Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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Nelson era la ayudante del fiscal del distrito en la ciudad de Los Ángeles. Su jefe, Miguel Cortez, era bajo, moreno, y hermoso. Daba una gran imagen ante las cámaras. Yo le había visto en las noticias bastante veces. El problema era que tanto él, como Shelby, eran ambiciosos. Le gustaba salir en las noticias, y deseaba salir aún más. Esta acusación de violación contra mis hombres tenía toda la pinta de ser un caso que podría impulsar su carrera, o joderla. Tanto Cortez como Shelby eran ambiciosos; eso quería decir que podrían ser muy cautelosos, o muy imprudentes. Y yo aún no estaba segura de cuál de las dos posibilidades nos ayudaría más.

Nelson era más alta que su jefe, cerca de 1’85 cm y eso sin llevar tacones demasiado altos. Su pelo era de un rojo vibrante que caía en ondas alrededor de sus hombros. Era de esa rara tonalidad que es profunda y rica, y casi tan cerca del verdadero rojo como podía llegar a estar una cabellera humana. Su traje estaba hecho a medida, conservador y de color negro, la camisa blanca, y su maquillaje de buen gusto. Sólo aquella llamarada de pelo arruinaba el exterior casi masculino que ofrecía. Era como si al mismo tiempo escondiera su belleza y llamara la atención sobre la misma. Porque era hermosa. Y había que añadir que una lluvia de pecas debajo del suave maquillaje no quitaba ningún mérito a esa piel tan impecable.

Sus ojos eran algunas veces verdes o azules, según cómo los iluminara la luz. Aquellos ojos indecisos no podían dejar de mirar a Frost y Doyle. Ella trató de concentrarse en el bloc legal en el que supuestamente tenía que ir escribiendo sus notas, pero su mirada seguía alzada, y pendiente de ellos, como si no pudiera evitarlo.

Esto me hizo preguntarme si allí había algo más que sólo hermosos hombres y una mujer distraída.

Shelby se aclaró la garganta bruscamente.

Yo me sobresalté y le miré.

– Lo siento terriblemente, Señor Shelby, ¿me estaba hablando?

– No, no lo hacía, y debería. -Él miró hacia su lado de la mesa. -Me trajeron aquí como parte neutral, pero deje que le pregunte a mis socios si tienen algun problema para formular ellos mismos preguntas a la princesa.

Varios de los abogados hablaron al mismo tiempo. Veducci sólo levantó su lápiz en el aire y consiguió el turno.

– Mi oficina ha tratado más estrechamente con la princesa y su personal que el resto de ustedes, y eso es porque llevamos ciertos remedios contra el encanto.

– ¿Qué clase de remedios? -preguntó Shelby.

– No le diré lo que llevo, excepto que es magia blanca, hierro, y trébol de cuatro hojas, hierba de San Juan [1], serval, y ceniza de madera o bayas que es la que funciona. Algunos dicen que las campanas rompen el encanto, pero no creo que las altas cortes sidhe se vean demasiado afectadas por las campanas.

– ¿Dice que la princesa usa el encanto contra nosotros? -preguntó Shelby, su hermosa cara ya no era agradable.

– Digo que a veces al tratar con el Rey Taranis o la Reina Andais, su presencia abruma a los humanos -repondió Veducci. – La Princesa Meredith, que es en parte humana, aunque muy hermosa… -Él cabeceó en mi dirección. Yo asentí con la cabeza ante el elogio-… nunca ha afectado a nadie tan fuertemente, pero muchas cosas han pasado en la Corte de la Oscuridad en los últimos días… El embajador Stevens me ha informado, ya que tiene sus fuentes. Por lo visto, la princesa Meredith y algún que otro de sus guardias han aumentado sus poderes, por así decirlo.

Veducci todavía parecía cansado, pero ahora sus ojos reflejaban la mente que se escondía bajo ese regordete y agotado camuflaje. Comprendí con un sobresalto que había otros peligros además de la ambición. Veducci era listo, y había insinuado que sabía algo sobre lo que había pasado dentro de la Corte Oscura. ¿Lo sabría, o era un farol? ¿Se pensaría que íbamos a soltar prenda?

– Es ilegal usar el encanto en nosotros -dijo Shelby, disgustado. Él me miró, y su mirada ya no era tan amistosa. Le devolví la mirada, con toda la fuerza de mis ojos tricolores: oro fundido en el borde externo, luego un círculo del más puro verde jade, y por último un verde esmeralda rodeando mi pupila. Él apartó la mirada primero, dejándola caer sobre su bloc de notas. Su voz era tensa por la rabia controlada. -Podríamos hacerla detener, o deportarla al mundo de las hadas por tratar de usar magia y tratar de influir en estos procedimientos, Princesa.

– No he tratado de imponerme sobre usted, Señor Shelby, no a propósito. -Luego miré a Veducci. -Señor Veducci, usted nos dijo que simplemente estar en presencia de mi tía o mi tío ya era difícil; ¿Se lo estoy poniendo yo difícil, ahora?

– Por las reacciones de mis colegas, creo que sí.

– ¿Entonces es ésta la reacción que el Rey Taranis y la Reina Andais provocan en los humanos?

– Similar -dijo Veducci.

Tuve que sonreír.

– No tiene gracia, Princesa -dijo Cortez, sus palabras estaban llenas de cólera, pero cuando encontré sus ojos castaños, él apartó la mirada.

Miré a Nelson, pero no era yo la que la distraía; su problema estaba detrás de mí.

– ¿A quién mira usted más? -le pregunté. -A Frost o a Doyle; ¿la luz o la oscuridad?

Ella se sonrojó de esa forma encantadora en que lo hacen los humanos pelirrojos.

– Yo no…

– Venga, Señorita Nelson, confiéselo, ¿cuál?

Ella tragó con tanta fuerza que pude oírlo.

– Ambos -susurró ella.

– Les acusaremos a usted y a los dos guardias por influencia mágica en un procedimiento legal, Princesa Meredith -comentó Cortez

– Estoy de acuerdo -dijo Shelby.

– Ni yo, ni Frost, ni Doyle estamos haciendo esto a propósito.

– No somos estúpidos -dijo Shelby. -El encanto es una magia activa, no pasiva.

– La mayor parte del encanto, sí, pero no todo -les dije. Y miré hacia Veducci. Ellos le habían colocado en el punto más lejano al centro de la mesa, como si ser de St. Louis fuera algo menos. O quizás me sentía demasiado sentimental sólo porque era mi ciudad natal.

– ¿Sabía usted -dijo Veducci-, que cuando alguien está delante de la Reina de Inglaterra, lo llaman “estar en su presencia”? Nunca me he encontrado con la Reina Elizabeth, y es poco probable que lo haga, así que no sé cómo funcionaría con ella. No he hablado nunca con una reina humana. Pero la frase “en presencia de”, estar en presencia de la reina, significa mucho más cuando te refieres a la reina de la Corte de la Oscuridad. Estar en presencia del rey de la Corte de la Luz también es algo especial.

– ¿Qué quiere decir -preguntó Cortez- con algo especial?

– Significa, señores y señoras, que ser el rey o la reina de las hadas te da un aura inconsciente de poder, de atractivo. Usted vive en L.A. Puede ver cómo influyen en la gente, aunque en menor grado, las estrellas o políticos. El poder parece generar poder. Tratar con las cortes de las hadas me ha hecho darme cuenta de que hasta nosotros, las personas simples, lo utilizamos a veces. Estar alrededor del poder, la riqueza, la belleza, el talento, no es más que aquello a lo que suele aspirar la naturaleza humana. Pienso que eso es el encanto. Creo que el éxito a un cierto nivel tiene encanto, y atrae a la gente hacia ti. Quieren estar a tu alrededor. Te escuchan. Hacen lo que les dices. Los humanos tienen una sombra de verdadero encanto; ahora piense en alguien que es la figura más poderosa del mundo feérico. Piense en el nivel de poder que le rodea.

– Embajador Stevens -dijo Shelby-, ¿No debería de haber sido usted el que nos advirtiera sobre tal efecto?

Stevens se alisó la corbata, jugando con el Rolex que Taranis le había regalado.

– El rey Taranis es una figura poderosa con siglos de gobierno a sus espaldas. Realmente obstenta una cierta nobleza que es impresionante. No he encontrado a la Reina Andais tan impresionante.

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