– Ya se lo dije, no estamos utilizando ningún encanto con ustedes -le contesté.
– ¡Mentira! Veo el horror en ti. -Stevens tenía la cara escondida entre los amplios hombros de Biggs, como si él no pudiera soportar mirarnos, y quizás no pudiera.
– Aunque, es más fácil no mirarlos -convino Shelby.
Cortez asistió.
– Ahora me encuentro un poco mejor, pero los veo igual que antes.
– Hermosos -dijo la ayudante de Cortez.
Cortez le dirigió una aguda mirada, y la ayudante pidió perdón, como si aquella sola palabra estuviera totalmente fuera de lugar.
Stevens había comenzado a sollozar sobre el traje de diseño de Biggs.
– Debe de alejarle de nosotros -dijo Doyle.
– ¿Por qué? -preguntó uno de los otros.
– El hechizo que hay en el reloj le hace ver monstruos cuando nos mira. Temo que su mente se rompa bajo la tensión si el Rey Taranis no está cerca para aliviar los efectos.
– ¿No podría usted deshacer el hechizo? -preguntó Veducci.
– No es nuestro hechizo -dijo Doyle simplemente.
– ¿No puede ayudarle? -inquirió Nelson.
– Cuanto menos contacto tenga con nosotros, mejor para el embajador.
Stevens pareció tratar de sepultar su cara en el hombro de Biggs. Las manos del embajador se incrustaron en las costuras y el forro de la chaqueta.
– Estar cerca de nosotros le hace daño -dijo Frost, era la primera vez que hablaba desde que estábamos reunidos. Su voz no tenía la profundidad de la de Doyle, pero la anchura de su pecho le daba su mismo peso.
– Llame a los de seguridad -le dijo Biggs a Farmer. Y aunque Farmer era un hombre muy poderoso por méritos propios, y un socio igualitario, se movió hacia la puerta. Supongo que cuando papá es uno de los fundadores de la firma y tú eres uno de los socios mayoritarios, eso te proporciona una gran influencia, incluso sobre otros socios.
Nos quedamos de pie en silencio; el torpe lenguaje corporal de los humanos y sus expresiones faciales nos dijeron que estaban terriblemente incómodos por la demostración de desequilibrada emoción de Stevens. Éste era un tipo de locura, pero tres de nosotros la habíamos visto peor. Habíamos visto la locura que podía traer la magia. La clase de magia que por un capricho risueño podría llegar a robarte el aliento del cuerpo.
Los de seguridad llegaron. Reconocí a uno de los guardias que estaba en la recepción. Traían a un médico. Me acordé de haber leido los nombres de varios médicos en la placa al lado del ascensor. Por lo visto, Farmer se había excedido en el cumplimiento de sus órdenes, pero Biggs pareció muy contento de poder endosarle ese hombre sollozante al médico. No me extrañaba que Farmer fuera socio. Él seguía las órdenes al pie de la letra, pero las complementaba, mejorándolas.
Nadie dijo nada hasta que condujeron al embajador fuera de la habitación, y la puerta se cerró silenciosamente detrás de él. Biggs enderezó su corbata, y tiró de la chaqueta para alisar las arrugas. Al derecho, o del revés, el traje estaba arruinado hasta que una tintorería se encargara de él. Comenzó a quitarse la chaqueta, pero entonces echó un vistazo hacia nosotros y se detuvo.
Me percaté de su mirada y él pareció avergonzarse.
– No pasa nada, señor Biggs, si a usted le da miedo quitarse la chaqueta.
– La mente del embajador Stevens parecía completamente destrozada.
– Aconsejaría que el doctor contara con un practicante licenciado en las artes mágicas que examinara el reloj antes de quitárselo.
– ¿Por qué?
– Él ha llevado puesto ese reloj durante años. Puede haberse apoderado de una parte de su psique, de su mente. Quitarlo sin más podría hacerle más daño.
Biggs alcanzó un teléfono.
– ¿Por qué no lo dijo antes de que se lo llevaran? -preguntó Shelby.
– Lo acabo de pensar ahora -dije.
– Yo lo pensé antes de que se lo llevaran -nos dijo Doyle.
– ¿Y por qué no lo dijo? -preguntó Cortez.
– Mi trabajo no es proteger al embajador.
– Es trabajo de todos el ayudar a otro ser humano en semejante estado -dijo Shelby, pareciendo luego sorprendido como si acabara de oír lo que había dicho.
Doyle sonrió muy ligeramente.
– Pero yo no soy humano, y pienso que el embajador es débil y no tiene honor. La reina Andais ha presentado varias demandas a su gobierno por el embajador. Ha sido ignorada. Pero incluso ella no podía haber previsto una traición como ésta.
– ¿Traición de nuestro gobierno contra el suyo? -preguntó Veducci.
– No, traición del rey Taranis contra alguien que confiaba en él. El embajador vio el reloj como una señal de gran estima, cuando de hecho sólo era trampas y mentiras.
– Lo desaprueba -dijo Nelson.
– ¿No lo desaprobaría usted? -inquirió Doyle.
Ella comenzó a asentir y luego apartó la mirada, ruborizada. Aparentemente, incluso con su chaqueta del revés no podía menos que reaccionar ante él. Él merecía esa reacción, pero no me gustó que ella tuviera tantos problemas para controlarse. Los cargos serían bastante complicados si nosotros hacíamos ruborizar a los fiscales.
– ¿Qué habría ganado el rey con envenenar al embajador contra su corte? -preguntó Cortez.
– ¿Qué ganaban los Luminosos al oscurecer aún más el nombre de la Oscuridad? -le pregunté yo.
– Morderé el anzuelo -dijo Shelby. -¿Qué ganaban oscureciéndola?
– Miedo -le contesté. -Han hecho que su gente nos tema.
– ¿Qué ganaban con ello? -indagó Shelby.
Frost habló…
– El mayor castigo de todos es ser exiliado de la Corte de la Luz, la Corte dorada. Pero es un castigo porque Taranis y su nobleza se han convencido de que una vez que te unes a la Corte de la Oscuridad te conviertes en un monstruo. No sólo por tus actos, sino también físicamente. Les dicen a su gente que se deformarán si se unen a los Oscuros.
– Usted habla como si lo supiera -dijo Nelson.
– Fui una vez parte de la multitud dorada, hace mucho, mucho tiempo -aclaró Frost.
– ¿Qué hizo para que le exiliaran? -preguntó Shelby.
– Teniente Frost, no tiene usted que contestar a la pregunta -le dijo Biggs. Había dejado de preocuparse de su traje y volvía a ser uno de los mejores abogados de la Costa Oeste.
– ¿La respuesta podría empeorar los cargos presentados contra los otros guardias? -preguntó Shelby.
– No -dijo Biggs-, pero ya que no hay cargos presentados contra el Teniente, la pregunta está fuera de lugar en esta investigación.
Biggs había mentido, suave y fácilmente; había mentido como si fuera verdad. Él realmente no sabía si la respuesta de Frost habría sido perjudicial, porque no tenía ni idea del porqué a los tres guardias en cuestión los habían desterrado de la Corte de la Luz. (Aunque en el caso de Galen, él no hubiera sido desterrado porque había nacido y crecido en la Corte Oscura; no puedes ser exiliado de un sitio del cual nunca has formado parte.) Biggs, previsoramente, no había permitido ninguna pregunta que pudiera interferir con la defensa que había preparado para sus clientes.
– Éste es un procedimiento muy informal -dijo Veducci con una sonrisa. Irradiaba el encanto de un muchacho bueno y encantador. Era un truco que casi bordeaba la mentira. Él nos había investigado. Y había tratado con las cortes más que cualquier otro de los abogados. Iba a ser nuestro mayor aliado o nuestro contrincante más duro.
Continuó, todavía sonriendo, permitiéndonos ver su mirada cansada.
– Hoy todos estamos aquí para ver si los cargos que el Rey Taranis presentó en nombre de Lady Caitrin deberían de seguir procedimientos más formales. El que los guardias de la princesa cooperen con la investigación contribuye a desmentir los cargos contra ellos presentados.
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