Andais acarició la espalda de Pasco.
– Creo que le has sorprendido. Me había dicho que nunca aceptarías compartir la cama con él.
Me encogí de hombros.
– No es un destino peor que la muerte.
– Eso es bien cierto, sobrina mía.
Nuestros ojos se encontraron en el espejo. Asintió e invitó al hombre a levantarse. Vi que le daba a Pasco una palmada en el trasero justo antes de que desapareciera de la imagen.
– Enseguida estará ahí.
– Muy bien -dije-. Ahora vete, Griffin.
Griffin vaciló. Nos miró uno a uno y abrió la boca como si se dispusiera a decir algo, pero acto seguido la cerró. Probablemente lo más inteligente que podía hacer.
Hizo una reverencia.
– Mi reina. -Se dirigió hacia mí-. Ya nos veremos, Merry.
Negué con la cabeza.
– ¿Para qué?
– Me quisiste una vez -dijo, y era casi una pregunta, casi una plegaria.
Podría haber mentido, pero no lo hice.
– Sí, Griffin, alguna vez te quise.
Me miró, y sus ojos recorrieron la cama y mi pequeño harén.
– Lo siento, Merry. -Parecía sincero.
– ¿Sientes haberme perdido, sientes haber matado el amor que sentía por ti, o sientes que ya no puedas follar conmigo?
– Todo eso -dijo-. Siento todo eso.
– Buen chico. Ahora vete -dije.
Algo pasó por su cabeza, algo cercano al dolor, y por primera vez pensé que quizá, sólo quizá, había entendido que lo que había hecho estaba mal. Abrió la puerta y salió, y cuando la puerta se cerró detrás de él, supe que se había ido, que se había ido en un sentido que iba más allá de su ausencia física en la habitación. Ya no era mi amor, ya no era mi persona especial.
Suspiré y me recosté en el cabezal. Kitto se acurrucó más cerca. Me pregunté si tendría alguna oportunidad de estar sola aquella noche.
Volví a mirar al espejo.
– Sabías que no aceptaría a Griffin como espía tuyo, si eso implicaba acostarme con él.
La reina asintió.
– Tenía que conocer tus verdaderos sentimientos hacia él, Meredith. Tenía que estar segura de que no seguías enamorada de él.
– ¿Por qué? -pregunté.
– Porque el amor puede interferir con la lujuria. Ahora estoy segura de que ya no ocupa ningún lugar en tu corazón. Me gusta saberlo.
– Estoy contentísima de que te guste -dije.
– Ve con cuidado, Meredith. No me gusta el sarcasmo dirigido contra mí.
– Y a mí no me gusta que me arranquen el corazón para tu disfrute. -En el momento en que lo dije, supe que era un error.
Sus ojos se estrecharon.
– Cuando te arranquen el corazón, Meredith, lo sabrás.
El espejo se cubrió de vaho y de repente, volvió a reflejar la realidad. Me miré en él, y vi el latido de mis venas en la garganta. -Arrancar el corazón -dijo Galen-. No has elegido muy bien tus palabras.
– Lo sé -dije.
– En adelante -dijo Doyle- mantén la serenidad. Andais no necesita que le den ideas.
Aparté a Kitto. Levanté el pie de la cama, con cuidado, apoyándome en la mesita de noche.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Doyle.
– Voy a limpiarme un poco esta sangre, y después me iré a la cama. -Miré a los hombres reunidos en la habitación-. ¿Quién quiere ayudarme a llenar la bañera?
El silencio se hizo muy denso de pronto. Los hombres se miraron entre sí, como si no estuvieran seguros de qué hacer, o qué decir. Galen dio un paso hacia adelante y me ofreció la mano para ayudarme a ponerme de pie. Tomé su mano, pero sacudí la cabeza.
– No puedes estar conmigo esta noche, Galen. Tiene que ser alguien que pueda acabar lo que empecemos.
Bajó la mirada durante uno o dos segundos, y después levantó la cabeza.
– Oh. -Me ayudó a colocarme de nuevo en la cama y yo le dejé hacer; después caminó hasta la silla donde había dejado su chaqueta de cuero-. Voy a ver si puedo conseguir una habitación al lado de ésta, y después iré a dar una vuelta. ¿Quién me acompaña? Todos volvieron a intercambiar miradas, pero nadie parecía saber cómo controlar la situación.
– ¿Cómo escoge la reina entre vosotros? -pregunté.
– Simplemente se lo pide al guardia, o a los guardias, que desea tener para la noche -dijo Doyle.
– ¿No tienes ninguna preferencia? -preguntó Frost, y percibí que se sentía herido.
– Lo dices como si hubiera alguna posibilidad de equivocarse. No hay ninguna mala elección; todos sois encantadores.
– Yo ya tuve mi alivio con Meredith -dijo Doyle-, de manera que esta noche me retiro.
Esto captó la atención de todo el mundo, y Doyle tuvo que explicar muy brevemente a qué se refería con aquel comentario. Frost y Rhys se miraron mutuamente y de golpe, percibí una tensión en el aire que no había estado allí antes.
– ¿Qué ocurre? -pregunté.
– Tienes que escoger, Meredith -dijo Frost.
– ¿Por qué? -pregunté.
Fue Galen quien contestó:
– No lo puedes reducir a sólo dos de nosotros sin peligro de un duelo.
– No son sólo dos, son tres -dije.
Todos me miraron a mí y a continuación, lentamente al trasgo, que todavía permanecía en la cama. Él se mostró tan sorprendido como los guardias. Nos observó con los ojos muy abiertos. Parecía casi asustado.
– Nunca he tenido la pretensión de competir con un sidhe.
– Kitto vendrá conmigo al cuarto de baño independientemente de quién más me acompañe -dije.
Todas las miradas de la habitación se centraron en mí.
– ¿Qué has dicho? -preguntó Doyle.
– Ya me has oído. Quiero que se selle la alianza con los trasgos, lo cual significa que tengo que compartir carne con Kitto, y eso es lo que voy a hacer.
Galen se dirigió a la puerta.
– Volveré más tarde.
– Espérame -dijo Rhys.
– ¿Te vas? -pregunté.
– Lo mismo que te quiero a ti, Merry, odio a los trasgos. -Rhys salió con Galen; cerraron la puerta detrás de ellos y Doyle pasó la llave.
– ¿Significa esto que te quedas? -pregunté.
– Voy a vigilar la puerta exterior -dijo Doyle.
– ¿Y si queremos utilizar la cama? -preguntó Frost.
Doyle se mostró pensativo, después se encogió de hombros.
– Puedo esperar fuera de la habitación si necesitáis la cama.
Hubo un poco más de negociación. Frost quería que quedase claro que él no tendría que tocar al trasgo. Yo acepté. Frost me levantó en brazos y me llevó al cuarto de baño. Kitto ya estaba allí, llenando la bañera. Levantó la cabeza cuando entramos; se había quitado la camisa de Galen. No nos dijo nada, se limitó a mirarnos con sus enormes ojos azules, moviendo una mano debajo del grifo.
Frost observó detenidamente el cuarto de baño. Finalmente, me sentó en el lavabo. Estaba de pie delante de mí, y de pronto me sentí incómoda. El beso en el coche había sido maravilloso, pero había sido la primera ocasión en que Frost y yo nos tocábamos mutuamente. Ahora, de golpe, se suponía que teníamos que hacer el amor, y con público.
– Es raro, ¿verdad? -dije.
Asintió, y este movimiento bastó para que aquel fino velo de cabello plateado se deslizara brillando sobre su cuerpo. Sus dedos buscaron muy despacio, vacilantes, la chaqueta de mi vestido. Colocó su manos en mis hombros y lentamente, dejó resbalar la chaqueta por mis brazos. Empecé a ayudarle con las mangas, pero me detuvo:
– No, déjame.
Volví a colocar las manos junto al cuerpo, y Frost tiró de las mangas, primero una, después la otra. Dejó que la chaqueta cayera al suelo y deslizó las puntas de sus dedos por la piel desnuda de mis hombros. Me puso la carne de gallina.
– Suéltate el pelo -dije.
Se quitó el primer broche de hueso, después el segundo, y el cabello cayó a su alrededor como una lluvia de espumillón. Le agarré un mechón. Parecía alambre de plata, pero era suave como satén, con una textura como de hilo de seda.
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