Laurell Hamilton - El Cadáver Alegre

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La reanimación de cadáveres se ha convertido en un negocio muy lucrativo al menos en San Luis, y en gran medida gracias al jefe de Anita Blake, un verdadero embaucador con un fino olfato para los negocios que le enseña cómo sacar partido de su talento y le ofreció trabajo en Reanimators Inc. Pero cuando reciben una oferta de un millón de dólares para que Anita reanime un cadáver de casi trescientos años, la joven se niega en redondo… y empiezan los problemas.
Con el segundo título de la serie protagonizada por Anita Blake, Laurell K. Hamilton renovó las expectativas generadas con Placeres Prohibidos y siguió sentando las bases de uno de los hitos de la literatura vampírica moderna. Sin alardes y recurriendo a un lenguaje coloquial ágil y chispeante, la autora construye narraciones tremendamente adictivas en las que desarrolla uno de los análisis más certeros que ha dado la literatura de género sobre los miedos y prejuicios representados en los monstruos

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Todo parecía moverse a nuestro alrededor. Los demás policías también corrían hacia allí. Todos nos dábamos prisa, pero todos íbamos a llegar demasiado tarde: ya no se oía nada. Tampoco ningún disparo. ¿Por qué no? ¿Cómo era que nadie había disparado?

Atravesamos varios jardines hasta que llegamos a una verja metálica y tuvimos que guardar la pistola; no podíamos trepar con una sola mano. Mierda. Me las arreglé como pude para pasar al otro lado.

Caí de rodillas en la tierra blanda de un macizo de flores, entre no sé qué plantas altas de verano que medían bastante más que yo arrodillada. Ki aterrizó a mi lado; Roberts fue la única que cayó de pie.

Ki se puso en pie sin sacar la pistola, y yo desenfundé la Browning agazapada entre las flores. Ya me levantaría cuando estuviera armada.

Percibí un movimiento apresurado, pero no veía nada con claridad, por culpa de las plantas. De repente, Roberts se tambaleaba hacia atrás, gritando.

Ki estaba sacando la pistola, pero recibió un golpe y acabó encima de mí. Rodé para zafarme, pero su peso no me lo ponía fácil.

– ¡Aparta, Ki!

El policía se incorporó y empezó a acercarse a gatas a su compañera. Vi la silueta de su pistola recortada contra la luz de las farolas. Estaba mirando a Roberts, que no se movía.

Escudriñé la oscuridad intentando ver algo, lo que fuera. Se desplazaba mucho más deprisa que una persona; tan deprisa como un algul. Los zombis no eran tan ágiles. ¿Me habría equivocado desde el principio? ¿Sería algo distinto, algo peor? ¿Cuántas vidas costaría mi error aquella noche? ¿ La de Roberts, por ejemplo?

– ¿Está viva, Ki? -Seguí escudriñando, y tuve que contener el impulso de examinar sólo las zonas iluminadas. Reinaban los gritos y la confusión: «¿Dónde está?», «¿Dónde se ha metido?». Los sonidos se alejaban-. ¡Aquí, aquí! -grité. Las voces vacilaron y empezaron a acercarse. Montaban más bullicio que una manada de elefantes artríticos-. ¿Está malherida? -le pregunté a Ki.

– Sí. -Dejó la pistola en el suelo para apretarle el cuello a Roberts con las dos manos, que se llenaban de un líquido oscuro. Virgen santa.

Me arrodillé al otro lado de la agente, con la pistola en la mano y sin dejar de mirar a mi alrededor. Fue cuestión de segundos, pero se me hicieron eternos.

Le tomé el pulso. Era débil, pero algo es algo. Vi que me había llenado la mano de sangre y me la limpié en el pantalón. Ese bicho casi la había degollado.

– ¿Dónde estaba? -pregunté. Los ojos de Ki estaban enormes; eran todos pupila. A la luz de las farolas, su piel tenía un tono leproso. La sangre de su compañera le corría entre los dedos.

Algo se movió, demasiado pegado al suelo pata ser un hombre, aunque tendría el mismo tamaño. Sólo era un bulto que reptaba a lo largo de la parte trasera de la casa, delante de nosotros. Fuera lo que fuera, había buscado el lugar más oscuro e intentaba escabullirse.

Aquello demostraba más inteligencia de la que cabría esperar de un zombi. Me había equivocado. Me había equivocado. Había cometido un error de la hostia. Y Roberts estaba muriendo por eso.

– Quédate con ella y mantenía con vida -le dije a Ki.

– ¿Adónde vas?

– A buscarlo. -Salté la verja con una sola mano. Debía de estar rebosante de adrenalina, porque lo conseguí.

Cuando llegué al jardín, el monstruo ya no estaba. Vi pasar una sombra, sigilosa como un ratón, por delante de la ventana de la cocina. Se movía tan deprisa que lo veía borroso, pero tenía el tamaño de un hombre.

Doblé la esquina de la casa y lo perdí de vista. Mierda. Me alejé de la pared a toda prisa, tanto como pude, con el corazón en un puño mientras imaginaba sus dedos desgarrándome la garganta. Doblé la esquina siguiente con la pistola en las dos manos, apuntando, lista para disparar. Nada. Escudriñé la oscuridad, las balsas de luz. Nada.

Gritos a mis espaldas. Habían llegado los polis. Por favor, que Roberts saliera adelante.

Vi un movimiento cuando algo pasó por una zona iluminada, junto a la pared de otra casa. Oí que me llamaban, pero ya estaba corriendo hacia el bicho.

– Traed exterminadores -grité mientras corría. Pero no me detuve; no me atreví, porque era la única que sabía dónde estaba. Si yo lo perdía, lo perderíamos.

Me adentré corriendo en la oscuridad, sola, detrás de algo que quizá ni siquiera fuera un zombi. No es lo más inteligente que he hecho en mi vida, pero no iba a permitir que se escapara. Ni de coña.

No iba a permitir que le hiciera daño a otra familia, si podía detenerlo. Aquella misma noche.

Atravesé la luz de una farola, lo que hizo que la oscuridad me pareciera más intensa. No veía nada, y me quedé paralizada, esperando a que se me acostumbraran los ojos.

– Qué persssissstente. -Oí un siseo a mi derecha, tan cerca que se me erizó el vello de los brazos.

Agucé la visión periférica, sin moverme. Una sombra más oscura se alzaba entre los arbustos que rodeaban la casa. Se incorporó por completo, pero no atacó. Si quería acabar conmigo, lo conseguiría antes de que pudiera volverme para disparar. Lo había visto moverse y supe que podía darme por muerta.

– No eresss como los demásss. -La voz era sibilante, como si le faltara parte de la boca y tuviera que hacer un gran esfuerzo para hablar. La voz de un caballero deteriorado por la tumba. Me volví hacia él despacio, muy despacio-. Devuélveme.

Había girado la cabeza lo suficiente para verlo en parte. No veo mal del todo en la oscuridad, y llegaba un poco de luz de las farolas.

Tenía la piel muy clara, de un blanco amarillento. Se le pegaba a los huesos de la cara como cera semiderretida, pero sus ojos conservaban la vitalidad. Me traspasaron con un brillo que los hacía más que ojos.

– ¿Devolverte?

– Devuélveme a la tumba. -No podía mover bien los labios; no le quedaba bastante carne en ellos.

Una luz me llenó los ojos, y el zombi se tapó la cara y gritó. No se veía una mierda. El zombi se abalanzó contra mí y apreté el gatillo a ciegas. Creo que oí un gruñido cuando la bala alcanzó su objetivo. Volví a disparar con una mano, mientras me protegía el cuello con el otro brazo y caía.

Cuando conseguí enfocar algo estaba sola e ilesa. ¿Por qué? El zombi me había pedido que lo devolviera a la tumba. ¿Cómo sabía que era capaz? Pocos humanos se daban cuenta. Las brujas lo notaban a veces, y los otros reanimadores me identificaban siempre. Los otros reanimadores. Mierda.

De repente, Dolph estaba junto a mí y me ayudaba a levantarme.

– Dios, Blake, ¿estás herida?

– No. ¿Qué cojones ha sido esa luz?

– Una linterna halógena.

– Pues casi me dejáis ciega.

– No podíamos disparar sin ver nada.

Varios policías pasaron corriendo cerca de nosotros, y se oyeron gritos de «¡Ahí está!». Dolph y yo nos quedamos atrás en compañía de la linterna agresiva, mientras continuaba la persecución.

– Ha hablado conmigo -dije.

– ¿Cómo que ha hablado contigo?

– Me ha pedido que lo devuelva a la tumba. -Lo miré mientras lo decía, y me pregunté si estaría como Ki, pálida y con las pupilas muy dilatadas. ¿Por qué no tenía miedo?-. Es antiguo; tiene un siglo por lo menos. En vida tuvo algo que ver con el vudú; eso fue lo que salió mal, y el motivo por el que Peter Burke no pudo controlarlo.

– ¿Cómo sabes todo eso? ¿Te lo ha dicho?

Negué con la cabeza.

– Le he calculado la edad por el aspecto. Al verme se ha dado cuenta de que era capaz de devolverlo a la tumba, y sólo una bruja u otro reanimador me habría reconocido como tal. Yo diría que levantaba muertos.

– ¿Y eso cambia nuestros planes?

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