Frost se levantó con un movimiento grácil y subió los peldaños conmigo en brazos. Sentía que sus piernas nos subían. Me colocó delicadamente en la silla, apartando sus manos de debajo de mi cuerpo. Luego hincó una rodilla en el suelo y me agarró el pie izquierdo.
Contemplé el salón del trono. Nunca me habían permitido subir a la tarima, desconocía la vista que se ofrecía desde allí arriba.
– Traed un taburete para que Meredith apoye el tobillo. Después de que haga mi anuncio, Fflur podrá atenderla.
No pareció hablar a nadie en concreto, pero flotaba hacia nosotros un pequeño escabel. Miré de reojo, temerosa de observar directamente el escabel flotante. Una pálida sombra menuda, como una sombra blanca, sostenía el escabel en sus delgadas manos fantasmagóricas. La blanca dama colocó el escabel al lado de la pierna de Frost. Sentí una presión, como cuando el peso de un trueno llena el aire. Era la percepción de la proximidad de un fantasma. No tenía que verla para saber que estaba allí. Entonces, la presión disminuyó, y supe que ella se alejaba flotando.
Frost me levantó el pie y lo puso encima del escabel. Contuve un grito, pero el dolor me ayudó a aclarar los pensamientos. Ya no me sentía mareada. Era el tercer atentado contra mi vida en una única noche. Alguien estaba firmemente decidido a matarme.
Frost se colocó de pie detrás de mi silla, del mismo modo que Siobhan protegía a Cel, e igual que Eamon se había situado detrás de la reina.
Andais miró a los nobles reunidos. Los trasgos y aquellos de menor alcurnia, los que habían sido invitados, se habían retirado para llenar las largas mesas decoradas dispuestas a ambos lados del salón. Ni tan siquiera Kurag tenía un sitial en el que sentarse en aquella habitación. Era sólo uno más entre la plebe.
– Os hago saber -anunció Andais- que la princesa Meredith NicEssus, hija de mi hermano, es ahora mi heredera.
Un rumor contenido recorrió la habitación, hasta que no hubo nada más que silencio, un silencio tan profundo que las damas blancas se levantaron en el aire como nubes entrevistas, y se pusieron a danzar sobre aquella tensión.
Cel estaba de pie.
– Madre.
– Meredith ha alcanzado finalmente su poder. Lleva la mano de carne igual que la llevó su padre antes de ella.
Cel continuaba levantado.
– Mi prima debió haber usado la mano en un combate mortal, y haber sangrado delante de como mínimo dos testigos sidhe. -Se sentó y se mostró nuevamente confiado.
La reina lo miró con tanto desdén que desapareció del rostro del príncipe cualquier asomo de confianza.
– Hablas como si no conociera las leyes de mi propio reino, hijo mío. Todo se ha hecho según nuestras tradiciones. ¡Sholto! -gritó.
Sholto se levantó de su gran silla situada junto a la puerta. Agnes la Negra estaba a un lado, y Segna la Dorada al otro. Algunas aves nocturnas colgaban del techo como grandes murciélagos y otras criaturas sluagh rodeaban a Sholto. Gethin me saludó.
– Sí, reina Andais -dijo Sholto. Llevaba el cabello recogido y su bello rostro mostraba aquella arrogancia tan común en el salón del trono.
– Cuéntale a la corte lo que me has contado a mí.
Sholto habló del ataque de Nerys, aunque no explicó los motivos. Contó una versión modificada de los acontecimientos, pero fue suficiente. No mencionó a Doyle, sin embargo, y eso me pareció extraño.
La reina se levantó.
– Meredith es igual en todo a Cel, mi hijo. Pero como sólo tengo un trono para que hereden, lo concederé a aquel que tenga un hijo en primer lugar. Si Cel deja embarazada a una de las mujeres de la corte dentro de tres años, será nuestro rey. Si Meredith da a luz en primer lugar, entonces ella será nuestra reina. Para asegurarme de que Meredith puede seleccionar entre los hombres de la corte, he levantado el celibato a mi Guardia para ella, y sólo para ella.
Los fantasmas revolotearon por encima de nuestras cabezas, y el silencio se tornó más denso como si todos estuviésemos sentados en el fondo de un pozo profundo, aunque brillante. Las expresiones de los hombres iban desde la sorpresa al desprecio o la estupefacción, y algunas eran de pura lujuria. Sea como fuere, al final casi todas las miradas masculinas se concentraron en mí.
– Es libre de escoger a cualquiera de vosotros. -Andais se sentó en su trono, acomodando sus faldas-. En realidad, creo que ya ha comenzado el proceso de selección. -Clavó en mí sus ojos grises-. ¿Verdad, sobrina?
Asentí.
– Entonces tráelos aquí, deja que se sienten a tu lado.
– No -dijo Cel-, debe tener dos testimonios sidhe. Sholto es sólo uno.
– Yo soy el otro -dijo Doyle, todavía de rodillas.
Cel se volvió a sentar lentamente en su trono. Ni tan siquiera él osaría poner en cuestión la palabra de Doyle. Cel me miró, y el odio de sus ojos ardía lo suficiente para quemarme la piel.
Desvié la mirada para observar a los hombres que continuaban arrodillados al pie de la tarima. Estiré las manos hacia ellos. Galen, Doyle y Rhys se levantaron y subieron los peldaños. Doyle me besó la mano y ocupó su lugar al lado de Frost, a mi espalda. Galen y Rhys se sentaron junto a mis piernas, del mismo modo que Keelin estaba sentada al lado de Cel. Era un poco servil para mi gusto, pero no estaba segura de qué otra cosa podía hacer. Kitto continuaba tumbado boca abajo, sin moverse.
Me dirigí a mi tía.
– Reina Andais, éste es Kitto, un trasgo. Forma parte del trato que he cerrado con Kurag, rey de los trasgos. Hemos establecido una alianza entre el reino de los trasgos y yo para los próximos seis meses.
Andais arqueó las cejas.
– Veo que has estado muy ocupada esta noche, Meredith.
– Sentí la necesidad de tener aliados poderosos, mi reina-dije. Mis ojos se desviaron hacia Cel, aunque traté de no mirarle.
– Más tarde me tienes que contar cómo has conseguido sacarle seis meses de alianza a Kurag pero, ahora, llama a tu trasgo.
– Kitto -dije, extendiendo mi mano-, levántate.
El trasgo alzó la cara sin mover el cuerpo. El movimiento parecía casi doloroso de tan extraño. Sus ojos miraron a la reina, y después a mí, nuevamente.
Asentí.
– Puedes levantarte, Kitto.
El trasgo volvió a mirar a la reina, y ella sacudió la cabeza.
– Levántate del suelo, chico, para que un médico pueda curar las heridas de tu señora.
Kitto se puso en cuatro patas. A1 ver que nadie le gritaba, se puso de rodillas, luego sobre una rodilla, y finalmente, con mucho cuidado, de pie. Subió los peldaños demasiado rápido, casi corriendo, y se sentó a mis pies con expresión de alivio.
– Fflur, atiende a la princesa -ordenó Andais.
Fflur subió los peldaños con dos damas blancas, una a cada lado. La que llevaba la bandeja de las vendas era la más sólida, casi parecía viva. El otro espíritu era completamente invisible y sostenía en el aire una cajita cerrada como si le ayudara magia de brownie, pero ningún brownie hacía magia en el salón del trono.
Fflur me quitó el zapato y me hizo girar el pie, lo cual provocó que resbalara por la silla. Logré no gritar de dolor, pero quería hacerlo. Por suerte se trataba sólo del tobillo. Por lo demás estaba bien.
– Tienes que quitarte la media para que pueda vendarte el tobillo -dijo.
Empecé a subirme la falda, pero Galen puso sus manos sobre las mías y me paró.
– Permíteme -dijo.
No se acostaría conmigo esa noche, pero la mirada de sus ojos, su voz y el peso de sus manos en mi muslo constituían una suerte de promesa para el futuro.
Rhys colocó una mano en mi otra rodilla.
– ¿Por qué has de quitarle tú la media?
Galen lo miró.
– Porque he tenido yo la idea en primer lugar.
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