Doyle dejó de hablar, y miró a través de la mesa a los abogados.
– Perdónennos, por favor. Durante un momento hemos olvidado dónde estábamos.
– ¿Cree que se trata de alguna clase de juego político de la corte? -preguntó Veducci.
– Sí -dijo Doyle.
Veducci miró a Frost.
– ¿Teniente Frost?
– Estoy de acuerdo con mi capitán.
Por último me miró.
– ¿Princesa Meredith?
– Oh, sí, Sr. Veducci, independientemente de lo que hagamos, seguramente son juegos de corte.
– El tratamiento que ha recibido el Embajador Stevens me hace comenzar a preguntarme si estamos siendo utilizados aquí -dijo Veducci.
– ¿Dice usted, Sr. Veducci -dijo Biggs-, que comienza a dudar de la validez de los cargos hechos contra mis clientes?
– Si averiguo que sus clientes hicieron aquello de lo que han sido acusados, haré todo lo posible para castigarlos con la mayor condena que la ley permita, pero si estos cargos resultan ser falsos, y el rey ha tratado de usar la ley para dañar a un inocente, haré todo lo posible por recordar al rey que en este país se supone que nadie está por encima de la ley. -Veducci sonrió otra vez, pero esta vez no fue una sonrisa feliz. Era la de un predador. Esa sonrisa fue suficiente; yo sabía a quién temía más al otro lado de la mesa. Veducci no era tan ambicioso como Shelby y Cortez, pero era mejor. Él realmente creía en la ley. Realmente creía que el inocente debía ser protegido, y el culpable castigado. No muy a menudo se ve una fe tan pura en abogados que han pasado más de veinte años en el ejercicio de su profesión. Tenían que dejar de creer en la ley para sobrevivir como abogados. Pero de alguna manera, Veducci había mantenido la fe. Él creía, y tal vez, sólo tal vez, comenzaba a creer en nosotros.
HABÍAMOS PASADO A UNA SALA DIFERENTE. ÉSTA ERA MÁS pequeña que la sala de juntas, y más parecida a la sala de estar de las casas unifamiliares. Había un espejo enorme en una pared, el cristal tenía pequeñas imperfecciones y burbujas cerca de una esquina. También presentaba zonas en las que había humedades. Su marco era dorado, pero un dorado deslustrado por la edad. Pertenecía al Sr. Biggs. Estábamos aquí, presentes en el santuario personal de Biggs, para hacer una llamada telefónica, aunque en este caso ningún teléfono nos haría falta.
Galen, Rhys, y Abeloec habían pasado su turno en el interrogatorio en la sala de conferencias. No habían sido capaces de hacer mucho, pero habían negado los cargos. Abe había permanecido de pie, con sus mechones sombreados de gris, negro y blanco, todo tan perfectamente uniforme que casi parecía artificial como algún gótico moderno, pero en este caso no era debido a ningún tinte, era verdadero. Su piel pálida y ojos grises hacían juego con el conjunto. Parecía extraño en su traje color gris carbón. Ningún sastre podría hacerle lucir mejor que con ropa que hubiera escogido él mismo. Había sido un buen amigo de las fiestas durante siglos, y su ropa generalmente lo reflejaba. Abe no tenía ninguna coartada porque había estado tratando de salir de una botella que le perseguía como una droga en el momento del ataque. Estaba limpio y sobrio desde hacía solamente dos días. Pero los sidhe no pueden realmente ser adictos a algo, igual que no pueden beber o drogarse hasta llegar al olvido. Era una ventaja y desventaja a la vez.
Los sidhes no podían ser adictos, pero tampoco podían usar el licor o las drogas para escapar de sus problemas. Se podrían emborrachar, pero solamente hasta cierto punto.
Galen parecía sereno y juvenilmente elegante con su traje marrón. No le habían permitido llevar su habitual tono de verde, porque éste hacía resaltar los matices verdosos de su piel blanca. Lo que ellos no habían parecido entender era que el marrón le daba un matiz verde oscuro de todas maneras, y mucho más perceptible al ojo humano. Sus rizos verdes estaban cortados al ras, con sólo una delgada trenza para recordarme que su pelo una vez había caído gloriosamente hasta sus tobillos. Era el que tenía la mejor coartada de los tres, porque había estado teniendo sexo conmigo cuando el presunto ataque ocurrió.
Hubo un tiempo durante el cual yo habría descrito a Rhys como infantilmente hermoso, pero hoy ya no. Hoy, cada uno de sus ciento setenta centímetros le hacían parecer más maduro y más él. Era el único de los guardaespaldas que estaban conmigo, que medía menos de 1´80 m. Rhys era todavía hermoso, pero había perdido su aire infantil, o a lo mejor es que había ganado alguna otra cosa. Un hombre que tenía más de mil años, y una vez había sido el Dios Cromm Cruach, no podía crecer, ¿o podía? Si él hubiera sido humano, lo que yo habría pensado es que los acontecimientos de estos últimos días le habían ayudado a madurar al fin. Pero parecía arrogante el pensar que mis pequeñas aventuras podrían afectar a un ser que en su día había sido adorado como un Dios.
Su pelo blanco se le rizaba en los hombros, y bajaba por la amplia extensión de su espalda. Era el más bajo de mis guardias sidhe, pero yo sabía cómo era el cuerpo que había bajo su traje, y era en su mayoría puro músculo. Se tomaba su entrenamiento muy en serio. Llevaba puesto un parche en el ojo para cubrir las principales cicatrices de la herida que había recibido hacía siglos. El único ojo que le quedaba era encantador, tres círculos de azul como líneas de cielo en diferentes días del año. Su boca era una suave y firme línea, y de entre mis hombres era al que mejor se le daba hacer pucheros, como si sus labios pidieran ser besados. Yo no sabía qué había hecho que apareciera esta nueva seriedad en él, pero le daba una nueva profundidad, como si hubiera algo más en él que hacía sólo unos días.
Él era el único de los tres que había estado fuera de la colina de las hadas, nuestro sithen, cuando el supuesto ataque se había llevado a cabo. Lo que pasó realmente fue que fue atacado por guerreros de la Corte de la Luz que le acusaron abiertamente del delito. Habían salido a la nieve invernal para cazar a mis hombres con acero y hierro frío, dos de las únicas cosas que pueden herir de verdad a un guerrero sidhe. La mayoría de las veces incluso cuando se provocan duelos en las cortes, se lucha con armas que no pueden herirnos mortalmente. Es como en las películas de acción donde los hombres se golpean concienzudamente el uno al otro, pero siguen volviendo a por más. El hierro frío y el acero eran armas mortales. Y aquél que las utilizaba violaba la paz entre las dos cortes.
Los abogados discutían.
– Lady Caitrin alega que el ataque ocurrió durante un día en el cual mis clientes estaban justamente en Los Ángeles -decía Biggs. -Mis clientes no pueden haber hecho algo en Illinois cuando estuvieron en California durante todo el día. Durante ese día en cuestión, uno de los acusados estaba trabajando para la Agencia de Detectives Grey y fue visto por varios testigos en el susodicho día.
Ése había sido Rhys. A él le encantaba trabajar como detective. Le encantaba trabajar en secreto, y tenía el suficiente encanto para ser más eficiente que un detective humano. Galen también tenía el suficiente encanto para desempeñarlo, pero no se metía tan bien en el papel. Trabajar encubierto o como señuelo, era sólo una parte del trabajo correcto. Uno tenía que meterse en la piel de la persona que quería atrapar. Yo había tenido mi cuota de trabajar como señuelo en años anteriores. Ahora, nadie me permitiría estar cerca de cualquier situación peligrosa.
Así que, ¿cómo había sido atacada Lady Caitrin antes de que llegáramos al sithen? De nuevo, el tiempo había comenzado a transcurrir de forma diferente en el mundo de las hadas. El tiempo había comenzado a correr de forma muy diferente en la Corte de la Oscuridad, o más bien a mí alrededor. Doyle nos había dicho:
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