“-El tiempo transcurre de forma extraña en todos los sithen por primera vez en siglos, pero corre aún más insólitamente a tu alrededor, Meredith. Ahora que tú te has marchado, el tiempo en el mundo feérico transcurre de una manera rara, pero no de una manera tan insólita de una corte a otra.”
Era tan interesante como inquietante que el tiempo no corriera exactamente de la misma forma para mí, pero éste se estaba estirando. Era enero para nosotros y las cortes, pero la fecha todavía no era la misma. La fecha de la fiesta de Yule, baile al que mi tío Taranis había insistido en que asistiera, había pasado sin problemas. Todos nosotros habíamos decidido que era demasiado peligroso para mí el asistir. La acusación contra mis guardaespaldas confirmó que Taranis estaba tramando algo, ¿pero el qué? Taranis tenía un plan, e independientemente de lo que fuera, sería peligroso para todos, menos para él.
– El rey Taranis ha explicado que el tiempo corre de modo diferente en el Mundo Feérico a como lo hace en el mundo real -aclaró Shelby.
Yo sabía lo que Taranis no había dicho.
– En el mundo real -porque para él la Corte de la Luz era el mundo real.
– ¿Puedo hacerle a sus clientes una pregunta? -preguntó Veducci. Él se había mantenido apartado de las discusiones. De hecho, ésta era la primera vez que había dicho algo desde que habíamos cambiado de habitación. Me puso nerviosa.
– Adelante, puede preguntar -le concedió Biggs-, pero yo decidiré si ellos le pueden contestar.
Veducci asintió, y se apartó de la pared donde había estado apoyándose. Nos sonrió. Sólo la dureza en sus ojos me dejó saber que la sonrisa era falsa.
– Sargento Rhys, ¿estaba usted en tierra feérica el día en que Lady Caitrin le acusa de haberla atacado?
– Supuestamente atacada -aclaró Biggs.
Veducci cabeceó en su dirección.
– ¿Estaba usted en tierra feérica el día en que Lady Caitrin alega que este supuesto ataque aconteció?
Que amablemente había rectificado… Cambiando de manera que fuera difícil bailar alrededor de la verdad y sin realmente mentir.
Rhys le sonrió, y pude apreciar ese lado menos serio que él me había mostrado la mayor parte de mi vida.
– Estaba en tierra feérica cuando el presunto ataque aconteció.
Veducci le hizo la misma pregunta a Galen. Galen pareció más incómodo que Rhys, pero aun así contestó.
– Sí, lo estaba.
La respuesta de Abeloec fue un simple…
– Sí.
Farmer le susurró algo a Biggs, y fue él el que preguntó en la siguiente ronda de preguntas.
– Sargento Rhys, ¿Estaban ustedes aquí en Los Ángeles el día del presunto ataque?
La pregunta demostró que nuestros abogados todavía no entendían completamente el dilema del tiempo en el sithen.
– No, no lo estaba.
Biggs frunció el ceño.
– Pero usted estuvo, durante todo el día. Tenemos muchos testigos.
Rhys le sonrió.
– Pero el día en Los Ángeles no era el mismo día que Lady Caitrin nos acusa del presunto ataque.
– Es la misma fecha -insistió Biggs.
– Sí -dijo Rhys con paciencia-, pero sólo porque sea la misma fecha no significa que sea el mismo día.
Veducci era el único que sonreía. Todos los demás parecieron pensar que era duro de mollera, o se preguntaban si Rhys estaba loco.
– ¿Puede aclararnos esto? -inquirió Veducci, todavía con aspecto complacido.
– Esto no es como una historia de ciencia ficción en la que hayamos viajado hacia atrás en el tiempo para rehacer el mismo día -dijo Rhys. -Tampoco hemos estado en dos sitios a la vez. Para nosotros, señor Veducci, este día es realmente un nuevo día. Nuestros doppelgängers [2]no están en el mundo de las hadas reviviendo ese día. Ése día en el mundo feérico es anterior. Este día aquí en Los Ángeles es un nuevo día. Lo que pasa es que este mismo día, fuera del mundo hada parece ser el mismo día, repetido.
– ¿Entonces usted podría haber estado en el mundo feérico durante el día en que ella fue atacada? -preguntó Veducci.
Rhys le sonrió, casi regocijándose.
– Durante el día que ella según afirma fue atacada, sí.
– Esto será una pesadilla para el jurado -afirmó Nelson.
– Al menos hasta que consigamos formar un jurado compuesto por hadas -dijo Farmer, sonriendo casi felizmente.
Nelson palideció bajo su exquisito maquillaje.
– ¿Un jurado compuesto por hadas? -repitió quedamente.
– ¿Podría realmente un jurado humano entender lo que es estar en dos sitios a la vez en la misma fecha? -preguntó Farmer.
Los abogados se miraron el uno al otro. Sólo Veducci no parecía confundido. Pienso que él ya había pensado en todo esto. Técnicamente, el tipo de trabajo que desempeñaba le hacía menos poderoso que Shelby o Cortez, pero podría ayudarles a hacernos daño. De todos los que teníamos en contra, Veducci era al que más quería convencer.
– Debemos intentar hacer todo lo que podamos para evitar ir ante un jurado -agregó Biggs.
– Si resulta que ellos atacaron a esta mujer, al menos -dijo Shelby- deberíamos recluirlos en tierra feérica.
– Usted tendría que demostrar su culpabilidad antes de poder conseguir que un juez imparta esa pena -comunicó Farmer.
– Lo que nos conduce otra vez al hecho de que ninguno de nosotros realmente quiere que este caso vaya a los tribunales. -La voz tranquila de Veducci cayó sobre la habitación como una piedra lanzada hacia una bandada de aves. Los pensamientos de los otros abogados parecieron dispersarse como esas mismas aves, volando llenas de confusión.
– No quiera cerrar el caso antes de haberlo comenzado -dijo Cortez, no pareciendo demasiado feliz con su colega.
– Esto no es un caso, Cortez, esto es un desastre que debemos tratar de detener -puntualizó Veducci.
– Un desastre para quién, ¿para ellos? -inquirió Cortez, señalándonos.
– Para todas las hadas, mayormente -aclaró Veducci-. ¿Ha leído acaso lo acontecido en la última y gran guerra entre humanos y hadas en Europa?
– Ciertamente no -dijo Cortez.
Veducci echó una ojeada alrededor, a los otros abogados.
– ¿Soy el único aquí que ha investigado sobre este asunto?
Grover levantó la mano.
– Yo lo hice.
Veducci sonrió como si fuera la persona más alegre del mundo.
– Dígale a esta gente tan inteligente cómo comenzó la última gran guerra.
– Comenzó por una disputa entre las Cortes de la Luz y la Oscuridad.
– Exactamente -dijo Veducci. -Y luego se extendió hacia las Islas Británicas y gran parte del continente europeo.
– ¿Nos está diciendo que si no arbitramos en esta disputa las Cortes irán a la guerra? -inquirió Nelson.
– Sólo hay dos condiciones que Thomas Jefferson y su gabinete impusieron como inquebrantables para que las hadas permanecieran en suelo americano -dijo Veducci. -Que nunca debían permitir otra vez ser adorados como dioses, y que las dos Cortes nunca debían entrar en guerra. Si cualquiera de estas dos cosas ocurre, les echaríamos del país, que resulta que es el último país de la tierra que los admitiría.
– Sabemos todo eso -dijo Shelby.
– Pero ha considerado el por qué Jefferson impuso esas dos reglas, ¿especialmente la que se refiere a la guerra?
– Porque sería perjudicial para nuestro país -respondió Shelby.
Veducci sacudió la cabeza.
– Hay todavía un cráter en el continente europeo casi tan grande como la parte más ancha del Gran Cañón. Aquel agujero es lo que quedó en el lugar donde se luchó la última gran batalla de esa guerra. Piense en lo que pasaría si eso ocurre en el centro de este país, en medio de nuestra zona agrícola más productiva, por ejemplo.
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