meterse en la cama?
– De acuerdo -dijo ella, por fin, con una falsa sonrisa.
Las dos horas siguientes fueron un purgatorio. Philippe estuvo más atento que nunca y la sacó a bailar, obsequiándola constantemente con champán. Sin embargo, todo lo que Polly podía pensar era en lo que faltaba para que Simon viniera a recogerla. No dejaba de mirar a la puerta, aterrada de no verlo cuando entrara.
Por fin, él entró por la puerta, frío, seguro de sí mismo. Comparado con los otros hombres que había en la fiesta, él no era tan sofisticado, pero en cuanto lo vio, Polly sintió que los pulmones se le vaciaban y que el corazón le daba un vuelco.
Él la estaba buscando. Rápidamente, Polly se volvió a Philippe y se puso a sonreír, decidida a que Simon se pensara que se lo estaba pasando estupendamente. Incluso se las arregló para sobresaltarse cuando Simon apareció a su lado.
– Ah, ya has llegado -dijo ella, simulando indiferencia.
– ¿Nos vamos?
– ¿Tan pronto? -preguntó ella, como si no se hubiera pasado toda la noche deseando marcharse.
– Si quieres, puedo esperar fuera.
– Para eso, es mejor que nos marchemos ya -protestó Polly.
– Entonces, te espero en el coche -replicó él, sin esperar a ver cómo ella se despedía de Philippe.
Intentando luchar para que no se le saltaran las lágrimas por el cansancio y la frustración, Polly le siguió. Le dolían la cabeza y los pies, y todo lo que quería era poder apoyarse en el brazo de Simon.
– ¿Te lo has pasado bien? -preguntó él, una vez estuvieron en el coche.
– ¡Ha sido maravilloso! -mintió ella-. No sabía que Philippe fuera tan divertido. Nos pasamos la noche hablando y bailando… ¡ha sido tan romántico! Es tan agradable, tan afectuoso e interesante… Ahora me parece que lo conozco mucho mejor… Además, me dijo que le gustaba mi pelo y se acordó de que llevaba estos zapatos en la fiesta de su hermana.
– ¿Le dijiste que no estábamos verdaderamente comprometidos?
– No exactamente. Le dije que estábamos teniendo problemas, así que no creo que se sorprenda cuando le diga que todo ha terminado entre nosotros. Me dijo que si alguna vez necesitaba algún sitio donde ir, me podría quedar con él. Todo lo que tengo que hacer es llamarlo.
– ¿Es eso lo que vas a hacer mañana? -preguntó Simon, cuyos nudillos estaban blancos de apretar el volante.
– Yo… bueno… supongo que sí -contestó Polly.
De repente, lo entendió todo. No quería ir a ningún sitio. Lo que quería era quedarse en La Treille, con Simon. Lentamente, se volvió a mirarlo. Tenía la cara iluminada por las luces del salpicadero. El reconocimiento de saber cuánto lo quería le pilló por sorpresa, dejándola aturdida y desorientada.
Así que, aquello era. Polly siempre había deseado enamorarse, pero nunca había esperado que sería de aquella manera. Se había imaginado llena de pasión o radiante de alegría, no envuelta por una sensación turbulenta de alegría y desesperanza. Aquel amor podría nos ser como ella se había imaginado, pero Polly sabía con toda seguridad lo que era y no podía hacer nada por evitarlo.
«Te amo», dijo para sí. El deseo de pronunciar aquellas palabras era tan fuerte que tuvo que taparse la boca con la mano para retenerlas. Por supuesto que lo amaba, pero ¿cómo podía decírselo en aquellos instantes? ¿Cómo podría decírselo?
Simon amaba a Helena, no a ella. Al mirarle al rostro, Polly comprendió la tensión que habían significado para él las dos semanas anteriores. Ella le había dicho que estaba enamorada de Philippe, pero aquello sólo había sido una fantasía. Sin embargo, lo que él sentía por Helena era real.
A menudo, le había dicho a Polly lo perfecta que ella era y lo bien que los dos se llevaban. Simon no iba a dejar todo eso por ella, desorganizada y caótica, una mujer que no hacía otra cosa que irritarle y discutir con él.
Al mirar por la ventana comprendió que jamás le podría decir a Simon que lo amaba. Aquella confesión no conduciría a nada y sólo les causaría a los dos una profunda vergüenza. Si él hubiera sido un extraño, Polly se habría arriesgado, pero Simon era parte de la familia. Tendría que acostumbrarse a verlo con Helena, tendría que ir a su boda y sonreír, simulando que no tenía el corazón destrozado.
Al entrar en la casa, Polly evitó mirar a Simon para que él no notara la tristeza que había en sus ojos. Chantal y Julien ya se habían acostado, por lo que ella subió rápidamente al dormitorio y se metió en el cuarto de baño. Tras encerrarse, contempló con desesperación la patética imagen que se reflejaba en el espejo y tuvo que armarse de valor para encontrar el coraje que iba a necesitar para dormir con Simon por última vez.
Mientras tanto, en el dormitorio, Simon se maldijo mientras se desnudaba. Todo había salido mal. Había esperado que, si le daba la oportunidad a Polly de pasar una tarde con Philippe, ella descubriría que no estaba enamorada de él, pero aquella velada parecía haber tenido un efecto contrario. A juzgar por lo que ella había dicho en el coche, Polly estaba locamente enamorada de Philippe.
Y no había nada que él pudiera hacer. Era evidente que ella apenas podía esperar al día siguiente para llamar a Philippe y aceptar su oferta y una vez que estuviera allí, Polly no podría resistirse a sus encantos.
Simon iba a tener que dejarla marchar, aunque cada fibra de su cuerpo le pidiera que no lo hiciera. Sin embargo, sabía que Philippe no la haría feliz. Él no sabía lo afectuosa, divertida y exasperante que podría ser. No había visto la transformación de una niña traviesa en la espléndida mujer que ella era. El corazón de Philippe no le daba un vuelco cada vez que ella sonreía.
No. Simon estaba convencido de que todo lo que Philippe sabía de ella era que tenía unas piernas espectaculares y que, aparentemente, pertenecía a otro hombre. Aquello era todo lo que Philippe necesitaba para interesarse. Comprometida con otro hombre, Polly era un desafío. Por sí sola, Polly tenía poco que ofrecerle y Simon temía que, al final, resultaría herida.
Simon se juró que, si aquello llegaba a ocurrir, él estaría allí el primero para recoger los pedazos. No le resultaría difícil encontrar una excusa para seguir unos días más en Provenza. Si ella lo necesitaba, allí estaría. Si no, se volvería a Londres y seguiría su vida sin ella.
En aquel momento, la puerta del cuarto de baño se abrió y Polly salió, tal y como lo había hecho las noches anteriores, vestida con una enorme camiseta. Se había lavado la cara y el pelo le caía por los hombros. Simon tuvo que reprimir un suspiro, igual que había hecho todas las demás noches, durante dos largas semanas.
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