– Huelo a flores -dijo Nelson, su voz vacilante.
– ¿A qué hueles, Tío? -Pregunté.
– Huelo solamente a la corrupción que está de pie detrás de ti. ¿Dónde está el Embajador Stevens?
– Ahora está siendo atendido por un hechicero humano. Ellos lo limpiarán del hechizo que colocaste sobre él.
– Más mentiras -dijo él, pero había algo en su cara que desmentía la fuerza de sus protestas.
– He dormido con estos hombres. Sé que sus cuerpos no tienen ningún horror.
– Eres en parte humana, Meredith. Ellos te han hechizado.
El viento creció, y empujó contra la superficie del espejo, con sus trozos de hierbas flotantes, como el viento en el agua. Miré la ondulación del cristal.
– ¿A qué hueles, Tío? -Repetí.
– Huelo solamente el hedor de la magia de la Corte Oscura. -Su voz sonaba horrible por la cólera, y algo más. Comprendí en ese momento que Taranis estaba loco. Yo había pensado que todos sus delitos habían sido causados por su arrogancia, pero al examinar su rostro, mi piel se quedó helada, incluso con el roce de la Diosa. Taranis, el Rey de la Corte de la Luz, estaba loco. Estaba allí, en sus ojos, como si una cortina de cordura se hubiera rasgado y no pudieses dejar de notarlo. Algo se había roto en su mente. El Consorte nos ayude.
– No eres tú mismo, Majestad -dijo Doyle suavemente con su voz profunda.
– Tú eres la Oscuridad, y yo soy la Luz. -Taranis levantó su mano derecha, la palma hacia arriba. Sentí que mis guardias avanzaban hacia mí. Se amontonaron encima de mí, presionándome contra el suelo, protegiéndome con sus cuerpos. Sentí el calor, incluso a través de la carne que me protegía. Oí ruidos, luego a Nelson gritando, y a los abogados gritando también. Hablé desde debajo del montón de hombres con Galen presionado fuertemente contra mí.
– ¿Qué es eso? ¿Qué ha pasado?
Más voces masculinas sonaron desde la puerta lejana. La seguridad había llegado, pero… ¿de qué servirían las armas cuándo alguien podía convertir la luz misma en un arma? ¿Se podría disparar a través de un espejo y golpear algo al otro lado? Se podría disparar al espejo, pero la bala debería detenerse en el cristal. Taranis podía dañarnos a nosotros. ¿Podríamos dañarlo a él?
Otras voces parecieron llegar de delante de nosotros, al otro lado del espejo. Traté de mirar por encima del brazo de Galen, y la cortina del largo pelo de Abe, pero me vi atrapada en la penumbra de sus cuerpos, con la sensación de más peso encima de mí, de modo que estaba atrapada e inútil hasta que la lucha terminara. Yo sabía que no serviría de nada ordenarles que se alejaran de mí. Si pensaran que era seguro, se moverían, y me sacarían del cuarto. Hasta ese momento ofrecerían sus vidas para proteger la mía. Una vez yo había estado contenta de saberlo. Ahora algunos de ellos eran tan preciosos para mí como mi propia vida. Tenía que saber lo que estaba pasando.
– ¿Galen, qué pasa?
– Tengo dos capas de pelo delante de mí. Estoy tan ciego como tú -me dijo él.
Abe me contestó…
– La guardia de Taranis trata de contenerlo.
– ¿Por qué gritó Nelson? -Pregunté. Mi voz salió un poco ahogada por el peso de todos ellos encima de mí.
Oí los gritos de Frost…
– ¡Sacadla!
Noté el movimiento antes de que Galen agarrara mi brazo y me pusiera de pie. Abe sujetaba mi otro brazo, y corrían hacia la puerta más lejana. Corrían tan rápido que simplemente me llevaban en volandas.
Taranis gritó detrás de mí…
– ¡Meredith, Meredith, no, ellos no te robarán!
Luz, una dorada, brillante y ardiente luz resplandeció detrás de nosotros. El calor golpeó nuestras espaldas primero. Reconocí la voz de Rhys, gritos. Oí carreras detrás de nosotros, pero yo sabía que era demasiado tarde. Al contrario que en las películas, no se puede superar a la luz. Ni siquiera los sidhe son tan rápidos.
ABE TROPEZÓ A MI LADO, CASI TIRÁNDOME EN EL PROCESO, pero Galen me cogió entre sus brazos y corrió hacia la puerta. Se movió a tal velocidad que pareció desdibujarse dejando en la habitación un rastro de serpentinas de color. Fue casi como si ni siquiera abriera la puerta y pasara a través de ella, pues se movió tan rápidamente que la puerta no fue lo bastante sólida para detenernos. No estaba segura de si la puerta se abrió o no, pero al final estábamos al otro lado. Él me giró en sus brazos, de forma que pudiera llevarme como a un niño, o una novia durante su noche de bodas. Atravesó el largo pasillo con un trote rápido, alejándose de la puerta y del sonido de la batalla que había dentro.
Galen era el guardaespaldas al que podría ordenarle casi cualquier cosa. Pensé en pedirle que se parara, pero no estaba segura de lo que ocurría. ¿Y si me equivocaba al decirle que se detuviera? ¿Y si los hombres que amaba hubieran dado sus vidas por salvarme, y al detenerme aquí hiciera que ese sacrificio fuera en vano? Éste era uno de esos momentos en los que habría dado casi cualquier cosa por no ser la princesa. Había demasiadas decisiones, demasiados momentos como éste, donde, perdiera o ganara, acababa perdiendo.
Él me dejó en el suelo, pero sujetaba mi mano, como si supiera que yo podría intentar volver. Había presionado el botón para llamar al ascensor. Oí la maquinaria vibrar detrás de las puertas. No podía marcharme. Lo supe en el mismo instante en que se abrieron las puertas, no me subiría. No los abandonaría. No podía abandonarlos sin saber a quién habían hecho daño, y quién se encontraba malherido.
Retrocedí, soltándome de la mano de Galen. Él me miró, sus ojos verdes parecían un poco sorprendidos, su pulso todavía golpeaba sordamente contra un lado de su pálida garganta por encima de la corbata que los abogados le habían hecho llevar puesta. Negué con la cabeza.
– Merry, tenemos que irnos. Mi trabajo es mantenerte segura.
Sólo negué, y puse mi mano sobre la suya. Traté de llevarle de regreso hacia las puertas que se habían cerrado detrás de nosotros, o que no se habían abierto para que nosotros pasáramos. Todavía no podía recordar si se habían abierto o no las puertas. Me era muy difícil pensar en ello, al menos parecía recordar ese momento. Probablemente quería decir que Galen, efectivamente, nos había hecho atravesar la puerta. Imposible, sobre todo estando fuera del mundo feérico. Imposible, pero había pasado, ¿no?
Las puertas del ascensor se abrieron. Galen entró, pero le obligué a estirar el brazo porque yo no avancé.
– Merry, por favor -me dijo -. Por favor, no puedes regresar.
– Pero tampoco puedo irme. Si debo ser vuestra reina, entonces tengo que dejar de huir. Ser la reina de una Corte Feérica significa que debo ser también una guerrera. Debo ser capaz de luchar.
Él trató de meterme dentro. Puse una mano contra la pared para hacer algo de palanca.
– Eres mortal -me dijo. -Podrías morir.
– Podríamos morir todos -le dije-. Los sidhe ya no son inmortales. Tú lo sabes y yo lo sé.
Él puso una mano sobre la puerta que trataba de cerrarse.
– Pero somos más difíciles de matar que un humano. Tú te hieres como un humano, Merry. No puedo permitir que regreses dentro de aquella habitación.
Tuve un instante para comprender que de alguna manera éste era un momento decisivo. ¿Qué tipo de reina sería yo entonces?
– ¿Tú no lo puedes permitir? Galen, debo gobernar o no gobernar. No puede ser de las dos maneras. -Tiré con mi mano de la suya, y él no luchó contra mí.
Sólo me miró, buscando mi cara, como si no me conociera.
– Realmente vas a regresar, y a menos que te lance sobre mi hombro, no voy a poder pararte, ¿o podría?
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