– Todavía me duele, Merry -dijo.
– Lo siento, Galen, puedes quitarme el zapato.
Esbozó una sonrisa. Me quitó el zapato y lo sostuvo en el aire mientras sacudía la cabeza.
– Me gusta cómo te quedan los tacones, pero unas zapatillas te habrían salvado el tobillo.
– Tiene suerte de no haberse torcido nada más -dijo Frost-. Era un hechizo poderoso, aunque mal construido.
Asentí.
– Sí, era como matar moscas a cañonazos.
– Cel tiene poder, pero muy poco control -aseguró Frost.
– ¿Estamos seguros de que fue Cel? -preguntó Galen.
Los dos lo miramos.
– ¿No lo estás tú? -pregunté.
– Sólo digo que no tendríamos que cargar todas las culpas a Cel. Es tu enemigo, pero quizá no sea el único. No quiero que por obsesionarnos con Cel se nos pase algo importante.
– Bien dicho -dijo Frost.
– Caray Galen, casi es un comentario inteligente -dije.
Galen me palmeó la planta del pie.
– Atenciones como ésta no te acercarán a mi cuerpo.
Pensé por un instante en poner mi pie en su entrepierna para demostrar que ya estaba cerca de su cuerpo, pero me abstuve. Estaba lastimado y sólo conseguiría hacerle daño.
Kitto nos observaba con una mirada intensa. Algo en su cara y en la manera tan atenta de comportarse me inclinaba a pensar que podría contarle a Kurag todo lo que decíamos. ¿Hasta qué punto era mío?
El trasgo me sorprendió observándole, y sus ojos se clavaron en mí. La mirada no mostraba miedo, era atrevida y expectante. Se había mostrado más relajado desde que había besado a Frost, aunque no estaba segura del motivo.
Mi mirada pareció incrementar la audacia de Kitto. Se arrastró hacia adelante, hacia mí. Sus ojos pasaron de Galen a Frost, pero se arrodilló en el suelo, con las piernas separadas.
Hablaba con mucho cuidado, manteniendo la boca todo lo cerrada que podía para esconder los colmillos y la lengua bífida.
– Te has follado al sidhe de pelo verde esta noche.
Empecé a protestar, pero Galen tocó mi pierna, presionándola ligeramente. Tenía razón. No sabíamos hasta qué punto podíamos confiar en el trasgo.
– Has besssado…-La ese de «besado» era la primera sibilante que se había permitido en el discurso, y esto le hizo dudar. Volvió a empezar-. Has besado al sidhe de cabello de plata esta noche. Pido permiso para defender el honor de los trasgos en esta cuestión.Hasta que compartamos la carne, el tratado entre tú y mi rey no tendrá vigor.
– Cuidado con lo que dices, trasgo -dijo Frost.
– No -dije-, no pasa nada, Frost. Kitto está siendo muy educado tratándose de un trasgo. Su cultura es muy atrevida en lo que al sexo se refiere. Además, tiene razón. Si le pasa algo a Kitto antes de que compartamos la carne, los trasgos quedarán liberados del acuerdo.
Kitto se inclinó hasta que su frente tocó la silla, y su cabello rozó la mano de Frost, que todavía sostenía la mía. Frotó la cabeza contra mis piernas, como un gato.
Le di un golpecito en la cabeza.
– Ni se te ocurra hacerlo en el coche. No me va el sexo en grupo.
Se levantó lentamente, y aquellos ojos azules me miraron.
– ¿Cuándo lleguemos al hotel? -preguntó.
– Está herida -dijo Galen-. Creo que puede esperar.
– No -dije-, necesitamos a los trasgos.
La mano que Galen mantenía sobre mi pierna me bastó para comprobar hasta qué punto estaba tenso.
– No me gusta.
– No hace falta que te guste, Galen, limítate a reconocer que es práctico.
– A mí tampoco me gusta la idea de que te toque -dijo Frost; además sería muy sencillo asesinar a un trasgo. Son más fáciles de matar que los sidhe, si usas magia.
Miré el cuerpo delicado de Kitto. Sabía que podía resistir cualquier golpe, pero magia… Ése no era el punto fuerte de un trasgo.
Estaba cansada, muy cansada. Pero había trabajado mucho para conseguir una alianza con los trasgos y no estaba dispuesta a que se malograra por remilgos. La pregunta era ¿en qué parte de mi cuerpo le dejaría hundir aquellos colmillos? No iba a perder una libra de carne, pero Kitto tenía derecho a darme un mordisco. ¿Dónde te gustaría que te mordieran?
No podía andar con el tobillo así. Doyle me entró en brazos en el vestíbulo del hotel. Kitto permanecía muy cerca de mí, después de que Rhys hiciera un comentario desagradable al entrar. Si Rhys continuaba mostrando rencor contra todos los trasgos, la situación se complicaría todavía más. No necesitaba que se complicara, necesitaba algo sencillo.
Lo que me esperaba en la sala de estar no era nada sencillo.
Griffin estaba sentado en uno de los mullidos sillones, con sus largas piernas estiradas para que su nuca descansara en el respaldo. Cuando entramos, tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormido. Su cabello se derramaba por los hombros en una melena cobriza. Me acordé de cuando le llegaba a los tobillos, y de que lloré cuando se la cortó. Había evitado buscarlo entre la multitud durante el banquete. Una mirada me bastó para saber que aquel cabello de color casi caoba no estaba en la habitación. ¿Qué hacía en el hotel? ¿Por qué no había asistido al banquete?
Estaba desperdiciando encanto para hacerse pasar por humano, pero incluso amortiguado por su propia magia brillaba. Iba vestido con tejanos, botas vaqueras, una camisa blanca abrochada hasta arriba y una chaqueta también tejana con hombreras y coderas de cuero. Esperaba que se me cerrara el pecho y me costase respirar al verle. Porque no estaba dormido, estaba posando para causar el máximo efecto. Pero mi pecho no se cerró y respiraba perfectamente.
Doyle se había detenido conmigo en brazos, justo antes de pisar la alfombra de estilo oriental en la que se hallaban los sillones. Miré a Griffin desde los brazos de Doyle y me sentí vacía. Había compartido con él siete años de mi vida y podía mirarle sin sentir nada más que un doloroso vacío, una suerte de tristeza por haber perdido tanto tiempo y tanta energía con aquel hombre. Había temido el reencuentro, temía que todos aquellos sentimientos volviesen a aflorar o enfurecerme con él. Pero no sucedió nada. Siempre tendría dulces recuerdos de su cuerpo y recuerdos menos dulces de su traición, pero el hombre que posaba allí con tanto esmero ya no era mi amor. La constatación me produjo un alivio profundo y una gran pena.
Abrió lentamente los ojos y una sonrisa le curvó los labios. Me dolió, porque en alguna ocasión había creído que esa sonrisa estaba pensada especialmente para mí. La mirada de sus ojos color miel también me era familiar. Demasiado familiar. Me miraba como si no me hubiera ido nunca, con la misma seguridad que había mostrado Galen antes. Sus ojos estaban llenos de un conocimiento de mi cuerpo y de la promesa de que tendría acceso a él rápidamente.
Esto acabó con cualquier simpatía que todavía pudiera sentir por él.
El silencio se había prolongado demasiado, pero no sentí la necesidad de romperlo. Sabía que si no decía nada, Griffin terminaría por hablar. Siempre se había mostrado orgulloso del sonido de su propia voz.
Se levantó en un movimiento fluido, ligeramente encorvado, de manera que no aparentaba su metro noventa. Me mostró su mejor sonrisa, la que hacía que sus ojos se arrugasen y le marcaba un minúsculo hoyuelo en la mejilla.
Lo mire, impasible. Me ayudaba el hecho de que estaba tan cansada que apenas podía pensar, pero era algo más que eso. Me sentía vacía interiormente y dejé que mi cara lo mostrase. Le dejé ver que no representaba nada para mí aunque, conociendo a Griffin, sabía que no se lo creería.
Dio un paso adelante, con una mano extendida como si fuese a coger la mía. Yo lo fulminé con la mirada hasta que bajó de nuevo la mano y por primera vez, pareció sentirse incómodo.
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