Hubo algo de confusión mientras me sentaba de modo que durante un momento no todos mis hombres estaban tocándome. Taranis estaba enmarcado por una luz dorada. En ese momento los hombres se colocaron en sus sitios y él volvió a verse normal otra vez. Bien, tan normal como era posible.
Frost se quedó de pie a mi espalda con su mano en mi hombro. Yo había esperado que Doyle tomara su lugar a mi espalda también, pero fue Rhys quien se quedó de pie tras mi otro hombro. Doyle se arrodilló en el suelo a mi lado, con una mano en mi brazo. Galen se movió delante de mí, de forma que quedó de cuclillas a mis pies, apoyando su espalda contra mis piernas. Una de sus manos se movía de arriba abajo por mi pantorrilla, un gesto ocioso que habría sido posesivo en un humano, pero que en un hada podía significar simplemente un estado nervioso. Abe se arrodilló a mi otro lado, como un reflejo de Doyle. Bien, no exactamente como un reflejo. Doyle tenía una mano en el pomo de su espada corta, su otra mano se posaba tranquilamente sobre la mía. La mano de Abe agarró mi otra mano, apretándola. Si él hubiera sido humano yo habría dicho que tenía miedo. Entonces comprendí que ésta podía ser la primera vez que viera a Taranis desde que su ex-rey lo echara. Abe nunca había sido uno de los favoritos de la Reina Andais, por lo que no habría sido incluido en las anteriores llamadas de espejo entre las cortes.
Me incliné lo bastante para poder poner mi mejilla contra su pelo. Abe alzó la vista, asustado, como si no se hubiera esperado que yo devolviera sus gestos. La reina era más de recibir que de dar, en todo, excepto el dolor. Retribuí su sorpresa con una sonrisa, y traté de decirle con mis ojos que lamentaba no haber pensado en lo que podía significar para él ver al rey en este día.
– Debo aceptar parte de la culpa de que te sientas tan feliz entre ellos, Meredith -dijo Taranis-. Si sólo conocieras el placer de un sidhe de la Corte de la Luz, nunca les dejarías tocarte otra vez.
– La mayor parte de los sidhe que están ahora a mi alrededor, fueron una vez parte de la Corte de la Luz -dije, simplemente omitiendo su nombre. Quería saber, si yo dejaba de decir "Tío", si él trataría de conseguir que yo pronunciara su nombre por alguna otra razón. Había sentido el tirón de magia cuando dije su nombre.
– Ellos han sido nobles de la Corte de la Oscuridad durante siglos, Meredith -dijo Taranis-. Se han convertido en cosas retorcidas, pero no tienes nada con qué compararlos, y eso es un descuido grave de parte de mi corte. Aún más, lamento de corazón haberte descuidado así. Intentaría compensártelo.
– ¿Qué quieres decir con que son cosas retorcidas? -Pregunté. Creía saberlo, pero había aprendido a no precipitar conclusiones cuando trataba con una u otra corte.
– Lady Caitrin ha hablado de los horrores de sus cuerpos. Ninguno de los tres es lo bastante poderoso utilizando el encanto como para esconder su verdadera identidad durante la intimidad.
Biggs vino a mi lado como si yo se lo hubiera pedido.
– La declaración de la dama es completamente gráfica, y se lee más bien como una película de terror que otra cosa.
Miré a Doyle.
– ¿La leíste?
– Lo hice -dijo él. Alzó la vista hacia mí, sus ojos todavía ocultos detrás de las gafas oscuras.
– ¿La dama en cuestión los acusa de ser deformes? -Pregunté.
– Sí -dijo él.
Yo tenía una idea.
– De la misma forma en que el embajador los vio a todos ellos.
Doyle hizo un pequeño movimiento con la comisura de su boca, a escondidas del espejo. Yo sabía lo que esta casi sonrisa significaba. Yo tenía razón, y él creía que yo estaba sobre la pista correcta. De acuerdo, si yo estaba sobre la pista correcta, ¿Hacia dónde iba este pequeño tren?
– ¿Cómo de deformados dijo la dama que estaban en su declaración? -Pregunté.
– Tanto que ninguna mujer humana sobreviviría a un ataque -dijo Biggs.
Le miré con el ceño fruncido.
– No lo entiendo.
– Es un cuento de viejas -dijo Doyle-, que los sidhe de la Corte de la Oscuridad tienen huesos y espinas en sus miembros viriles.
– Oh -dije, pero extrañamente, el rumor tenía una base. Los voladores nocturnos, pertenecían a los sluagh, el reino de Sholto dentro de nuestra corte. Parecían mantarrayas con tentáculos colgando, pero podían volar como murciélagos. Eran los sabuesos voladores de la jauría salvaje de los sluagh. Un volador nocturno real tenía una espina huesuda dentro de su miembro que estimulaba la ovulación de los voladores nocturnos femeninos. También demostraba que eras de descendencia real, porque sólo ellos podían hacer que las hembras pusieran sus huevos para que pudieran ser fertilizados. Una violación por parte de un volador nocturno real podría haber dado lugar a la vieja historia de horror. El padre de Sholto no había sido de la Familia Real, porque su madre sidhe no había necesitado de la espina para ovular. Él había sido un bebé sorpresa desde muchos puntos de vista. Era magníficamente, maravillosamente sidhe, exceptuando algunos trozos suplementarios aquí y allá. Sobre todo allá.
– Rey Taranis -dije, y otra vez su nombre tiró de mí, como una mano que atrae la atención. Respiré hondo y me relajé con el peso de Rhys y Frost en mi espalda, mis manos en Doyle y Abe. Galen pareció sentir que era necesario porque deslizó su brazo entre mis pantorrillas, de modo que se abrazó a una de mis piernas, y abrió mis piernas un poco más para poder abrazarse más fuerte. Muy pocos de mis guardias habrían aceptado parecer tan sumisos delante de Taranis. Valoraba a los pocos que preferían más estar cerca de mí que guardar las apariencias.
Lo intenté otra vez.
– Rey de la Luz y la Ilusión, ¿dices que mis tres guardias son tan monstruosos que yacer con ellos es doloroso y horrible?
– Lady Caitrin dice que así es -dijo él. Se había sentado en su trono. Era enorme y de oro, y era la única cosa que no se había ido cuando se fueron sus ilusiones. Él estaba sentado en lo que costaría, incluso hoy, el rescate de un rey.
– Dices que mis hombres no pueden mantener su ilusión de belleza mientras mantienen relaciones íntimas, ¿Es eso correcto?
– Los sidhe de la Corte de la Oscuridad no tienen el poder de la ilusión que los sidhe de la Corte de la Luz poseen -dijo Taranis, sentándose con mayor comodidad en su trono, extendiendo las piernas, tal como lo hacen algunos hombres cuando quieren llamar la atención sobre su masculinidad.
– Entonces, cuando yo les hago el amor, ¿los veo tal y como realmente son?
– Eres en parte humana, Meredith. No tienes el poder de un sidhe verdadero. Lamento decirlo, pero se sabe que tu magia es débil. Ellos te han engañado, Meredith.
Cada vez que él decía mi nombre el aire se volvía un poco más denso. La mano de Galen se deslizó por mi pierna hasta que encontró la parte donde acababa la media en el muslo, y finalmente pudo tocar piel desnuda. La caricia me hizo cerrar los ojos durante un momento, pero despejó mi mente. Tiempo atrás, lo que Taranis había dicho podría haber sido cierto, pero mi magia había crecido. Yo ya no era como había sido. ¿Nadie se lo había dicho a Taranis? No siempre era inteligente decirle a un rey algo que no le iba a gustar, y Taranis me había tratado como a un ser inferior, o peor que eso, toda mi vida. Descubrir que yo podría ser la heredera de la corte rival significaba que su trato hacia mí había sido peor que políticamente incorrecto. Me había convertido en su enemiga, o eso podría pensar. Él estaba lejos de ser el único noble en ambas cortes en encontrarse a sí mismo huyendo para escapar de una vida de malos tratos.
– Conozco lo que sostengo en mi mano y en mi cuerpo, Tío.
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