– No lo creo -dijo Cel-. No han tenido relaciones sexuales esta noche.
Andais se volvió hacia él.
– ¿Y no había un hechizo de lujuria en el coche cuando estaban solos en la parte de atrás?
Conri se puso lívido y su rostro adquirió un aspecto enfermizo. Su mirada bastó para revelarme que el hechizo de lujuria había sido creación suya. Aunque pocos de los sidhe allí presentes pondrían en duda quién le había ordenado que lo hiciera.
– Meredith no es la única que ha estado muy ocupada esta noche. -La voz de Andais empezaba a mostrar la ira que crecía en su interior.
Cel se sentó muy erguido. Siobhan cambió su posición detrás de la silla del príncipe para colocarse a su lado, sin llegar a interponerse entre el príncipe y la reina. No obstante, el gesto pareció lo que de verdad era. Siobhan había dejado claras sus lealtades delante de toda la corte. Andais no lo olvidaría ni lo perdonaría.
Rozenwyn dudó antes de seguir el liderazgo de su capitana. Al final se colocó al lado de Siobhan, pero evidenció su pesar al tener que escoger entre la reina y el príncipe. La lealtad de Rozenwyn era principalmente hacia Rozenwyn.
Eamon se situó junto a la reina, y Doyle también dio un paso hacia ella, como si no estuviera seguro de dónde debía ponerse. Nunca antes lo había visto dudar de sus obligaciones. La reina escrutó su rostro, y creo que la vacilación de Doyle le había dolido. Había sido su guardia personal durante mil años, su mano derecha, su Oscuridad. De repente no supo si debía apartarse de mi lado para ir al suyo.
– Basta ya -ordenó Andais. La rabia ardía en estas simples palabras-. Veo que has hecho otra conquista, Meredith. Mi Oscuridad no ha dudado en más de mil años de servicio, pero ahora está aquí cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro, preguntándose a quién debe proteger si las cosas van mal.
La mirada que me dirigió me hizo aferrarme con fuerza a la mano de Rhys.
– Da gracias de ser sangre de mi sangre, Meredith. Cualquier otro que hubiera dividido la lealtad de mis más fieles servidores lo pagaría con la muerte.
Era casi como si estuviese celosa, pero desde que tengo recuerdo nunca había tratado a Doyle como algo distinto a un sirviente, a un guardia. Nunca le había tratado como a un hombre. En más de mil años, nunca lo había elegido como amante. Pero ahora estaba celosa.
Doyle se mostraba desconcertado. Comprendí en ese momento que él la había amado, pero ya no la quería, aunque eso no era de mi incumbencia. Andais le había rechazado simplemente no prestándole atención en absoluto. Era un momento demasiado íntimo para una exhibición pública de ese tipo.
Entre los humanos, algunos de nosotros habríamos mirado hacia otro lado, les habríamos proporcionado una ilusión de intimidad, pero no era el estilo de los sidhe. Miramos, observamos cada matiz de sus rostros hasta que al final, al cabo de unos momentos en realidad, Doyle dio un paso atrás para colocarse a mi lado, con la mano en mi hombro. No era un gesto particularmente íntimo, especialmente después del espectáculo que había montado Galen, pero para Doyle, en ese momento, era íntimo. Él, igual que Siobhan, había mostrado su lealtad, había quemado sus naves.
Ya sabía que Doyle me mantendría con vida a costa de su propia vida porque la reina lo había ordenado así. Entonces supe que me mantendría con vida porque si moría la reina no volvería a confiar en él nunca más. No sería nunca más su Oscuridad. Era mío, para bien o para mal, y esto daba un sentido completamente nuevo a la frase «hasta que la muerte nos separe». Mi muerte comportaría la suya, casi con total seguridad.
Continué mirando a mi tía, pero alcé la voz para que me escucharan en todo el salón.
– Todos son mis consortes reales.
Las protestas se expandieron por toda la habitación, y unas voces masculinas dijeron: «¡no puedes haberte acostado con todos!», y «¡puta!». Creo que esto lo dijo una mujer.
Levanté la mano en un gesto que había visto hacer a mi tía muchas veces. Los murmullos no se habían acallado por completo, pero había suficiente silencio para permitirme continuar.
– Mi tía, en su sabiduría, previó los duelos que se podrían librar. Sabía que exponer a cualquier mujer ante la Guardia podía llevar a un gran derramamiento de sangre. Podríamos perder a nuestros mejores y más brillantes hombres.
Una voz femenina gritó:
– ¡Como si tú fueras un premio tan valioso!
Reí y busqué apoyo en el hombro de Rhys, utilizándolo a modo de bastón. Kitto se levantó y me ofreció su mano. Acepté con gusto la ayuda adicional, porque empezaba a dolerme el tobillo.
– Sé que has sido tú, Dilys. No, no soy un premio tan valioso, pero soy una mujer, y estoy a su disposición, y nadie más lo está. Esto me convierte en un premio valioso, tanto si nos gusta como si no. Pero mi tía previó el problema.
– Sí -dijo Andais-. He mandado a Meredith que escoja no a uno de vosotros, o a cuatro, o a cinco, sino a muchos. Os tratará como a su propio… harén personal.
– ¿Estamos autorizados a negarnos si nos escoge?
Escruté la multitud, pero no supe distinguir quién había hecho la pregunta.
– Sois libres de rechazar-dijo Andais-. Pero ¿quién de vosotros rechazaría la oportunidad de ser el próximo rey? Quien engendre un hijo ya no será consorte real, sino monarca.
Galen y Conri estaban todavía de pie a unos tres metros, mirándose mutuamente.
– Todos sabemos quién quiere que sea su rey. Lo ha expresado de forma suficientemente clara esta noche -afirmó Conri.
– Lo único que he dejado claro -expliqué- es que no me acostaré contigo, Conri. Lo demás, como dicen, está por ver.
– No convertirás a Galen en tu consorte real -dijo Cel, y su voz mostraba satisfacción-. Si tienes un hijo suyo, será el último que tenga.
Lo miré, intentando sin éxito comprender su nivel de animosidad. -Hice un trato con la reina Niceven antes de que el daño fuera demasiado grande.
– ¿Qué podías ofrecer tú a Niceven?
La delicada reina se alzó por encima de la multitud, desde su minúsculo trono en miniatura instalado sobre un estante. Toda su corte la rodeaba como en una casa de muñecas.
– Sangre, príncipe Cel. No la sangre de un señor inferior, sino la sangre de una princesa.
– Todos nosotros llevamos la sangre de la corte de la Oscuridad en nuestras venas, primo -dije.
Siobhan intervino para intentar salvarle, lo protegía con sus palabras igual que lo protegería con la espada.
– ¿Y qué sucede si es el trasgo quien la deja embarazada? -preguntó Siobhan.
La reina se volvió hacia ella.
– Entonces el trasgo será rey.
Las muestras de sorpresa se extendieron por toda la corte. Murmullos, imprecaciones, exclamaciones de horror.
– Nunca serviremos a un rey trasgo -dijo Conri. Otros le hicieron eco.
– Rechazar la elección de la reina es traición -dijo Andais-. Preséntate en el Salón de la Mortalidad, Conri. Creo que necesitas una lección acerca de lo que te puede costar la desobediencia.
Conri se quedó de pie, mirando a la reina, luego sus ojos buscaron a Cel, y esto fue un error.
Andais se levantó de golpe.
– ¡Soy la reina! No mires a mi hijo. Entrégate a los dulces cuidados de Ezekial, Conri. Ve ahora o te pasarán cosas peores.
Conri hizo una ligera reverencia y se retiró del salón del trono sin levantar la cabeza durante todo el camino hasta la puerta. Era lo único que podía hacer. Continuar discutiendo le habría costado la cabeza.
La voz de Sholto atronó en el tenso silencio.
– Pregunta a Conri quién le mandó colocar el hechizo de lujuria en la Carroza Negra.
Andais se volvió hacia Sholto como una tormenta a punto de desencadenarse. Sentada a su lado, podía sentir su magia reuniéndose, pinchándome la piel. Incluso le puso a Galen carne de gallina en el cuello.
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