Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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– ¿Por qué la golpeó? -preguntó Veducci.

Taranis rugió…

– No es asunto de humanos.

Él me había golpeado cuando yo pregunté por qué Maeve Reed, que una vez fue la diosa Conchenn, había sido desterrada de su corte. Ella era ahora la diosa dorada de Hollywood, y lo había sido durante cincuenta años. Todavía vivíamos todos en su casa en Holmby Hills, aunque la reciente incorporación de tantos hombres comenzaba a notarse incluso en su hogar. Maeve nos había dejado aún más espacio al irse a Europa. Era lo bastante lejos como para mantenerse fuera del camino de Taranis, o esa era nuestra esperanza.

Maeve nos había contado el oscuro y profundo secreto de Taranis. Había querido casarse con ella después de repudiar a una tercera esposa por esterilidad. Maeve se había negado, advirtiendo que la última esposa que él había echado había logrado tener niños con otro hombre. Ella se atrevió a decirle al rey que él era el estéril, y no las mujeres. Hacía cien años que Maeve le había dicho eso, pero él la había desterrado y había prohibido a todos hablar con ella. Porque si su corte averiguaba que hacía un siglo él ya sabía que podría ser estéril, y que no había dicho ni hecho nada… Si el rey es estéril, la gente y la tierra también son estériles. Había condenado a su raza a una muerte lenta. Ellos vivían casi para siempre, pero que no nacieran niños implicaba que cuando ellos murieran, no habría más sidhe de la Luz. Si su corte averiguaba lo que él había hecho, estarían en todo su derecho de exigir un sacrificio vivo, con Taranis en el papel de protagonista.

Él había tratado dos veces de matar a Maeve utilizando la magia, hechizos horribles de los que ningún Sidhe de la Corte de la Luz se confesaría culpable. Había tratado de matarla, y no nosotros, aunque tuviera que preguntarse si conocíamos su secreto. Él temía a nuestra reina, o quizás no pensaba que su corte creería a alguien que era parte de la Corte de la Oscuridad. Quizás por eso Maeve era la amenaza y no nosotros.

– Si usted abusaba de la princesa cuando ella era una niña el caso puede verse afectado -dijo Veducci.

– Ahora lamento mi carácter en ese momento con esta mujer -dijo Taranis-. Pero mi único momento irreflexivo décadas atrás no cambia el hecho de que los tres sidhe de la Corte de la Oscuridad que están frente a mí hicieron lo peor que podían hacerle a Lady Caitrin.

– Si existe un patrón de abuso entre la princesa y el rey -dijo Biggs-, entonces sus acusaciones contra los amantes de la princesa pueden tener un motivo detrás.

– ¿Está usted insinuando que existe una intención romántica por parte del rey? -Cortez puso un enorme desdén en su voz, como si eso fuera ridículo.

– Él no sería el primer hombre en golpear a una muchacha en su niñez, para luego transformarlo en abuso sexual cuando ella se hiciera mayor -dijo Biggs.

– ¿De qué me está acusando? -preguntó Taranis.

– El Sr. Biggs trata de demostrar que usted tiene intenciones románticas hacia la princesa -dijo Cortez-, y yo le digo que no es así.

– Intenciones románticas -repitió Taranis despacio-. ¿Qué quiere decir él con eso?

– ¿Tiene usted intenciones sexuales o matrimoniales hacia la Princesa Meredith? -preguntó Biggs.

– No veo lo que tal pregunta tiene que ver con el salvaje ataque realizado por esos monstruos de la Corte de la Oscuridad a la hermosa Lady Caitrin.

Todos los hombres que me tocaban se tensaron otra vez o se quedaron muy quietos, incluido Galen. Todos se habían percatado de que el rey no había contestado la pregunta. Los sidhe sólo evitaban contestar una pregunta por dos motivos. Uno, una absoluta terquedad o bien, amor por los juegos de palabras. Taranis no sentía ningún amor por los juegos de palabras, y era uno de los menos tercos entre los sidhe. Dos, que la respuesta implicara admitir algo de lo que no quisieran confesarse culpables. Pero la única respuesta que Taranis podría posiblemente querer evitar era "sí". Y no podía ser "sí". Él no podía tener proyectos románticos conmigo. No podía.

Alcé la vista hacia Doyle y Frost. Busqué una pista en cuanto a lo que hacer. ¿Lo ignoraba, o lo acosaba? ¿Qué era mejor? ¿Qué era peor?

Cortez dijo…

– Aunque sintamos compasión por las tragedias infantiles de la princesa, aquí debemos investigar una nueva tragedia, el ataque de estos tres hombres sobre Lady Caitrin.

Miré fijamente a Cortez, él mantuvo su mirada lejos de la mía, como si su declaración le sonara áspera hasta para sus propios oídos.

– ¿Entiende usted realmente que está siendo completamente influenciado por su magia? -Pregunté.

– Creo que yo sabría si estuvieran influyendo en mí, Princesa Meredith -dijo Cortez.

– La naturaleza de la manipulación mágica -dijo Veducci, avanzando-implica que no sabes lo que sucede. Es por eso que es tan ilegal.

Biggs afrontó el espejo.

– ¿Está usando magia para manipular a la gente en este cuarto, Rey Taranis?

– No trato de manipular a todo el cuarto, Sr. Biggs -dijo Taranis.

– ¿Podemos hacer una pregunta? -preguntó Doyle.

– No hablaré con los monstruos de la Corte Oscura -dijo Taranis.

– El capitán Doyle no está acusado de ningún delito -dijo Biggs.

Comprendí que nuestros abogados tenían menos problemas con la presencia mágica de Taranis que los de la otra parte, excepto Veducci, que parecía estar bien. Los abogados habían firmado un acuerdo con Taranis, sólo verbal, pero era suficiente para que alguien de su poder tuviera algo más de influencia sobre todos ellos. Era la sutil magia de la monarquía. Si consientes en ser hombre de un rey verdadero, había poder en ese acuerdo. Taranis había sido elegido una vez por el mundo de las hadas para ser el rey, y ahora mismo había poder en ese viejo trato.

– Son todos unos monstruos -dijo Taranis. Él me miró, mostrándome todo el deseo que esos ojos de pétalos verdes podían contener-. Meredith, Meredith, ven con nosotros antes de que el poder de la Corte de la Oscuridad haga de ti algo horrible.

Si yo no hubiera roto su hechizo sobre mí antes, esa petición podría haberme lanzando hacia él. Pero estaba segura entre mis hombres y nuestro poder.

– He visto ambas cortes, Tío. Encontré ambas igualmente hermosas y horribles a su propia manera.

– ¿Cómo puedes comparar la luz y la alegría de la Corte Dorada frente a la oscuridad y el terror del Trono Oscuro?

– Probablemente soy la única noble sidhe en la historia reciente que puede compararlas, Tío.

– Taranis, Meredith. Por favor, Taranis.

No me gustó su insistencia de que lo llamara por su nombre y no por su título. Ante la Corte de la Oscuridad, siempre había sido muy consciente de su título. De hecho, no había pedido que se leyeran todos sus títulos. No parecía propio de él el renunciar a algo que lo realzara a los ojos de otros.

– Muy bien, Tío… Taranis. -En el momento en que lo dije, el aire se hizo más pesado. Era más difícil respirar. Él había unido su nombre al hechizo de atracción de modo que cada vez que yo dijera su nombre, eso me ligaría más fuertemente. Iba contra las reglas. Se habían declarado duelos por menos entre los sidhe en cualquier corte. Pero no desafías al rey a un duelo. Uno, él era el rey, y dos, él había estado una vez entre los mayores guerreros de los cuales los sidhe podían alardear. Él podría no estar en su mejor momento, pero yo era mortal, y me tragaría cualquier insulto que él lanzara en nuestro camino. ¿Tal vez él ya había contado con eso?

Doyle dijo…

– Necesitamos una silla para nuestra princesa.

Los abogados trajeron una silla, pidiendo disculpas por no haber pensado en ello antes. La magia puede hacer eso, hacerte olvidar lo que eres. Hacerte olvidar las cosas mundanas como unas sillas y que tus piernas están cansadas, hasta que comprendes que tu cuerpo te duele y que has estado ignorándolo. Me senté agradecida. Me habría puesto tacones bajos si hubiera sabido que estaría tanto tiempo de pie.

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