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John Flanagan: Las ruinas de Gorlan

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John Flanagan Las ruinas de Gorlan
  • Название:
    Las ruinas de Gorlan
  • Автор:
  • Издательство:
    Alfaguara
  • Жанр:
  • Год:
    2008
  • Город:
    Madrid
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    978-84-204-7303-1
  • Рейтинг книги:
    5 / 5
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Las ruinas de Gorlan: краткое содержание, описание и аннотация

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Will es un chico de 15 años, bajo para su edad, pero ágil y lleno de energía. Toda su vida ha querido ser guerrero para seguir los pasos de ese padre que nunca llegó a conocer. Cuando le rechazan como aprendiz en la Escuela de Combate del castillo Redmont, se hunde en la desesperación, y aún más todavía cuando le asignan como aprendiz del enigmático Halt para formar parte del Cuerpo de Montaraces. Los montaraces La gente común y corriente teme a los montaraces y cree que son brujos, que su habilidad para moverse sin ser vistos tiene algo que ver con la magia negra. Will comparte ese temor supersticioso, pero mientras su entrenamiento progresa… descubre que las cosas son distintas de como siempre pensó. Cuando se ve envuelto en una conspiración, tiene que utilizar todo el talento para salvar a su compañero y mentor y no perecer en el intento…

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Su madre murió en el parto.

Su padre murió como un héroe,

Por favor, cuiden de él. 5u nombre es Will.

Aquel año sólo hubo otro pupilo. El padre de Alyss fue un teniente de caballería que murió en la batalla del monte Hackham, cuando el ejército de wargals de Morgarath fue derrotado y conducido de vuelta a las montañas. La madre de Alyss, destrozada por su pérdida, sucumbió a la fiebre unas semanas después de dar a luz. Así que había sitio de sobra en la Sala para el niño desconocido y el barón Arald era, en el fondo, un hombre bondadoso. Aunque las circunstancias no eran las habituales, dio permiso para que Will fuera aceptado como pupilo en el castillo de Redmont. Parecía lógico suponer que, si la nota era cierta, el padre de Will habría muerto en la guerra contra Morgarath, y como el barón Arald tuvo una destacada participación en aquella guerra, se sintió en la obligación de honrar el sacrificio del padre desconocido.

Así que Will se convirtió en un pupilo de Redmont, que creció y se educó por la generosidad del barón. Según pasó el tiempo, los otros se unieron gradualmente a Alyss y a él hasta que fueron cinco en el grupo de su edad. Pero mientras que los otros tenían recuerdos de sus padres o, en el caso de Alyss, gente que los había conocido y le podía hablar de ellos, Will no sabía nada acerca de su pasado.

Aquél era el motivo de haber inventado la historia que le sostuvo durante su infancia en la Sala. Y, conforme pasaron los años y añadió detalles y color al relato, él mismo acabó por creérselo.

Sabía que su padre había muerto como un héroe, así que tenía sentido crearse una imagen de él como tal: un caballero, un guerrero, con su armadura completa, en plena lucha contra las hordas de wargals, acabando con ellos a diestro y siniestro hasta que finalmente se vio superado por pura cuestión de número. Will había dibujado muy a menudo en su mente a tan alto personaje, viendo cada detalle de su armadura y los complementos de ésta, pero sin ser capaz nunca de ver su rostro.

Como guerrero, su padre esperaría de él que siguiera sus pasos. Por eso era tan importante para Will que le seleccionaran para la Escuela de Combate. Y por eso, cuanto menores eran las posibilidades de que le seleccionaran, más desesperadamente se asía a la esperanza de que ocurriese.

Salió del edificio de la Sala al patio ensombrecido del castillo. El sol se había puesto hacía rato y las antorchas situadas cada veinte metros sobre las murallas del castillo emitían una parpadeante luz irregular. Vaciló un momento. No regresaría a la Sala para enfrentarse a las continuas burlas de Horace. Hacerlo sólo conduciría a otra pelea entre ambos, una pelea que Will sabía probablemente perdida. George intentaría analizar la situación por él, mirando ambos lados de la cuestión y convirtiendo el tema en algo totalmente confuso. Sabía que Alyss y Jenny intentarían reconfortarle —en particular Alyss, ya que habían crecido juntos—, pero en aquel momento ni quería su compasión ni podía enfrentarse a las pullas de Horace, así que se dirigió al único lugar donde sabía que podía encontrarse a solas.

La enorme higuera que crecía cerca de la torre central del castillo le había proporcionado con frecuencia un refugio. A Will no le daban miedo las alturas y trepó al árbol sin problemas, siguiendo mucho más allá de donde otro podía haberse parado, hasta llegar a las ramas más delgadas, en la misma copa —ramas que oscilaban y cedían bajo su peso—. En el pasado había escapado de Horace allí arriba muchas veces. El grandullón no podía igualar la velocidad de Will en el árbol y era incapaz de seguirle tan alto. Will encontró una horqueta apropiada y se encajó en ella, abandonando ligeramente su cuerpo al movimiento del árbol según las ramas oscilaban en la brisa del anochecer. Abajo, las figuras escorzadas de la guardia hacían sus rondas por el patio del castillo.

Oyó abrirse la puerta del edificio de la Sala y, mirando hacia abajo, vio aparecer a Alyss, que le buscaba en vano por el patio. La esbelta muchacha dudó unos instantes, pareció encogerse de hombros y regresó dentro. El alargado rectángulo de luz que la puerta abierta arrojaba sobre el patio se cortó cuando ella la cerró con suavidad tras de sí. «Es extraño», pensó, «lo poco que la gente tiende a mirar hacia arriba».

Se produjo un susurro de plumas ligeras y una lechuza se posó en la rama contigua a la vez que giraba la cabeza, capturando con sus enormes ojos cada uno de los últimos rayos de la tenue luz; le estudió despreocupada, con la aparente convicción de que nada debía temer de él. El ave era una cazadora. Una voladora secreta. La dueña de la noche.

—Tú por lo menos sabes quién eres —le susurró a la rapaz. Ésta giró la cabeza de nuevo y partió hacia la oscuridad dejándole a solas con sus pensamientos.

Gradualmente, durante el tiempo que pasó allí sentado, las luces de las ventanas del castillo se fueron apagando, una por una. Las antorchas quedaron reducidas a cáscaras humeantes y el cambio de la guardia las sustituyó a medianoche. Por último, sólo quedó prendida una luz que él sabía era del estudio del barón, donde el señor de Redmont presumiblemente aún se encontraba trabajando, enfrascado en papeles e informes. El estudio estaba casi al nivel de la posición de Will en el árbol y pudo ver la corpulenta figura del barón sentada a su mesa. Por fin el barón Arald se levantó, se estiró y se inclinó hacia delante para extinguir la lámpara y salir de la habitación, dirigiéndose a sus aposentos en la planta superior. Ahora el castillo dormía, excepto los guardias en las murallas, que mantenían una vigilancia constante.

Will se dio cuenta de que en menos de nueve horas se enfrentaría a la Elección. En silencio, abatido, temiendo lo peor, descendió del árbol y tomó el camino de su cama en el dormitorio de los chicos, a oscuras, en la Sala.

Capítulo 2

—¡Muy bien, candidatos! ¡Por aquí! ¡Y que se os vea alegres!

El que hablaba, o mejor dicho gritaba, era Martin, secretario del barón Arald. Su voz resonó por la antesala y los cinco pupilos se levantaron dubitativos de los largos bancos de madera donde habían permanecido sentados. Con nervios repentinos ahora que el día había llegado, comenzaron a andar hacia delante arrastrando los pies, cada uno reacio a ser el primero en atravesar la gran puerta de herrajes que Martin mantenía abierta para ellos.

—¡Vamos, vamos! —gritó Martin con impaciencia, y finalmente Alyss escogió encabezar la marcha, como Will imaginó que haría. Los demás siguieron a la esbelta muchacha rubia. Ahora que alguien había decidido ir a la cabeza, el resto era feliz yendo detrás.

Will miró con curiosidad a su alrededor al entrar en el estudio del barón. No había estado nunca en esta parte del castillo. La torre, que albergaba la sección administrativa y los aposentos privados del barón, rara vez recibía la visita de los de clase baja, como los pupilos del castillo. La estancia era enorme. El techo le pareció altísimo y los muros estaban hechos de bloques de piedra maciza, unidos entre sí sólo por mínimas capas de argamasa. En el muro del este había un enorme ventanal, abierto a los elementos pero con unas contraventanas de madera maciza que se podían cerrar en caso de mal tiempo. Advirtió que era la misma ventana a través de la cual había mirado él la noche anterior. Hoy, la luz del sol entraba y se posaba sobre la enorme mesa de roble que el barón utilizaba como escritorio.

—¡Vamos ya! ¡Id en fila, id en fila! —Martin parecía estar disfrutando de su momento de autoridad.

El grupo se puso en fila lentamente y los estudió, al tiempo que hacía una mueca de desaprobación.

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