POLLY se quedó en el agua, que todavía estaba agitada por la repentina marcha de Simon y lo contempló alejarse, atónita por una sensación de incredulidad y frustración. Él iba a besarla, había querido besarla, Polly lo había visto en sus ojos… ¿Por qué la habría empujado como si sintiera asco de ella? ¿Por qué se habría marchado sin una explicación o una disculpa?
La desilusión dejó paso a la humillación al recordar cómo ella lo había animado al deslizarle las manos por los hombros. Prácticamente, le había estado suplicando que la besara, por eso Polly sintió que la cara le ardía de vergüenza al recordar cómo él la había rechazado. Sin embargo, Simon no tenía que explicar nada. Evidentemente, por un momento, se había olvidado de quién era ella para luego darse cuenta de repente de que ella era la última chica a la que querría besar a menos que fuera absolutamente necesario.
A punto de llorar, Polly nadó un par de largos en la piscina. Podía oír a Simon hablar con Chantal y Julien en la terraza. Tenía una voz tan normal… De repente, aquella voz actuó como una cura para su sentimiento de vergüenza. No era culpa suya que él hubiera estado a punto de besarla. Él lo había empezado todo, nunca debería haberla abrazado de aquella manera, ni debería haberla mirado de aquella manera… ni haberla hecho sentirse de aquella manera.
– ¡Polly! La comida está lista -le gritó Chantal desde la terraza.
– ¡Voy!
Polly se envolvió con una toalla y se puso una camisa para protegerse del sol. Las piernas le temblaban, pero no podía pasarse todo el día en la piscina. Estaba claro que ella no estaba a la altura de Helena o de Chantal, pero tampoco quería estarlo. ¡Si Simon no quería besarla, mejor para ella!
Respirando profundamente, Polly subió los escalones que llevaban a la terraza con la cabeza muy alta. Durante la comida, ignoró a Simon, y resultaba evidente que él estaba tratando de hacer lo mismo. Se sentó lo más lejos de ella que pudo y se concentró exclusivamente en Chantal, sonriendo y haciéndola reír de un modo que a Polly sólo se le ocurría describir como necio. Pero, ¿qué le importaba a ella? Intentando convencerse de ello, se sacudió la melena y sonrió espléndidamente a Julien.
Simon sintió aquella sonrisa como si se le hubieran quemado las comisuras de los ojos, pero se obligó a no mirarla. ¿Acaso Polly no se daba cuenta de que él estaba intentando no pensar en ella, no recordar el tacto de la piel mojada de ella bajo sus manos?
Simon estaba todavía abrumado por lo cerca que había estado de perder el control. No era justo que Polly se limitara a sentarse allí como si no hubiera pasado nada. Efectivamente, así había sido, pero no había sido gracias a ella. ¿Por qué no podía volver a ser la irritante Polly de siempre, la que resultaba tan fácil de ignorar? ¿Por qué tenía que haberlo mirado con aquellos ojos tan azules, haberle deslizado las manos por el pecho como si no supiera lo que aquello le causaba? ¿Por qué tenía que comportarse de aquella manera?
Simon pensó que las dos semanas estaban a punto de finalizar y, deliberadamente, se puso a alimentar su resentimiento para no tener que pensar lo que habría ocurrido si él hubiera sucumbido a la tentación en la piscina. ¿Por qué tenía Polly que estropear las cosas?
– Julien, ¿por qué no me ayudas a recoger todo esto? -preguntó Chantal, levantándose de la mesa tan pronto como hubieron terminado de comer. Obviamente, había sentido la tensión que reinaba entre Polly y Simon y quería dejarlos.
– ¡Deja eso, Chantal! Ya has hecho bastante por hoy -exclamó Simon, mientras se levantaba, como movido por un resorte. No podía dejar que su preciosa Chantal se ensuciara las manos con los platos sucios-. Venga, Polly. Nosotros nos encargaremos de esto -añadió, dirigiéndose a ella con un tono airado.
Cuando llegaron a la cocina, Polly se puso a cargar los platos en el lavavajillas.
– ¿Cómo pudiste quedarte ahí sentada y dejar que Chantal lo hiciera todo? -le espetó Simon, en cuanto trajo los últimos platos que quedaban encima de la mesa-. Se supone que ella está de vacaciones.
– Ella sólo preparó la comida de hoy -replicó Polly, mientras metía con estrépito los platos en las ranuras del lavavajillas-. Yo la he preparado casi todos los días, por si no te acuerdas.
– Para eso te pago, por si te has olvidado tú de eso.
– ¿Cómo lo podría olvidar? No te creerás que haría estado trabajando como una esclava y durmiendo contigo todas las noches a menos que me estuvieras pagando, ¿verdad?
La cara de Simon estaba muy pálida. No quería entrar en una discusión sobre a quién le había disgustado más dormir con quién. Tras poner los platos que había traído en el lavavajillas, le quitó a Polly de las manos los que ella tenía.
– ¡Mira, hay migas de pan por todas partes! -exclamó él, furioso, cambiando a un tema que le resultaba más seguro-. No me extraña que Martine Sterne te despidiera si ni siquiera sabes cómo poner un lavavajillas. ¿Es que no sabes que antes de colocar los platos hay que enjuagarlos?
– ¡Sólo las personas reprimidas como tú y Helena hacen eso! -le espetó ella, sintiendo que, gracias a aquella furia podía superar las ansias de echársele en los brazos y ponerse a llorar.
– Helena es la última persona del mundo a la que se le podría llamar reprimida. Tiene una actitud abierta con todo en esta vida y eso incluye el sentido de la higiene, algo que parece que tú desconoces.
– ¿De verdad? ¡Entonces, es una pena que ella no esté aquí!
– Pues sí, es una pena -afirmó Simon, secamente.
Si Helena hubiese estado allí, él no se hubiera tenido que pasar las dos últimas semanas sintiéndose distraído y furioso. Se hubiera concentrado en hablar de negocios con Julien en vez de pasárselas preguntándose dónde estaba Polly y lo que estaba haciendo. Su vida no se habría puesto patas arriba y, en aquellos momentos, no estaría allí sin saber si quería zarandear a Polly o besarla.
– Las cosas hubieran sido algo más sofisticadas si Helena hubiera podido venir -dijo él-. No hubiera convertido la casa en una leonera y hubiéramos podido mantener una conversación inteligente, para variar.
– ¡Sí, como por ejemplo, inteligentes y sofisticadas conversaciones sobre cómo se carga un lavavajillas! -exclamó Polly, con los ojos brillantes.
De repente, el teléfono que había colgado de la pared de la cocina empezó a sonar. Polly lo descolgó, diciéndose que, si era Helena, le iba a contar unas cuantas cosas sobre cómo se carga un lavavajillas.
– ¿Sí? -respondió, muy secamente. Sin embargo, la expresión de su rostro cambio enseguida-. ¡Philippe! ¡Qué alegría que hayas llamado! Estaba precisamente pensando en ti… -añadió, mirando a Simon con una expresión de desafío, mientras bajaba la voz para que la conversación resultara más íntima, aunque todavía fuera inteligible para Simon-. No, claro que no me he olvidado… ¡Claro que voy a ir! Lo estoy deseando… ¿Cómo dices?… No claro que no -respondió, riendo con intención-… ¿Significa eso que todavía sigue abierta tu oferta para enseñarme francés?… Bien, entonces no puedo esperar… Hasta mañana entonces. Era Philippe -le informó a Simon, que la miraba con una dura expresión en el rostro, cuando colgó el teléfono.
– ¡No me digas! -exclamó Simon, con la voz llena de sarcasmo.
– Ha llamado especialmente para recordarme la fiesta que da mañana.
– Mañana es el día que se marchan Chantal y Julien: Había pensado que podríamos todos ir a cenar fuera.
– De acuerdo, entonces podemos ir a la fiesta después.
– Tal vez ellos no quieran ir a la fiesta.
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