Laurell Hamilton - Besos Oscuros

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Soy la princesa Meredith, heredera del trono de mi país si soy capaz de mantenerme con vida para reclamarlo. Mi primo, el príncipe Cel, está determinado a que no lo consiga. Mientras los dos vivamos, deberemos competir por la corona. El primero de nosotros que tenga descendencia será el que consiga el trono. Así que ahora, los hombres de mi guardia real, temibles guerreros hábiles con las armas y los hechizos, se han convertido en mis amantes, en una placentera carrera para conseguir ser el futuro rey y padre de mi hijo. Además, deben protegerme contra los intentos de asesinato, porque a diferencia de la mayoría de los sidhe, soy humana en parte, y muy mortal.

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Kitto se subió a la cama y se acurrucó a mi lado. Pasó un brazo por mi cintura, peligrosamente cerca de mi regazo. Pero no trató de aprovecharse de la situación. Acurrucó la cara contra mi cadera y parecía satisfecho, como si quisiera dormir.

Frost se sentó en la punta de la cama, con las piernas en el suelo, pero negándose a dejar toda la cama para el trasgo. Cruzó los brazos sobre el pecho, justo debajo de las manchas de sangre. Se sentó allí, alto y erguido, e increíblemente guapo, pero no brillaba del mismo modo que Griffin.

De repente, tuve una revelación. Griffin no había dejado caer el encanto, había añadido más. En todas las ocasiones en que pensaba que se despojaba de las máscaras, lo que en realidad hacía era cubrirse en la mayor de las ilusiones. La mayoría de sidhe no podían usar encanto para parecer más bellos a los otros sidhe. Se podía intentar, pero era un esfuerzo en vano. Incluso después de haber alcanzado mi poder, lo veía brillar, pero ahora sabía lo que era en realidad: una mentira.

Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el cabecero.

– Deja caer el encanto, Griffin. Limítate a quedarte sentadito ahí como un buen chico. -Mi voz sonó cansada, incluso a mí.

– Es muy bueno en esto -dijo Doyle-. Quizás el mejor que he visto en mi vida.

Abrí los ojos y miré a Doyle.

– Me alegro de saber que el espectáculo no era sólo para mi disfrute. Me sentía bastante estúpida.

Doyle miró al resto de los reunidos.

– ¿Señores?

– Está brillando -dijo Galen.

– Como una luciérnaga en junio -confirmó Rhys.

Frost asintió.

Toqué el pelo de Kitto.

– ¿Lo ves? -pregunté.

Kitto levantó la cabeza, con los ojos entrecerrados.

– Todos los sidhe me parecen guapos. -Apretó la nuca contra mí, y esta vez se acurrucó un poco más abajo de mi cintura.

Miré a Griffin, todavía resplandecía y estaba tan guapo que estuve a punto de protegerme los ojos como cuando uno mira al sol. Quería gritarle, echarle en cara sus engaños y sus mentiras, pero no lo hice. Mi enfado le habría convencido de que todavía sentía algo por él. No era así, o, mejor dicho, no lo que él quería que sintiera. Me sentí engañada y estúpida y enfadada.

– Ponte en contacto con la reina, Doyle -dije.

Frente a la cama había una cómoda con un gran espejo. Doyle se situó ante el espejo. Todavía me veía reflejada en él. Me volví a mirar y me pregunté por qué apenas había cambiado mi aspecto. Oh, sí, estaba despeinada, el maquillaje necesitaba un retoque, la pintura de labios había desaparecido completamente, pero mi cara seguía siendo la misma. Había perdido la inocencia hacía años y me quedaba poca capacidad de sorpresa. Lo único que sentía era entumecimiento.

Doyle colocó las manos casi rozando el cristal. Sentí su magia como un séquito de hormigas caminando por mi piel. Kitto levantó la cabeza para mirar y apoyó la mejilla en mi muslo.

El poder se percibía en un aumento de la presión, como si uno pudiera apartarlo tapándose las orejas, igualando la presión, pero la presión no se reduciría hasta que el poder se retirase. Doyle acarició el espejo, y éste se onduló como agua. Las puntas de sus dedos provocaban las ondas como piedras lanzadas en una piscina. Doyle dobló levemente las muñecas y el espejo perdió su transparencia. La superficie adquirió una tonalidad lechosa.

La niebla se disipó y apareció la reina sentada en el borde de su cama, mirándonos a través del espejo de sus aposentos privados. Se había quitado los guantes, pero conservaba el mismo vestido. Me habría apostado una parte de mi cuerpo a que estaba esperando la llamada. A su lado se veía el hombro desnudo de Eamon, tumbado de costado, como si estuviera durmiendo. El chico rubio estaba arrodillado al lado de ella, apoyado en los codos. También estaba desnudo, pero no debajo de las mantas. Su cuerpo era fuerte, pero delgado, un cuerpo de chico, sin la musculatura de un hombre. Me volví a preguntar si ya habría cumplido los dieciocho años.

Doyle se había apartado a un lado, con lo que yo fui la primera a quien buscaron los ojos de la reina.

– Hola, Meredith.

Los ojos de la reina escrutaron la escena, el trasgo a medio vestir y Frost en la cama conmigo. Mostró una sonrisa de satisfacción. Me di cuenta de que las dos escenas, a ambos lados del espejo, eran muy similares. Ella tenía a dos hombres en su cama, y yo tenía otros dos en la mía. Deseaba que se lo estuviera pasando mejor que yo. O quizá no.

– Hola, tía Andais.

– Pensé que estaríais todos en la cama, esperaba ver a uno o dos más de tus chicos. Me decepcionas.

Acarició la espalda desnuda del chico y terminó separando los dedos sobre sus nalgas. Era un gesto casual, igual que cuando uno acaricia a un perro.

Mi voz sonó muy neutra, cuidadosamente vacía.

– Griffin estaba aquí cuando llegamos. Dice que fuiste tú quien lo envió.

– Así es -dijo-. Estuviste de acuerdo en acostarte con mi espía.

– No estuve de acuerdo en acostarme con Griffin. Pensaba que después de nuestra charla habías comprendido lo que siento por él.

– No -dijo Andais-. No, no lo comprendí en absoluto. En realidad, no estaba segura de que tú misma conocieras tus sentimientos hacia él.

– No siento nada por él -dije-. Sólo quiero que se aparte de mi vista, y desde luego no voy a acostarme con él. -Me di cuenta en cuanto dije esto último de que ella podría insistir a causa de algún tipo de perversión malvada. Añadí rápidamente-: Que sepa que es célibe otra vez. Fue liberado de la prohibición hace diez años para que pudiera acostarse conmigo, pero utilizó su libertad para follar con cualquiera que se prestara. Quiero que sepa que me acuesto con los otros guardias, que éstos disfrutan del sexo y él no. Que, a no ser que consienta en acostarme con él, nunca más volverá a tener relaciones sexuales en el resto de su vida tan poco natural. -Sonreí mientras hablaba y me di cuenta de que era una sonrisa sincera. Que la Diosa me perdone, era vengativa, pero era sincera.

Andais volvió a reír.

– Oh, Meredith, creo que compartimos más sangre de lo que nunca me hubiese atrevido a imaginar. Como quieras. Envíalo de nuevo a su cama solitaria.

– Ya la has oído -dije-. Vete.

– Si no soy yo -dijo Griffin- será otro. Quizá deberías preguntarle a quién enviará para sustituirme en tu cama.

Miré a mi tía.

– ¿A quién enviarás para sustituir a Griffin?

Extendió la mano, y apareció un hombre como si hubiese estado esperando pacíficamente su turno. Su piel era del color de las lilas, su melena, larga hasta la rodilla, tenía una tonalidad rosada. Sus ojos eran como pozos de oro líquido. Era Pasco, el hermano gemelo de Rozenwyn.

Lo miré, y él me miró a su vez. Nunca habíamos sido amigos. En realidad, hubo una época en la que pensé que éramos enemigos.

Griffin se echó a reír.

– No puedes decirlo en serio, Merry. ¿Dejarías que Paseo te follase antes que yo?

Miré a Griffin. Había dejado de brillar y tenía un aspecto rayano en lo vulgar. Estaba furioso, tanto que percibí un ligero temblor en sus manos mientras señalaba al espejo.

– Griffin, cariño -dije-,hay un montón de hombres a los que metería en mi cama antes que a ti.

La reina estalló en una carcajada. Empujó a Paseo hacia abajo hasta que éste se sentó en su regazo, como un niño que visita a Papá Noel en un centro comercial. Me miró al tiempo que acariciaba el pelo de Pasco.

– ¿Estás de acuerdo en que Pasco sea mi espía?

– Estoy de acuerdo.

Los ojos de Pasco se abrieron un poco al oír esto, como si hubiera esperado al menos algo de resistencia por mi parte. Pero ya no estaba de humor para discutir.

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