– Yo no vería ningún humor en eso tampoco -dijo Doyle-, pero cuando el número de hombres aumentó, la Princesa Meredith cambió algunas de las pautas que teníamos asignadas.
– No le sigo -dijo Nelson-, ¿Pautas?
Doyle me miró.
– Quizás sería mejor si lo explicaras tú, Princesa.
– Cuando sólo tenía cinco amantes, parecía razonable hacerles esperar su turno, pero tal como usted ha hecho notar, esperar dos semanas, o más, después de siglos de celibato parecía otra forma de tortura. De modo que cuando el número de hombres aumentó hasta llegar a ser un número de dos dígitos, yo aumenté el número de veces que hago el amor en un día determinado.
No se consigue a menudo ver a tan poderosos y altamente cotizados abogados con el semblante avergonzado, pero yo lo conseguí en ese momento. Se miraban los unos a los otros. Sólo Nelson, de hecho, levantó la mano.
– Yo lo preguntaré, si nadie más va a hacerlo.
Los hombres la dejaron preguntar.
– ¿Cuántas veces hace el amor al día?
– Varía, pero por lo general al menos tres veces.
– Tres veces al día -repitió ella.
– Sí -dije, componiendo para ella una agradable y neutra expresión. Ella se sonrojó hasta las raíces de su pelo rojo. Yo era lo bastante sidhe como para no entender ese rasgo americano de sentirse totalmente fascinado por los temas sexuales y absolutamente incómodos con ellos.
Veducci se recuperó primero, tal como yo había imaginado.
– Incluso a tres veces por día, Princesa Meredith, eso da un promedio de cinco días entre cada sesión de relaciones sexuales para los hombres. Cinco días es mucho tiempo cuando les ha sido negado durante siglos. ¿No podían sus tres guardias haber intentado encontrar algo en qué ocupar su tiempo en medio de la espera?
– Cinco días de espera implica que sólo duermo con un hombre a la vez, Sr. Veducci, y la mayoría de las veces no lo hago.
Veducci me sonrió. Fue una bonita sonrisa, que se reflejó en su mirada y convirtió sus ojeras en arrugas risueñas que decían… aquí hay un hombre que sabía cómo disfrutar de la vida, o que lo había hecho alguna vez. Por un fugaz momento se vio como una versión de sí mismo más joven, menos cansada.
Le sonreí a mi vez, respondiendo a esa alegría.
– Está totalmente cómoda con esta parte del interrogatorio, ¿verdad, Princesa Meredith? -preguntó.
– No me avergüenza nada de lo que he hecho, Sr. Veducci. Las hadas, exceptuando a algunos integrantes de la Corte Luminosa, no ven vergüenza alguna en el sexo, siempre y cuando sea consentido.
– De acuerdo -dijo-. Seguiré con las preguntas. ¿Con cuántos hombres a la vez duerme usted rutinariamente? -Agitó la cabeza mientras preguntaba, como si no pudiera creer lo que estaba preguntando.
– No creo que esto sea apropiado -dijo Biggs.
– Contestaré -dije.
– ¿Está usted… segura?
– Es sexo. No hay nada malo en el sexo. -Sostuve la mirada de Biggs hasta que él apartó la suya. Me volví hacia Veducci-. La media es probablemente de dos a la vez. Creo que el máximo al mismo tiempo ha sido con cuatro. -Miré a Doyle y a Frost-. ¿Cuatro? -dije, convirtiéndolo en una pregunta.
– Eso creo -dijo Doyle.
Frost asintió con la cabeza.
– Sí.
Me volví a los abogados.
– Cuatro, pero dos es el promedio.
Biggs se recuperó un poco.
– Entonces, como pueden ver, señores, señoras, eso da una espera de dos días por sexo, o menos. Hay hombres casados que tienen que esperar más tiempo para que sus necesidades sean satisfechas.
– Princesa Meredith… -dijo Cortez.
– Sí, Sr. Cortez. -dije mirándome en sus ojos marrón oscuro.
Él carraspeó y dijo…
– ¿Nos está diciendo la verdad? Que mantiene relaciones sexuales unas tres veces por día, con un promedio de dos hombres a la vez, y a veces incluso hasta cuatro. ¿Es esto lo que usted quiere que quede reflejado en acta?
– Está sellada -dijo Farmer.
– Pero si esto llega a los tribunales, entonces podría no estarlo. ¿Es esto realmente lo que la princesa quiere que el público sepa sobre ella?
Le miré con el ceño fruncido.
– Esa es la verdad, Sr. Cortez. ¿Por qué debiera molestarme la verdad?
– ¿Honestamente no entiende lo que esta información podría hacerle a su reputación en los medios?
– No entiendo la pregunta.
Él miró a Biggs y a Farmer.
– No digo esto a menudo, pero… ¿su cliente es consciente de que este registro, incluso sellado, puede ser utilizado?
– Lo discutí con ella, pero… Sr. Cortez, la Corte Oscura no ve el sexo del mismo modo que la mayor parte del mundo. Y ciertamente no lo ven igual que la mayoría de los americanos. Mi colega y yo lo aprendimos cuando preparábamos a la princesa y a su guardia para estas conversaciones. Si usted está insinuando que la princesa podría tener más cuidado de lo que confiesa haber hecho con sus hombres, puede ahorrarse el aliento. Ella no se siente en absoluto molesta por nada de lo que ha hecho con cualquiera de ellos.
– No es por traer a colación un asunto doloroso, pero la princesa no se veía muy feliz frente a los medios de comunicación cuando su ex-novio, Griffin, vendió esas fotos Polaroid a la prensa sensacionalista unos meses atrás -dijo Cortez.
Asentí con la cabeza.
– Eso me hirió -dije-, pero porque Griffin traicionó mi confianza, no porque estuviera avergonzada de lo que habíamos hecho. Pensaba que estábamos enamorados cuando se tomaron esas fotos. No hay ninguna vergüenza en estar enamorada, Sr. Cortez.
– Usted es muy valiente, Princesa, o muy ingenua. Si se pudiera aplicar la palabra ingenua a una mujer que tiene sexo con casi veinte hombres con regularidad.
– No soy ingenua, Sr. Cortez. Simplemente no pienso como una mujer humana.
Farmer dijo…
– La acusación hecha por el Rey Taranis de que los tres guardias que él acusó de este delito lo hicieron debido a sus necesidades sexuales no satisfechas es una suposición falsa. Está basada en la propia falta de comprensión del rey de la Corte de su hermana.
– ¿ La Corte de la Oscuridad es tan diferente de la Corte de la Luz cuando se trata de asuntos de sexo? -preguntó Nelson.
– ¿Puedo contestar esta pregunta, Sr. Farmer? -Pregunté.
– Puede.
– Las hadas de la Corte de la Luz tratan de imitar el comportamiento humano. Se quedaron ancladas en algún momento entre los años mil quinientos y mil ochocientos, pero tratan de actuar más como humanos que como miembros de la Corte de la Oscuridad. Muchos de los desterrados a nuestra corte fueron desterrados debido a que simplemente quisieron permanecer fieles a sus naturalezas originales, y no ser civilizados de una manera humana.
– Suena como si diera una conferencia -dijo Nelson.
Sonreí.
– Hice una investigación en el colegio sobre las diferencias entre las dos cortes. Pensé que podría ayudar al profesor y a los otros estudiantes a entender que los de la Corte de la Oscuridad no eran los chicos malos.
– Usted fue la primera hada que asistió al colegio humano en este país -dijo Cortez, moviendo algunos papeles que tenía delante-. Pero no la última. Algunas de las llamadas hadas menores realmente han conseguido licenciaturas desde entonces.
– Mi padre, el Príncipe Essus, pensó que si alguien de la Familia Real iba, entonces nuestra gente podría seguirle. Pensó que aprender, y entender el país en el cual vivimos, era una parte necesaria de la adaptación de las hadas a la vida moderna de aquí.
– Sin embargo su padre nunca la vio asistir a la universidad, ¿verdad? -preguntó Cortez.
– No -dije. Esa única palabra fue seca.
Doyle y Frost extendieron sus manos hacia mí al mismo tiempo. Sus manos encontraron la del otro detrás de mis hombros. El brazo de Doyle se quedó allí. La mano de Frost se movió para cubrir una de las mías donde yo las mantenía sobre la mesa. Ellos reaccionaban a la tensión que percibían en mí, pero eso permitió que todos en el cuarto supieran cuán afectados se sentían por mí cuando se trataba este tema. Ellos no habían reaccionado a la conversación sobre mi ex-novio, Griffin. Creo que todos mis hombres pensaban que habían borrado mis recuerdos de él con sus propios cuerpos. Sentía lo mismo, así que me habían interpretado de manera correcta. Doyle era por lo general un buen juez de mi estado de ánimo. Frost, que tenía sus propios estados de ánimo, se iba familiarizando con el mío.
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