De vez en cuando Valentine volvió a ensayar el envío de mensajes. Aunque no vio ninguna utilidad en hacerlo.
Estamos perdidos, pensó.
Casi al amanecer se entregó al sueño, y en un desconcertante sueño vio que unas anguilas bailaban sobre el agua. Vagamente, mientras dormía, se esforzó en llegar con el pensamiento hasta remotas mentes, y luego cayó en un sueño demasiado profundo para seguir intentándolo.
Y despertó al notar que la mano de Lisamon Hultin tocaba su hombro.
—¿Mi señor?
Abrió los ojos y miró a la mujer, asombrado.
—Mi señor, no hace falta que sigas haciendo envíos. ¡Estamos salvados!
—¿Qué?
—¿Una barca, mi señor! ¿La ves? ¿Hacia el este?
Levantó su fatigada cabeza y siguió la indicación de Lisamon. Una barca, sí, pequeña, avanzando hacia ellos. Remos que destellaban bajo el sol. Una alucinación, pensó Valentine. Una ilusión. Un espejismo.
Pero la barca fue haciéndose cada vez mayor en el horizonte, y luego estuvo junto a Valentine. Unas manos le buscaron a tientas, le alzaron, le echaron encima de alguien. Otra persona le puso un frasco en los labios, una bebida fría, vino, agua, era imposible saberlo, y le despojaron de su ropa, empapada y manchada, y le envolvieron en algo limpio y seco. Extraños, dos varones y una hembra, con grandes melenas de leonado cabello y vestimentas de raro tipo. Oyó que Lisamon hablaba con ellos, pero las palabras eran confusas e indistintas, y no se esforzó en descifrar su significado. ¿Había invocado él a esos rescatadores con su emisión mental? ¿Ángeles, eran ángeles? ¿Espíritus? Valentine se tranquilizó, apenas inquieto por el tema, totalmente consumido. Pensó vagamente en llamar a su lado a Lisamon y decirle que no mencionara su auténtica identidad, pero le faltaban fuerzas incluso para eso, y confió en que ella tendría suficiente juicio para no encadenar absurdos y decir cosas como que «Él es la Corona de Majipur aunque esté desfigurado, sí, y el dragón nos tragó pero salimos por una brecha que…» Sí. Ciertamente eso tendría apariencia de verdad irrebatible para esa gente. Valentine sonrió débilmente y se dejó dominar por un sopor sin sueños.
Al despertar se encontró en una agradable habitación iluminada por el sol que daba a una extensa playa dorada, y Carabella estaba observándole con expresión de grave inquietud.
—¿Mi señor? —dijo en voz baja la joven—. ¿Me oyes?
—¿Estoy soñando?
—Estamos en la isla de Mardigile, en el archipiélago —le explicó ella—. Te cogieron ayer. Estabas perdido en el océano, con la giganta. Estos isleños son pescadores. Han estado navegando en busca de supervivientes desde que el barco se hundió.
—¿Quién más vive? —preguntó rápidamente Valentine.
—Deliamber y Zalzan Kavol están aquí conmigo. La gente de Mardigile dice que Khun, Shanamir, Vinorkis y algunos skandars, que no sé si son los nuestros, fueron recogidos por barcas de otra isla. Varios marineros del dragonero huyeron con los botes del Brangalyn y también han llegado a las islas.
—¿Y Sleet? ¿Qué ha sido de Sleet?
Carabella reflejó temor durante un relampagueante momento.
—No tengo noticias de Sleet —dijo—. Pero el rescate continúa. Tal vez esté a salvo en una isla. Hay muchas islas en estas inmediaciones. El Divino nos ha protegido hasta ahora, no estamos desamparados. —Carabella se rió suavemente—. Lisamon Hultin ha explicado una maravillosa historia. Dice que el dragón os tragó a los dos, y que abristeis una salida con la espada vibratoria. Los isleños están encantados con el relato. Creen que es la fábula más espléndida desde la leyenda de lord Stiamot y…
—Sucedió así —dijo Valentine.
—¿Mi señor?
—El dragón. Nos tragó. Ella ha dicho la verdad.
Carabella contuvo la risa.
—Cuando me enteré en sueños de tu auténtica personalidad, lo creí. Pero si me hablas de…
—Dentro del dragón —dijo seriamente Valentine— había grandes pilares que sostenían la bóveda del estómago. En un extremo había una abertura por donde se precipitaba el agua del mar de vez en cuando, y con el agua entraban peces. Unos latiguillos arrastraban los peces hacia un estanque verdoso, para digerirlos, y la giganta y yo habríamos terminado igual si hubiéramos tenido menos suerte. ¿Os ha explicado eso? ¿Y crees que hemos pasado el tiempo inventando una fábula para diversión de todos vosotros?
—Ella ha explicado la misma historia —dijo Carabella, con los ojos muy abiertos—. Pero pensábamos que…
—Es cierto, Carabella.
—¡Entonces es un milagro del Divino, y tú serás famoso en las épocas venideras!
—Ya voy a ser famoso —replicó ácidamente Valentine— como la Corona que perdió su trono, y que se hizo malabarista por falta de ocupación real. Con eso obtendré un lugar en las baladas junto al Pontífice Arioc, que se convirtió en Dama de la Isla. En cuanto al dragón, sólo sirve para embellecer la leyenda que estoy creando de mi persona. —La expresión de Valentine cambió bruscamente—. Espero que no habrás dicho nada de mí a esa gente.
—Ni una palabra, mi señor.
—Excelente. Así debe ser. De todas formas, ya tienen suficientes cosas raras que creer respecto a nosotros.
Un isleño, delgado, moreno y con la gran melena rubia que parecía ser el estilo universal de la región, trajo a Valentine una bandeja con comida: sopa poco espesa, un tierno filete de pescado frito, trozos triangulares de una fruta de color índigo oscuro salpicados de diminutas semillas escarlata. Valentine descubrió que tenía un hambre voraz.
Poco después dio un paseo con Carabella por la playa donde estaba situada la casita.
—Una vez más, pensé que te había perdido para siempre —dijo en voz baja Valentine—. Creí que jamás volvería a oír tu voz.
—¿Tan importante soy para ti, mi señor?
—Más que cualquier cosa que pueda decirte.
Carabella sonrió tristemente.
—Qué palabras tan bonitas, ¿eh Valentine? Por eso te llamo Valentine, pero tú eres lord Valentine. ¿Cuántas mujeres hermosas te aguardan, lord Valentine, en el Monte del Castillo?
El mismo Valentine había pensado en lo mismo de vez en cuando. ¿Tendría algún amor en el castillo? ¿Muchos? ¿Estaría prometido? Buena parte de su pasado continuaba velada en el misterio. ¿Y qué pasaría si llegaba al castillo y encontraba una mujer que le había esperado para…?
—No —dijo Valentine—. Eres mía, Carabella, y yo soy tuyo, y si hubo algo en el pasado, suponiendo que lo hubiera, continuará en el pasado. Estos días tengo un rostro distinto. Tengo un alma distinta.
Carabella se sentía escéptica, pero no puso reparos a las palabras de Valentine, y éste la besó y alejó sus preocupaciones.
—Canta para mí —dijo Valentine—. Lo que cantaste cuando estuvimos en el parque de Pidruid, la noche de la fiesta. Era algo así como Todas las gemas del mar profundo son poco comparadas con mi amor . ¿Eh?
—Sé otra muy parecida —dijo Carabella, y cogió la diminuta arpa que llevaba colgada de la cadera:
Mi amor de peregrino se ha vestido
muy lejos, allende el mar.
Mi amor a la Isla del Sueño
se ha ido, al otro lado del mar.
Mi amor es dulce y hermosa alborada
muy lejos, allende el mar.
Mi amor perdí por una isla elevada
al otro lado del mar.
Afable Dama de la Isla distante,
muy lejos, allende el mar,
mándame la sonrisa de mi amante
al otro lado del mar.
—Esta canción es distinta —dijo Valentine—. Más triste. Cántame la otra, amor mío.
—En otra ocasión.
—Por favor. Es un momento de dicha, volvemos a estar juntos, Carabella. Por favor.
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