– Casi ha llegado el momento de que el rey se ponga en contacto con nosotros -informó Veducci, mirando su reloj.
– Si es que su tiempo corre como el nuestro -dijo Cortez.
Veducci asintió.
– Es verdad, pero, ¿puedo sugerir que consigamos un poco de metal para que usted pueda llevar?
– ¿Metal? -fue Nelson quien hizo esta pregunta.
– Creo que algo de material de oficina de este elegante bufete de abogados podrían ayudarnos un poco para que usted pueda tener una visión algo más clara mientras tratamos con el Rey Taranis.
– Material de oficina -dijo Cortez. -¿Quiere decir como clips?
– Por ejemplo -señaló Veducci. Él se giró hacia mí. -Que nos dice, Princesa, ¿sería provechoso tocar clips?
– Depende de con qué estén hechos, pero un puñado de ellos nos podrían ayudar.
– Podemos probarlo para usted -dijo Rhys.
– ¿Cómo? -preguntó Veducci.
– Si nos molesta tocarlos, le ayudarán.
– Pensaba que ni siquiera el duende menos poderoso podría tocar el metal -respondió Cortez.
– Algunos, la verdad es que pueden ser quemados por el roce con algunos metales, pero incluso el más alto sidhe no disfruta para nada del metal forjado por el hombre -aclaró Rhys, todavía con aquella sonrisa especial.
– Simplemente se queman por tocar un metal -dijo Nelson.
– Ahora no tenemos tiempo para hablar de las maravillas de los duendes, lo que nos interesa es conseguir el suficiente material de oficina – señaló Veducci.
Farmer presionó el intercomunicador y habló con uno de sus muchos secretarios y ayudantes personales que parecían estar fuera de la oficina. Pidió clips y grapas. Yo agregué…
– Cuters, navajas de bolsillo…
Shelby, Grover, y el otro ayudante tenían navajas en sus bolsillos.
– Ustedes están muy fascinados por la princesa -dijo Veducci. -Yo añadiría un puñado de algo más, por si acaso.
Miré a Veducci repartir todos los útiles de oficina. Se había hecho cargo de todo, y nadie le había cuestionado. Se supone que él era nuestro enemigo, pero nos ayudaba. ¿Habría dicho la verdad? Estaba aquí para impartir justicia, ¿o era mentira? Hasta que yo averiguara lo que Taranis quería, no podía permitirme confiar en nadie.
Veducci llegó hasta donde yo estaba sentada. Él asintió en dirección de Doyle y Frost, quiénes todavía me tenían aprisionada, uno a cada lado.
– ¿Puedo ofrecerle a la princesa algo de metal extra para que lo sostenga?
– Ella lleva metal, como todos nosotros.
– Armas y espadas, como pueden ver.
Entonces los ojos de Veducci me miraron rápidamente.
– ¿Nos está diciendo que la princesa está armada?
Así era en verdad. Tenía un cuchillo atado con una correa a mi muslo para que se sostuviera como hacía siempre. También tenía un arma pequeña a mi espalda en una nueva pistolera lateral que estaba diseñada para ser colocada allí. La verdad, no esperábamos que yo utilizara el arma para disparar, pero de esta manera llevaba bastante metal encima, acero y plomo, sin que fuera demasiado obvio para Taranis. Él vería como un insulto el que llevara encima metal delante de él. Los guardaespaldas podrían llevarlo, porque eran guardaespaldas; y se supone que ellos tenían que ir armados.
– La princesa lleva lo suficiente para protegerse -dijo Doyle.
Veducci hizo una pequeña reverencia.
– Entonces devolveré este material a su caja.
Unas trompetas sonaron, dulces y claras, como si lloviera música sobre nosotros desde una gran altura. Era el sonido del Rey Taranis cuando utilizaba el espejo. Era educado, y esperaba a que alguien tocara el espejo en nuestro lado. Las trompetas sonaron otra vez mientras contemplábamos el espejo en blanco.
Doyle y Frost se sentaron a mis pies. Rhys entró para colocarse a mi lado, como si ellos hubieran hablado de esto de antemano. Doyle avanzó, dejando espacio para que Rhys tomara su lugar a mi lado. Rhys me abrazó ligeramente, y agregó bajito…
– Siento mover a tu favorito de su sitio.
Me giré y le miré, porque se supone que los celos eran una emoción humana. Rhys me dejó ver en su cara que él sabía que mi corazón había elegido, aunque mi cuerpo no lo hubiera hecho. Me dejó saber que sabía cómo me sentía sobre Doyle, y que esto le hacía daño a él. Todo eso podía reflejar una mirada.
Doyle tocó el espejo, y Rhys susurró…
– Sonríe para el rey.
Dejé que la sonrisa que había practicado durante años llenara mi cara. Una sonrisa agradable, pero no demasiado feliz. Una sonrisa para una corte, una sonrisa para no dejar ver lo que había detrás, y para pensar en cosas que no hacían gracia en absoluto.
EL ESPEJO SE LLENÓ DE LUZ. UNA BRILLANTE, DORADA LUZ solar, hasta que todos tuvimos que apartar nuestra mirada o quedarnos cegados por el brillo, el resplandor de Taranis, Rey de la Luz y la Ilusión. La voz de un hombre, creo que era Shelby habló desde detrás de la penumbra de mis párpados cerrados…
– ¿Qué demonios es eso?
– El rey, alardeando -le contesté. No debería haberlo dicho, pero no me sentía bien, y estaba enojada. Enojada por la necesidad de estar allí. Enojada y asustada, porque conocía a Taranis lo suficientemente bien como para saber que el otro zapato ni siquiera había comenzado a caer.
– Alardeando -dijo una alegre voz masculina-. Esto no es alarde, Meredith, así es como soy. -Él había usado sólo mi nombre, y ninguno de mis títulos. Era un insulto, e íbamos a dejarlo pasar. Pero aún más sorprendente, no se había anunciado de manera formal. Estaba siendo informal como si estuviéramos en privado. Era casi como si para él, los abogados humanos realmente no contaran.
La voz de Veducci sonó desde afuera de la luz cegadora que había aparecido en la sala.
– Rey Taranis, yo he hablado con usted en varias ocasiones y nunca me había cegado tanto su luz. ¿Si pudiera tener compasión de nosotros, meros humanos, y atenuar su gloria, sólo un poco?
– ¿Qué piensas de mi gloria, Meredith? -preguntó la alegre voz, y el mero sonido me hizo sonreír justo cuando bizqueaba para proteger mis ojos.
Frost apretó mi mano, y ese roce de piel contra piel me ayudó a pensar. El de Taranis no era un poder de carne y sexo. Para combatir aquello donde él es bueno, hay que usar la magia en la que tú eres bueno, y eso simplemente para poder ser capaz de pensar en la presencia de Taranis. Extendí la mano hacia Rhys, hasta que mi mano encontró la piel desnuda de su cuello y mejilla. El roce de ambos me ayudó a pensar.
– Creo que tu gloria es maravillosa, Tío Taranis. -Él había sido familiar primero, usando sólo mi nombre, por lo que supuse que sería bueno tratar de recordarle que yo era su sobrina. Que yo no era sólo una noble de la Corte de la Oscuridad a la cual impresionar.
No me sentí demasiado insultada; excepto por el uso de mi nombre, él jugaba a la misma clase de mierda que la Reina Andais. Ambos habían estado intentando derrotar la magia del otro durante siglos. Yo simplemente había sido lanzada en medio de un juego que no tenía ninguna esperanza de ganar. Si Andais misma no podía controlar la magia de Taranis en una llamada a través del espejo, entonces mis propias capacidades mucho más humildes eran inútiles. Mis hombres y yo sabíamos lo que venía con esta llamada. Había esperado que con los abogados presentes, Taranis pudiera atenuar las cosas un poco. Por lo visto, no.
– Tío me hace parecer viejo, Meredith. Taranis, debes llamarme Taranis. -Hizo sonar su voz como si fuéramos viejos amigos, y él estuviera tan feliz de verme. Sólo la cualidad de su voz me hacía querer decir sí a cualquier cosa, a todo. Cualquier otro sidhe que fuera atrapado utilizando su voz o su magia sobre otro sidhe de esta manera, acabaría enfrentado a un duelo, o castigado por su reina o rey. Pero él era el rey, y eso significaba que la gente no lo acusaría por ello. Pero yo ya me había visto obligada a llamarle la atención por algo similar la vez pasada que había hablado con él de esta manera; ¿podría permitirme comenzar la conversación de forma tan grosera como había terminado la vez anterior?
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