Robert Silverberg - El laberinto de Majipur

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El laberinto de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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“Lord Valentine’s Castle” fue publicada fraccionada en dos volúmenes en esta colección, “El Castillo de Lord Valentine” y “El Laberinto de Majipur”, si bien el editor las presentó como dos novelas independientes.
El lector de “El castillo de Lord Valentine” dejó al protagonista convencido ya de su verdadera identidad: él era la Corona de Majipur aunque ni su cara ni su cuerpo fueran los que había tenido como tal.
Decidido a recobrar el trono, el aventajado aprendiz de malabarista debe llegar al Monte del Castillo, montaña gigantesca salpicada de ciudades inmensas en cuya cima reina el impostor Barjacid. Pero el camino hacia el Castillo es un laberinto plagado de peligros.
Valentine tendrá que convencer primero a su madre, La Dama de la Isla y del Sueño, y para ello deberá merecer ese honor, como cualquier peregrino que acude a la Isla, escalando Terraza tras Terraza.
Y antes de llegar al castillo, Valentine habrá de pasar por la prueba más peligrosa: el verdadero Laberinto de Majipur, un mundo subterráneo de tortuosas cavernas donde casi nadie ha visto el sol y donde reside el Pontífice rodeado de su impresionante burocracia.
Escenarios, personajes y monstruos fabulosos como los dragones marinos de hasta cien metros de longitud son los ingredientes principales de esta segunda parte de “El Castillo de Lord Valentine” al igual que lo eran en la primera, conformando eses mundo fantástico que tan merecida fama ha dado su creador, Robert Silverberg.

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La mujer sonrió, suspiró y volvió a coger el arpa:

Mi amor es hermosa primavera,
mi amor es dulce fruta robada,
es como una noche placentera…

Sí, pensó Valentine. Sí, esa canción era mejor. Su mano se apoyó tiernamente en la nuca de la joven y le acarició el cuello mientras continuaban el paseo por la playa. Era un lugar asombrosamente hermoso, cálido y tranquilo. Pájaros de cincuenta colores se posaban en los arbolillos de tortuosas ramas, y un mar cristalino, sin resaca, transparente, lamía la fina arena. El ambiente era apacible y benigno, fragante, con perfumes de flores desconocidas. De la lejanía llegaba el sonido de risas y de una música festiva, viva, tintineante. Qué tentador era, pensó Valentine, renunciar a todas las fantasías del Monte del Castillo y establecerse para siempre en Mardigile, salir de pesca en una barca al amanecer y pasar el resto del día retozando bajo el cálido sol.

Pero no habría tal renuncia. Por la tarde, Zalzan Kavol y Autifon Deliamber, ambos con saludable aspecto y muy reposados después de la dura prueba en el mar, se presentaron para hablar con Valentine y no tardaron en referirse a formas y medios de continuar el viaje.

Zalzan Kavol, parsimonioso como siempre, tenía encima la bolsa de dinero cuando el Brangalyn zozobró, y al menos la mitad del capital se había salvado, suponiendo que Shanamir hubiera perdido el resto. El skandar sacó las relucientes monedas.

—Con esto —dijo— podemos pagar a los pescadores para que nos lleven a la Isla. He conversado con nuestros anfitriones. Este archipiélago tiene una extensión de mil quinientos kilómetros y cuenta con tres mil islas. Más de ochocientas están habitadas. No hay nadie que quiera hacer el viaje entero hasta la Isla, pero por unas cuantas coronas podemos conseguir que un trimarán nos lleve hasta Rodamaunt Graun, cerca del punto central de la cadena, y allí es muy probable que encontremos transporte para el resto del viaje.

—¿Cuándo podremos partir? —preguntó Valentine.

—En cuanto estemos todos reunidos otra vez —dijo Deliamber—. Me han dicho que varios de los nuestros vienen hacia aquí procedentes de la cercana isla de Burbont.

—¿Quiénes?

—Khun, Vinorkis y Shanamir —respondió Zalzan Kavol—, y mis hermanos Erfon y Rovorn. Les acompaña el capitán Gorzval. Gibor Haern se perdió en el mar… Vi cómo perecía, golpeado por un madero y ahogado… Y no hay noticias de Sleet.

Valentine tocó el peludo brazo del skandar.

—Lamento tu última pérdida.

Zalzan Kavol tenía bien dominados sus sentimientos.

—Es mejor alegrarse de que algunos sigamos con vida, mi señor —dijo sosegadamente.

A primeras horas de la tarde una barca procedente de Burbont desembarcó al resto de supervivientes. Hubo innumerables abrazos. Después Valentine se volvió hacia Gorzval, que permanecía apartado del grupo, aturdido y azorado mientras se rascaba el muñón del brazo perdido. El capitán del Brangalyn parecía estar conmocionado. Valentine se dispuso a abrazar al desventurado skandar, pero en ese mismo instante Gorzval se arrodilló en la arena, apoyó la frente en el suelo y permaneció en esa postura, tembloroso, con los brazos extendidos y haciendo el signo del estallido estelar.

—Mi señor —musitó roncamente—. Mi señor…

Valentine, disgustado, miró a su alrededor.

—¿Quién se ha ido de la lengua?

Un momento de silencio. Después, Shanamir, un poco asustado, dijo:

—Yo, mi señor. No pretendía causar daño. El skandar estaba tan apenado por la pérdida del barco… pensé consolarlo diciéndole quién había sido su pasajero, diciéndole que de ese modo él formaba parte de la historia de Majipur. Fue antes de que supiéramos que usted se había salvado del naufragio. —Los labios del zagal temblaban—. ¡Mi señor, no pretendía causar daño!

Valentine asintió.

—Y no has causado ningún daño. Te perdono. ¿Gorzval?

El agazapado capitán permanecía postrado a los pies de Valentine.

—Míreme, Gorzval. No puedo hablar con usted de esta forma.

—¿Mi señor?

—Levántese.

—Mi señor…

—Por favor Gorzval. ¡Levántese!

El skandar, sorprendido, miró tímidamente a Valentine.

—¿Por favor? ¿Ha dicho, por favor?

Valentine se echó a reír.

—Creo que he olvidado los hábitos del poder. Muy bien. ¡Arriba! ¡Se lo ordeno!

Gorzval se levantó temblorosamente. Su aspecto era miserable: un insignificante skandar de tres brazos, con el pelaje desgreñado y lleno de arena, con los ojos inyectados de sangre, alicaído…

—Le traje mala suerte —dijo Valentine—, y usted ya había tenido suficiente infortunio. Acepte mis excusas. Y si la fortuna empieza a sonreírme de un modo más benévolo, repararé el daño que ha sufrido, algún día. Se lo prometo. ¿Qué piensa hacer ahora? ¿Reunir su tripulación y regresar a Piliplok?

Gorzval sacudió la cabeza patéticamente.

—Jamás podría volver allí. No tengo barco, no tengo buena fama, no tengo dinero. Lo he perdido todo y nunca lo recuperaré. Mi gente quedó desligada del contrato cuando el Brangalyn se hundió. Ahora estoy solo. Arruinado.

—En ese caso, venga con nosotros a la Isla de la Dama, Gorzval.

—¿Mi señor?

—No puede quedarse aquí. Creo que estos isleños prefieren no aceptar colonos, y de todas formas el clima no es apropiado para un skandar. Y un cazador de dragones no puede convertirse en pescador, creo, sin conocer el dolor cuando lanza las redes. Venga con nosotros. Si no vamos más allá de la Isla, tal vez encuentre paz al servicio de la Dama. Y si continuamos el viaje, logrará honores en el ascenso del Monte del Castillo. ¿Qué dice, Gorzval?

—Me asusta estar cerca de usted, mi señor.

—¿Tan terrible soy? ¿Tengo boca de dragón? ¿Acaso estas personas están pálidas a causa del miedo? —Valentine dio una palmada en el hombro al skandar. Luego se dirigió a Zalzan Kavol—. Nadie puede reemplazar a los hermanos que has perdido. Pero al menos te ofrezco otro compañero de tu raza. Y ahora hagamos los preparativos para la partida, ¿de acuerdo? La Isla aún está a muchos días de viaje.

Antes de transcurrir una hora, Zalzan Kavol consiguió una embarcación para salir hacia el este por la mañana. Esa noche, los hospitalarios isleños les ofrecieron un espléndido festín: excelente vino verde, frutas blandas y dulces y exquisita carne fresca de dragón. El último detalle produjo náuseas a Valentine, y estuvo a punto de rechazar la carne, pero vio que Lisamon la devoraba como si fuera el postrero alimento que iba a comer en mucho tiempo. A modo de ejercicio de autodisciplina, Valentine decidió obligarse a probar un bocado, y el sabor le pareció tan irresistible que en ese mismo momento renunció a cualquier molestia que los dragones de mar pudieran provocar en su mente. La puesta de sol se produjo mientras cenaban, a una hora temprana para una zona tropical. Fue un crepúsculo extraordinario que veteó el cielo con ricos y palpitantes tonos ámbares, violetas, magentas y dorados. Indudablemente las islas estaban benditas, pensó Valentine, eran lugares enormemente dichosos incluso en un mundo donde muchas regiones eran felices y donde muchas vidas eran satisfactorias. La población era homogénea en general: donosos seres patilargos de sangre humana con abundante pelo rubio y una piel tersa del color de la miel.

Pero había un pequeño número de vroones e incluso de gayrogs, y Deliamber afirmaba que en otras islas de la cadena, lo había de diferentes razas. Según el mago, que se había mezclado con los isleños desde su rescate, las islas apenas tenían relaciones con los territorios continentales, y seguían su camino en un mundo independiente, desconocedoras de asuntos de gran importancia en las grandes urbes. Cuando Valentine preguntó a uno de sus anfitriones si lord Valentine la Corona había pasado por allí en su reciente viaje a Zimroel, la mujer le miró, confusa, y preguntó con suma ingenuidad:

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