Laurell Hamilton - Besos Oscuros

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Soy la princesa Meredith, heredera del trono de mi país si soy capaz de mantenerme con vida para reclamarlo. Mi primo, el príncipe Cel, está determinado a que no lo consiga. Mientras los dos vivamos, deberemos competir por la corona. El primero de nosotros que tenga descendencia será el que consiga el trono. Así que ahora, los hombres de mi guardia real, temibles guerreros hábiles con las armas y los hechizos, se han convertido en mis amantes, en una placentera carrera para conseguir ser el futuro rey y padre de mi hijo. Además, deben protegerme contra los intentos de asesinato, porque a diferencia de la mayoría de los sidhe, soy humana en parte, y muy mortal.

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Paseó la mirada por mis acompañantes, y después volvió a posarla en mí.

– La reina insistió en que yo no estuviera allí esta noche. Pensó que eso te podría alterar. -La seguridad se hundió en sus ojos para dejar paso a la ansiedad-. ¿Qué me he perdido esta noche?

– ¿Qué estás haciendo aquí, Griffin? -dije. Mi voz estaba tan vacía como mi corazón.

Cambió el peso del cuerpo de un pie a otro. Era evidente que la reunión no se desarrollaba según sus expectativas.

– La reina dijo que había levantado el celibato de la Guardia para ti.

Sus ojos se dirigieron a Doyle y a continuación, a los demás. Torció el gesto al ver al trasgo. No le gustaba ninguno de ellos. No le gustaba que yo estuviera en brazos de otro. Percibí un fugaz destello de satisfacción, insignificante pero real.

– Que la reina haya levantado el celibato para mí y sólo para mí no responde a mi pregunta, Griffin.

Frunció el ceño.

– ¿Por qué estás aquí? -pregunté.

– La reina me dijo que te había advertido de que enviaría a un guardia elegido por ella.

Intentó volver a sonreír, pero la sonrisa se desvaneció cuando lo miré.

– ¿Estás intentando decirme que la reina te ha enviado como espía suyo?

Levantó la cabeza, y su delicado mentón se tensó. Era un signo inequívoco de que no se sentía a gusto.

– Pensé que te gustaría, Merry. Hay muchos guardias con los que sería peor compartir tu cama.

Negué con la cabeza y apoyé la cara en el hombro de Doyle.

– Estoy demasiado cansada para esto.

– ¿Qué quieres que hagamos nosotros, Meredith? -preguntó Doyle.

La mirada de Griffin se endureció, y me percaté de que Doyle había utilizado mi nombre de pila deliberadamente; no un título, sino mi nombre.

Esto me hizo sonreír.

– Llévame a la habitación y ponte en contacto con la reina. No me obligarán a volver a compartir la cama con él, bajo ningún concepto.

Griffin dio un paso hacia nosotros y me acarició el pelo. Doyle me puso fuera de su alcance girando los hombros.

– Fue mi consorte durante siete años -dijo Griffin, y esta vez había rabia en su voz.

– Entonces deberías haberla valorado como el precioso regalo que es.

– Vete, Griffin -dije-. Conseguiré que la reina envíe a algún otro.

Se puso delante de Doyle, bloqueando nuestro camino hacia los ascensores.

– Merry Merry, ¿no…?

– ¿Sientes nada? -acabé la frase por él-. Siento la necesidad de salir de este vestíbulo antes de atraer a una multitud.

Griffin miró de reojo el mostrador, desde donde la conserje del turno de noche nos dedicaba toda su atención. Había llegado un hombre y se había colocado a su lado, como si tuvieran miedo de que se produjera una pelea.

– Estoy aquí a las órdenes de la reina. Sólo ella me puede echar, no tú.

Miré a sus ojos airados y me puse a reír.

– Muy bien, muy bien, vamos todos a la habitación y la llamaremos desde allí.

– ¿Estás segura? -preguntó Doyle-. Si quieres que se quede en el vestíbulo, lo podemos solucionar.

Percibí un sutil tono de amenaza en su voz y me di cuenta de que Doyle quería hacerle daño, quería una excusa para castigar a Griffin. No creo que fuera algo personal conmigo. Pienso más bien que Griffin había tenido lo que todos ellos deseaban, acceso a una mujer que lo adoraba, y lo había echado por la borda mientras los demás no podían hacer otra cosa que mirar.

Frost se colocó detrás de Doyle. Kitto le siguió. Rhys se nos unió desde el otro lado y Galen se acercó a Griffin por detrás.

Griffin se tensó de golpe. Acercó la mano al cinturón y ésta empezó a desaparecer bajo la chaqueta.

Doyle dijo:

– Si tu mano no está a la vista, interpretaré que pretendes hacernos daño. Y no creo que quieras que piense eso, Griffin.

Griffin intentaba controlarlos a todos visualmente, pero había permitido que le rodearan, y uno no puede mirar a dos lados a la vez. Era una actitud demasiado descuidada, y Griffin era muchas cosas, pero no descuidado. Por primera vez me pregunté si le había afligido nuestra separación, si había sentido suficiente dolor para volverse descuidado, lo bastante descuidado para resultar herido 0 incluso perder la vida.

Esta idea tenía gracia desde un punto de vista sociopático, pero no quería lo matasen, sólo lo quería lejos de mí.

– No tengo ganas de peleas, aunque sería divertido

– ¿Cuáles son tus órdenes? -preguntó Doyle.

– Vamos todos arriba a contactar con la reina, luego me lavaré un poco y ya veremos.

– Como quieras, princesa -dijo Doyle.

Me llevó hacia los ascensores. Los demás nos siguieron, formando una especie de red semicircular en torno a Griffin. Sin necesidad de que nadie les dijera nada, Rhys y Galen se colocaron uno a cada lado de Griffin en el ascensor.

Doyle se quedó a un lado, con la espalda en el espejo para poder controlar a Griffin. Frost hacía lo mismo al otro lado. Kitto continuó mirando a Griffin como si no lo hubiese visto nunca antes.

Griffin apoyó los hombros en la pared, con los brazos plegados en el pecho y los tobillos cruzados: la imagen de la tranquilidad absoluta. Pero sus ojos y la rigidez de sus hombros lo traicionaban.

Lo miré entre Galen y Rhys. Le sacaba cuatro dedos a Galen y bastantes más a Rhys.

Me sorprendió mirando y dejó caer su encanto, lentamente, como un estriptis. Le había visto hacerlo desnudo muchas más veces de las que podía contar. Era como mirar a una luz que surgiese de debajo de su piel, empezando por los pies, luego sus musculosas pantorrillas, los muslos fuertes, y subiendo, hacia arriba, hasta que cada centímetro de su cuerpo brillaba como alabastro pulido con una vela en su interior, tan brillante el resplandor de su piel que casi formaba sombras.

El recuerdo de su cuerpo desnudo y brillante estaba grabado a fuego en mi memoria, y cerrar los ojos no servía de nada. Había sido una imagen demasiado querida durante demasiado tiempo. Abrí los ojos y vi el brillo metálico de su cabello de cobre. Las ondas de su pelo crepitaban y se movían con su poder. Los ojos no eran del color de la miel, tenían tres colores: marrón alrededor de la pupila, oro líquido y por último, bronce bruñido. La visión de su cuerpo envuelto en un resplandor me dejó sin aliento. Siempre sería guapo y ningún odio iba a cambiar eso.

Pero la belleza no era suficiente, ni mucho menos.

Nadie dijo ni una palabra hasta que se detuvo el ascensor. Entonces Galen cogió a Griffin por el brazo y Rhys miró a ambos lados del pasillo antes de que Doyle me sacara del ascensor.

– ¿Por qué tanta precaución? -preguntó Griffin-. ¿Qué ha pasado esta noche?

Rhys examinó la puerta y a continuación, me cogió la llave magnética y abrió la puerta. Examinó la habitación mientras los demás esperábamos fuera. Si los brazos de Doyle estaban cansados de cargarme, no lo mostraban.

– No hay peligro -dijo Rhys. Cogió el otro brazo de Griffin y lo hicieron entrar en la habitación de este modo. El resto de nosotros los seguimos.

Doyle me depositó en la cama, y me quedé sentada con la espalda apoyada en el cabezal. Eligió uno de los cojines que había sobre la colcha azul y lo colocó debajo de mi tobillo, luego se sacó la capa y la dejó al pie de la cama. Todavía llevaba el arnés de piel y metal sobre el pecho; los pendientes de plata todavía brillaban en los lóbulos de sus orejas; las plumas de pavo real todavía peinaban sus hombros. Por primera vez, se me pasó por la cabeza que nunca había visto a Doyle de otra manera. Bueno, sí con otra ropa, pero no estaba segura de si utilizaba encanto o no. Doyle no intentaba ser alguien distinto del que era.

Miré a Griffin, que aún brillaba, todavía hermoso. Galen y Rhys le habían hecho sentar en una silla. Galen se apoyó en la mesita que había junto a la silla. Rhys se recostó en la pared. Ninguno de los dos brillaba, pero sabía que como mínimo Galen no pretendía pasar por humano.

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