Robert Alley - El último tango en Paris

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Ella hizo una pausa en la esquina y miró al otro lado de la calle, la puerta de entrada del edificio de su madre. Estaba temblando y tratando de dominar el pánico que amenazaba hacerla pasar directamente por esa puerta. Paul vio que ella estaba verdaderamente asustada. Más tarde la podía tranquilizar, pensó, después de que descubriera dónde vivía.

—Adiós, hermana —dijo él pasándola y saliendo de la acera—. Además, eres una chica de aspecto bastante desagradable. No me importa si no te vuelvo a ver.

Siguió caminando simulando haber perdido todo interés. Jeanne lo miró y luego salió disparada y cruzó la calle. Pasó la puerta del edificio, pero cuando la estaba cerrando, Paul cruzó la calle como un rayo, subió la escalinata y entró en el vestíbulo justo cuando Jeanne acababa de cerrar la puerta del ascensor. Ella lo miró aterrorizada mientras él se aferraba a la frágil manija de hierro e intentaba abrirla.

El ascensor empezó a subir.

—¡Carajo! —dijo Paul y subió la escalera tratando de mantenerse a la par del aparato.

—¡Estás terminado! gritó Jeanne en francés—. ¡ Tu as fini !

Llegó al segundo rellano y agarró la manija del ascensor pero fue demasiado tarde. La jaula continuó subiendo con Jeanne arrinconada ,en el fondo.

Les flics ... —tartamudeó ella.

—A la mierda con la policía.

El ascensor pasó el tercer rellano antes de que Paul pudiera llegar a la manija. Continuó hubiendo.

—¡ Tu as fini ! —le gritó ella.

La jaula se detuvo en el cuarto piso y Jeanne salió y empezó a golpear la puerta del apartamento de su madre. Entonces Paul la alcanzó.

—Escucha —dijo agitado—, quiero hablar contigo.

Jeanne pasó a su lado y empezó a golpear las puertas de los otros vecinos, pero no obtuvo respuesta. Paul la siguió y cuando le tocó un brazo, ella empezó a dar gritos.

—Ahora esto se está poniendo ridículo —dijo él.

—¡Socorro! —gritó ella buscando la llave en el bolso—. ¡Socorro!

Nadie vino. Jeanne metió con dedos temblorosos la mano en la cerradura y cuando abrió la puerta, casi se cayó adentro. Paul estaba detrás suyo y bloqueó la puerta con el hombro. Ella entró corriendo en el apartamento sin ver nada y empujada por un pánico que se centraba en un solo objeto escondido en el cajón de la cómoda. No había forma de detenerlo. Siempre había sabido que no podía ocultarse en él. Empero, no estaba preparada para su crueldad.

—Este es el trofeo del campeonato —dijo Paul deteniéndose para mirar los grabados y las armas primitivas—. Vamos hasta el final.

Jeanne abrió el cajón y sacó la pistola reglamentaria de su padre. La sintió pesada, fría y efectiva y la escondió en su abrigo antes de darle la cara.

—Estoy un poco viejo —dijo Paul con una sonrisa triste—. Ahora estoy lleno de recuerdos.

Jeanne lo observó con una horrible fascinación cuando Paul tomó una de las gorras militares de su padre y se la puso a un costado de la cabeza. Se acercó a ella.

—¿Qué te parece tu viejo héroe? —preguntó—. ¿Queda bien de este lado o me lo pongo del otro? Todavía podía ser encantador.

Dejó la gorra con un gesto gracioso. Ella ahora estaba allí, ella ahora le pertenecía y no podía dejar que se fuera. La idea de que por último había encontrado a quien amar le pareció hermosa.

—Corriste por África y Asia e Indonesia y ahora te he encontrado —Paul lo dijo en serio y agregó—: Y yo te amo.

Se acercó más y no se percató de que el abrigo de Jeanne estaba abierto. El cañón lo apuntaba. Levantó la mano para tocarle la mejilla y murmuró:

—Quiero saber tu nombre.

—Jeanne —dijo ella y apretó el gatillo.

El disparo lo hizo retroceder unos pasos, pero no se cayó. El olor de la cordita quemada llenó el ambiente y la pistola tembló en la mano de Jeanne. Paul se inclinó un poco hacia adelante agarrándose el estómago con una mano y con la otra todavía levantada. Su expresión no había cambiado.

—Nuestros hijos... —comenzó a decir— ...nuestros hijos...

Dio media vuelta y se tambaleó hasta la puerta de vidrio que daba a la terraza. Cuando la abrió, el aire fresco le dio en el pelo y por un instante casi pareció joven. Salió y caminó sobre las baldosas, mantuvo el equilibrio agarrándose a la barandilla,y dirigió el rostro hacia el cielo azul y brillante. París se extendía ante sus ojos.

Con una gracia sin prisa, se sacó una goma de mascar de la boca y delicadamente la apretó contra la parte exterior de la barandilla del balcón.

—Nuestros hijos —dijo— recordarán...

Eso fue lo útimo que supo que había dicho. Pero su última palabra sobre la Tierra fue murmurada en un dialecto de Tahití. Cayó pesadamente contra la base de una maceta, se acurrucó como un niño durmiendo y murió con una sonrisa.

—No sé quién era —murmuró Jeanne para sí misma, el arma todavía en su mano, los ojos abiertos y ciegos—. Me siguió, trató de violarme. Estaba loco... No sé cómo se llama, no lo conozco... No sé... Trató de violarme, estaba loco... Ni siquiera sé cómo se llama.

Esa parte, por lo menos, era verdad.

Juego de palabras: whore y war , que tienen una pronunciación aproximada.

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