Ellos se miraron el uno al otro. No habían pensado en eso. A Shelby y a Cortez les había parecido un caso sabroso. Una posibilidad de hacer una nueva ley que implicara a los duendes. Cada uno de ellos había tenido en cuenta los hechos sólo a corto plazo, excepto Veducci, e incluso Grover.
– ¿Qué propone que hagamos? -preguntó Shelby. -¿Dejarles ir de rositas?
– No, no si ellos son culpables, pero quiero que cada uno de los que estamos en esta habitación entienda todo lo que podría estar en juego – dijo Veducci.
– Suena como si estuviera del lado de la princesa -aclaró Cortez.
– La princesa no hechizó el reloj del embajador de los Estados Unidos de forma que la favoreciera.
– ¿Cómo sabemos que la princesa no lo hizo, que no nos engañó? -preguntó Shelby. Él sonó como si ya incluso se lo creyera.
Veducci se giró hacia mí.
– Princesa Meredith, ¿le dio usted al Embajador Stevens algún objeto mágico o frívolo que influyera en su opinión favoreciéndola a usted o a su Corte?
Sonreí.
– No, no lo hice.
– Es cierto que ellos no pueden mentir, si se les hace la pregunta correcta -aclaró Veducci.
– ¿Entonces cómo lo hizo Lady Caitrin para acusar a estos hombres con su nombre y descripción? Ella parecía de verdad traumatizada.
– Ése es el problema -admitió Veducci. -La dama en cuestión tendría que mentir, total y absolutamente, porque le hice las preguntas correctas, y ella fue firme. -Él nos miró, sobre todo a mí. -¿Entiende lo qué esto significa, Princesa?
Respiré hondo y expulsé el aire, despacio.
– Lo he pensado. Significa que Lady Caitrin tiene mucho que perder. Si ella es atrapada mintiendo, podría ser expulsada del mundo feérico. Y el exilio es considerado peor que la muerte entre la nobleza Luminosa.
– No sólo entre la nobleza -determinó Rhys.
Los otros guardias asintieron.
– Él tiene razón -dijo Doyle-. Incluso un hada menor haría todo lo que pudiera para evitar el exilio.
– ¿Entonces, cómo es que la dama miente? -nos preguntó Veducci.
Galen habló, con voz muy baja, un poco incierta.
– ¿Podría ser una ilusión? ¿Podría alguien haber usado un encanto tan fuerte que pudiera engañarla?
– ¿Quiere decir que la hizo pensar que estaba siendo atacada cuándo no lo fue? -indagó Nelson.
– No estoy seguro de si eso sería posible en un sidhe -contestó Veducci, mirándonos.
– ¿Y si no fuera completamente una ilusión? -comentó Rhys.
– ¿Qué quieres decir? -le pregunté.
– Tú puedes hacer un árbol plantando un esqueje en la tierra. Puedes crear un castillo partiendo de las ruinas de otro -dijo.
– Sería más fácil hacer cualquier cosa si puedes partir de algo físico sobre lo que construirla -expuso Doyle.
– ¿Qué podrías utilizar para crear un ataque? -preguntó Galen.
Doyle le miró. Su mirada era elocuente, pero Galen no lo entendió. Yo lo entendí a la primera.
– Quieres decir como los cuentos de nuestra gente en los que aparecen guerreros muertos que se introducen en las camas de las viudas, cosas así.
– Sí -afirmó Doyle-. Una ilusión usada como un disfraz.
– Muy pocos de los fantasiosos tienen tal poder para hacer esa clase de ilusión ahora -apuntó Frost.
– Sólo podría haber uno de entre todas las hadas que podría llevarlo a cabo -dijo Galen. Sus ojos verdes de repente estaban mortalmente serios.
– No puedes querer decir… -Frost comenzó a hablar, luego se detuvo. Todos lo pensamos. Abe fue el que lo dijo…
– ¡Será hijo de la gran puta!.
Veducci habló como si hubiera leído nuestras mentes. Esto me hizo preguntarme si sin sus protecciones contra la magia feérica, yo podría haber leído en él como un médium, o algo más.
– El Rey de la Luz y la Ilusión, ¿cómo son de potentes sus poderes de ilusión?
– ¡Joder! -Soltó Shelby-. No puedes decir esto. No puedes darles una duda razonable.
Veducci nos sonrió.
– La princesa y sus hombres tenían ya una duda razonable cuando entraron en esta habitación, pero nunca habrían acusado al rey en voz alta delante de nosotros. Habrían ocultado esto incluso a sus abogados.
Tuve un mal presentimiento. Me moví hacia Veducci, sólo la mano de Doyle en mi brazo me detuvo de tocar al hombre. Él tenía razón, podrían haberlo visto como alguna clase de magia.
– Señor Veducci, ¿planea usted acusar hoy a mi tío de este complot durante la llamada de espejo?
– Pensé que dejaría esto a sus abogados.
Mi piel de repente estaba fría. Sentí como me quedaba pálida. Veducci pareció indeciso, y casi me tendió una mano.
– ¿Se encuentra bien, Princesa?
– Tengo miedo por usted, por todos ustedes, y por nosotros -le dije. -Usted no entiende a Taranis. Él ha sido el poder absoluto en la Corte de la Luz durante más de mil años. Esto le ha llevado a una arrogancia que usted no puede llegar ni a imaginar. Se hace pasar por un rey feliz y amistoso ante los humanos, pero muestra una cara completamente diferente a aquellos que somos de la Corte de la Oscuridad. Si usted le acusa sin rodeos de esto, no sé lo que hará.
– ¿Nos haría daño? -preguntó Nelson.
– No, pero podría usar la magia sobre usted -repliqué. -Él es el Rey de la Luz y la Ilusión. He estado de pie en su presencia, para una audiencia sin importancia, y utilizó un poco de encanto. Casi me caí ante su poder, y soy una princesa de la Corte Oscura. Usted es humano. Si él realmente quisiera ejercer su encanto sobre usted, podría hacerlo.
– Pero eso sería ilegal -dijo Shelby.
– Él es un rey con el poder de la vida y muerte en sus manos -le dije. -Él no piensa como un hombre moderno, no importa cuánto lo imite delante de la prensa. -Me sentí mareada, y alguien me acercó una silla.
Doyle se arrodilló a mi lado.
– ¿Te encuentras mal, Meredith? -susurró él.
Nelson me preguntó:
– ¿Se encuentra bien, Princesa Meredith?
– Estoy cansada, y asustada -contesté. -No tienen ni idea de cómo han sido estos últimos días, y no sé qué decir.
– ¿Tiene algo que ver con este caso? -indagó Cortez.
Alcé la vista hacia él.
– ¿Quiere saber si esta acusación es la razón de que esté cansada y asustada?
– Sí.
– No, no tiene nada que ver con estas falsas acusaciones. -Alcancé la mano de Doyle. -Hazles entender que deben tener mucho cuidado al enfrentarse con Taranis.
Doyle rodeó mi mano con la suya y dijo…
– Haré todo lo posible, mi princesa.
Le sonreí.
– Sé que lo harás.
Frost vino hasta mi otro lado y tocó mi mejilla.
– Estás pálida. Incluso para uno de nosotros con la piel de luz de luna, estás pálida.
Abeloec se acercó más a mí.
– Había oído que la princesa era lo bastante humana como para pillar una gripe. Pensé que era un rumor malintencionado.
– ¿Ustedes no se resfrían? -preguntó Nelson.
– Ellos no pueden -le dije, apretando mi mejilla contra la mano de Frost, y todavía esperando a Doyle. -Pero yo sí. No muy a menudo, pero la puedo padecer. -Y para mí misma añadí, “por eso soy la primera princesa de las hadas mortal”. Éste era uno de los motivos por lo que hubo tantos intentos de asesinato en la Corte de la Oscuridad. Había sectores de la nobleza que creían que si yo me sentaba en el trono, contaminaría a todo los inmortales con las enfermedades mortales. Les traería la muerte a todos ellos. ¿Cómo puede una luchar contra un rumor así, cuándo ellos ni siquiera cogen un simple resfriado? Y estaba a punto de dirigirme al más brillante de entre todos los brillantes de ellos, el Rey Taranis, Señor de la Luz y la Ilusión. Que la diosa me ayudara si él comprendía que osaba estar en su presencia con esta leve, pero aún así, enfermedad humana. Esto sólo le confirmaría cuan débil era, cuan humana era.
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