Me levanté sobre una rodilla hasta que mi cara quedó flotando al lado de la suya en el reflejo de la ventana. Apoyé la barbilla en su hombro, con una mano a cada lado de él.
– Quieres decir que no sabes cómo comenzar -dije.
Levantó la cabeza y miró mi reflejo al lado del suyo.
– Sí -murmuró.
Desplacé los brazos por sus hombros, y lo abracé. Quería decir que sentía que le hubiesen hecho esto. Quería expresar mi compasión, pero sabía que si en algún momento intuía algo de compasión, todo habría acabado. Nunca se volvería a abrir a mí.
Froté mi mentón contra la increíble suavidad de su cabello.
– No pasa nada, Frost. Todo irá bien.
Él apoyó la cabeza en mi mejilla y sentí que sus hombros se relajaban. Cerré los brazos en torno a su pecho y me agarré cada una de las muñecas con la otra mano. Él fue a buscar mis manos, temeroso, y al ver que no me movía las cogió y las colocó contra su pecho.
La piel de las palmas le sudaba muy ligeramente y su corazón latía con tanta fuerza que podía sentirlo batir. Acaricié con mis labios su mejilla, apenas, sin llegar a ser un beso.
Frost dejó escapar el aire en un largo suspiro que hizo que su pecho subiera y bajara en mis manos. Movió la cabeza, y este pequeño movimiento puso nuestras caras muy cerca. Miré el fondo de sus ojos, lo acaricié con la mirada, como si pretendiera memorizar su rostro, y de alguna manera era lo que estaba haciendo. Ésta fue la primera caricia, el primer beso. No volvería a repetirse, nunca volvería a ser igual que la primera vez.
Frost habría podido salvar con sus labios la pequeña distancia que nos separaba, pero no lo hizo. Sus ojos estudiaban mi cara igual que yo estudiaba la suya, pero no hizo ningún movimiento para poner fin a la situación. Fui yo quien se inclinó hacia él, yo la que salvé la distancia entre nuestras bocas para besarle dulcemente. Sus labios permanecieron completamente quietos contra los míos; sólo su boca entreabierta y el latido apresurado de su corazón me dejaban intuir que le gustaba. Empecé a retirarme, y su mano se desplazó por mi brazo hasta tocarme la nuca. Hundió su puño en mi pelo, apretándolo, sintiéndolo igual que yo había sentido antes su cabello sedoso. Entonces sus ojos se abrieron sólo un poco más. Acercó mi cara a su boca y nos besamos, y esta vez fue un beso compartido. Apretaba los labios contra mi boca. Giró la cabeza hacia mí, de manera que casi quedé apoyada en uno de sus anchos hombros.
Abrí la boca ante la presión de sus labios, sentí la caricia húmeda de su lengua. Y su boca se abrió a la mía, y el beso creció. Una mano se quedó en mi cabello, pero la otra me recorría la cintura y me atraía hacia su regazo. Me besaba como si me fuera a comer toda desde la boca. Sentía la tensión de los músculos de su cuello bajo mis manos mientras me besaba con labios y boca, como si su boca tuviera partes que nunca antes había sentido. Me revolví en sus brazos para sentarme más sólidamente en su regazo. Esto arrancó un sonido del fondo de su garganta, y sus manos estaban en mi cintura levantándome. En un instante mis piernas quedaron una a cada uno de de sus lados, y de repente me encontré arrodillada con una pierna a cada lado y unida a él por la línea húmeda del beso. Mi tobillo lastimado rozó el asiento y tuve que tomar aire.
Frost apoyó su mejilla en mi escote; respiraba de forma entrecortada. Le apreté la cara contra mi piel, con mis brazos alrededor de sus hombros, y parpadeé varias veces como si despertara de un sueño.
Galen tenía la boca casi totalmente abierta. Temí que estuviera celoso, pero estaba demasiado sorprendido para eso. Con él ya éramos dos los sorprendidos, porque me costaba creer que fuera Frost el hombre al que sostenía entre mis brazos, que fuera Frost, cuya boca parecía haberme dejado un recuerdo abrasador en la mía. Kitto me miró con sus enormes ojos azules, y la mirada de su cara no era de sorpresa, sino de excitación. Me acordé de que no sabía que no iba a disfrutar de auténtico sexo esa noche.
Galen fue el primero en recuperarse. Aplaudió y dijo con una risa nerviosa:
– En una escala de uno a diez, le doy un doce, y lo único que hacía era mirar.
Frost me abrazó, todavía respirando como si hubiese hecho una carrera. Habló con voz entrecortada, como si no se hubiese recuperado del todo.
– Pensé que había olvidado cómo hacerlo.
Entonces me eché a reír, con un sonido grave, el tipo de risa que haría que un hombre volviera la cabeza en un bar, pero no es lo que pretendía. Mi cuerpo latía todavía con demasiada sangre, demasiado calor. Apreté a Frost contra mi cuerpo: el peso de su cara en mi escote, su boca bajando de manera que el calor de su respiración parecía quemar la fina tela de mi vestido, ansiosa porque sus labios siguieran descendiendo, de que me besara los pechos.
Conseguí decir algo:
– Confía en mí, Frost, no has olvidado nada. -Volví a reír-. Y si alguna vez has besado mejor, no estoy segura de que pueda soportarlo.
– Me gustaría estar celoso -dijo Galen-. Estaba preparado para ponerme celoso, pero mierda, Frost, ¿me puedes enseñar cómo lo haces?
Frost levantó la cabeza para poder mirarme a la cara, y su mirada mostraba un brillante placer con un toque de algo más oscuro. Su rostro me pareció más… humano, pero no menos perfecto.
Su voz sonó suave, grave, íntima cuando dijo:
– Y esto ha sido sólo el toque de mi carne. Sin poder, sin magia.
Lo miré a los ojos y tragó saliva. De golpe, fui yo quien estaba nerviosa.
– Es mágico, Frost, tiene su propia magia- jadeé.
Se ruborizó, un tono rosa pálido le subió desde el cuello hasta la frente. Era perfecto. Lo besé en la frente y le dejé que me ayudara a poner mi tobillo lesionado en su regazo. Me volví a sentar en mi lugar, con los brazos de Frost sobre los hombros. Mi cuerpo se adaptaba a la curva de sus brazos como si siempre hubiese estado allí.
– Ves, ya estamos cómodos -dije.
– Sí -dijo, e incluso esta palabra tenía una calidez que sentía en el estómago, y más abajo.
– Tienes que levantar este pie -dijo Galen-. Mi regazo se ofrece voluntario. -Se dio unas palmaditas en la pierna.
Estiré las piernas, y Galen colocó mis pies sobre sus piernas. Pero me resultaba incómodo, estando apoyada en Frost.
– Mi espalda no se puede doblar de esa manera.
– Si no levantas el tobillo, se hinchará -afirmó Galen-. Mantén los pies en mi pierna y échate. Estoy seguro de que a Frost no le importará que pongas tu cabeza en su regazo. -Pronunció esto último con un toque de sarcasmo.
– No -dijo Frost-, no me importa.
Si había captado el sarcasmo, no lo mostró en la voz.
Me eché, aguantando la falda con una mano para que no se me subiera; con las piernas en el regazo de Galen, me alegré de que la falda fuese larga, eso lo hacía todo más pudoroso, y yo estaba lo bastante cansada como para agradecerlo.
Apoyé la cabeza en el muslo de Frost, con la sien en su estómago. Su mano se desplazó por mi abdomen hasta tocar la mía, sus dedos se entrelazaron con los míos y le miré fijamente. La mirada era casi demasiado íntima. Moví la cabeza hacia un lado, y dejé descansar la mejilla tranquilamente en su muslo. Su mano libre jugaba con el cabello que me caía a un lado de la cara, acariciándolo con los dedos.
– ¿Te puedo quitar el otro zapato? -preguntó Galen.
Lo miré atentamente.
– ¿Por qué?
Levantó ligeramente la cadera, y sentí que el tacón apretaba una carne demasiado tierna para tratarse de un muslo. Continuó presionando contra el puntiagudo tacón, con su mirada clavada en mí.
– El tacón es un poco puntiagudo -dijo.
– Entonces deja de apretarte contra él -dije.
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