Laurell Hamilton - El Legado De Frost

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Soy Meredith Gentry, princesa y heredera forzosa al trono de un reino feérico, antes detective privado en el mundo humano.
Para ser coronada reina, y así continuar con la línea de sangre real, primero debo dar a luz a mi heredero. Si fallo, mi tía, la Reina Andais, será libre de cumplir el mayor de sus deseos: nombrar a su malévolo hijo, Cel, como monarca… y matarme.
Mis guardaespaldas reales me rodean, y mis amados Oscuridad y Asesino Frost están siempre a mi lado, jurando protegerme y amarme. Pero de todos modos la amenaza se cierne sobre nosotros, puesto que a pesar de todos nuestros esfuerzos no me quedo embarazada. Y mientras, las maquinaciones de mi siniestra y sádica Reina y sus cómplices parecen inagotables. Así que mis guardaespaldas y yo hemos regresado a Los Ángeles, con la esperanza de superar o al menos minimizar las crecientes intrigas de la Corte. Pero incluso el exilio no es suficiente para escapar de las garras de sus más oscuros designios.
Ahora el Rey Taranis, el poderoso soberano de la Corte de la Luz, ha acusado a mis guardaespaldas reales de un delito atroz y ha llegado al extremo de interponer una acción judicial ante las autoridades humanas para que impartan castigo. Si tiene éxito, mis hombres afrontarán la extradición al mundo feérico y las penas más horribles que les puedan esperar allí. Pero sé que los cargos de Taranis son infundados, y presiento que su objetivo tras todas estas atrocidades soy yo. Él ya trató de matarme cuando yo era una niña. Ahora temo que sus intenciones sean mucho más aterradoras.

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– Dado que todos los guardias tienen inmunidad diplomática, estamos aquí por pura cortesía -dijo Biggs.

– Lo que realmente apreciamos -contestó Veducci.

– Hay que tener presente -terció Shelby-, que el Rey Taranis ha declarado que toda la guardia de la reina, y ahora guardia de la princesa, son un peligro para los que estén a su alrededor, sobre todo si son mujeres. Declaró que esta violación no le había sorprendido. Parecía pensar que era el resultado inevitable de permitir a los Cuervos de la Reina el acceso ilimitado al sithen. Uno de los motivos por los que él presentó los cargos ante las autoridades humanas, acción sin precedentes en toda la historia de la Corte de la Luz, fue debido a que temía por nosotros. Si una noble sidhe con los poderes mágicos de Lady Caitrin podía ser tan fácilmente sometida, entonces… ¿qué esperanza tenemos los meros humanos ante su… lujuria?

– Lujuria antinatural -dije.

Shelby volvió sus ojos grises hacia mí.

– Yo no dije eso.

– No, no lo hizo, pero apuesto a que mi tío Taranis sí.

Shelby se encogió ligeramente de hombros.

– No parece que le gusten mucho sus hombres, eso si es verdad.

– O yo -le contesté.

La cara de Shelby mostró sorpresa, y lamenté no saber si ésta era genuina, o si mentía con su expresión.

– El rey sólo tenía cosas buenas que decir sobre usted, Princesa. Él parece sentir que usted haya sido… -en el último momento pareció cambiar lo que estaba a punto de decir-… pervertida por su tía, la reina, y sus guardias.

– ¿Pervertida? -le pregunté.

Él asintió.

– Eso no es lo que él dijo, ¿o sí?

– No, con estas palabras no.

– Debe haber sido realmente ofensivo para usted, tener que dulcificarlo hasta este extremo -comenté.

La verdad, Shelby parecía incómodo.

– Antes de que yo viera al Embajador Stevens y su reacción hacia usted, y el posible hechizo en su reloj, yo podría haber declarado simplemente lo que el rey dijo -comentó Shelby dirigiéndome una mirada franca. -Digamos que Stevens ha conseguido que me pregunte por la vehemente aversión del Rey Taranis hacia toda su guardia.

– ¿Toda mi guardia? -pregunté de nuevo, con un tono ascendente en mi voz.

– Sí.

Miré a Veducci.

– ¿Él acusa a todos mis hombres de delitos?

– No, sólo a los tres mencionados, pero el señor Shelby tiene razón. El rey Taranis declaró que sus Cuervos son un peligro para todas las mujeres. Él cree que el haber sido célibes durante tanto tiempo les ha conducido a la locura. -La expresión de Veducci nunca cambió mientras soltaba uno de los mayores secretos de las cortes de las hadas.

Abrí la boca para decir… “Taranis no le habría dicho eso”, pero la mano de Doyle en mi hombro me detuvo. Alcé la vista hacia su figura oscura. Incluso a través de sus gafas de sol, yo conocía aquella mirada. Esa mirada que me decía “Cuidado”. Él tenía razón. Veducci había declarado antes que él tenía fuentes de información en la Corte de la Oscuridad. Taranis no podría haber dicho eso, ni de coña.

– Es la primera vez que hemos oído al rey acusar a los Cuervos de ser célibes -dijo Biggs. Él había echado un vistazo a Doyle, pero ahora toda su atención se centraba en Shelby y Veducci.

– El rey creía que un celibato largo y forzado era motivo suficiente para el ataque.

Biggs se me acercó, y susurró…

– ¿Eso es verdad? ¿Fueron forzados al celibato?

Susurré contra su cuello blanco…

– Sí.

– ¿Por qué? -preguntó él.

– Mi reina lo ordenó así. -Era verdad, hasta cierto punto, pero me negaba a compartir secretos que la Reina Andais no querría compartir. Taranis podría sobrevivir a su ira; yo, no.

Biggs se dirigió al bando contrario.

– No concedemos importancia a este presunto celibato, pero si en realidad hubiera acontecido, estos hombres en cuestión ya no son célibes. Ahora, están con la princesa, y no con la reina. La princesa ha declarado que tres de ellos son sus amantes, por lo que no se puede alegar que ese hipotético celibato les haya conducido a la… -Biggs pareció buscar la palabra correcta-… locura -dijo menospreciando el tema con su voz, su cara, y el gesto de su mano y dejándonos ver por un momento cómo se vería su actuación ante el tribunal. Realmente merecía todo el dinero que mi tía le pagaba.

Shelby dijo…

– La declaración del rey y los cargos presentados son suficientes para permitir al gobierno de los Estados Unidos confinar a toda la guardia de la princesa dentro de la tierra de las hadas.

– Sé a qué ley se está usted refiriendo -comentó Briggs. -Muchos en el gobierno de Jefferson no estuvieron de acuerdo con él en acoger a las hadas aquí después de que fueran desterradas de Europa. Insistieron en aprobar una ley que les permitiera confinar permanentemente dentro del mundo de las hadas a cualquier hada que juzgaran demasiado peligrosa para vivir entre los humanos. Es una ley muy amplia, y nunca ha sido aplicada.

– Nunca ha sido necesaria antes -dijo Cortez.

Doyle se había quedado a mi espalda, con su mano descansando sobre mi hombro. Sabía que necesitaba su consuelo, o era él quien lo necesitaba. Puse mi mano encima de la suya, para podernos tocar la piel desnuda. Él estaba tan caliente, parecía tan sólido. Sólo su roce me hizo sentirme más segura de que todo iría bien. Que estaríamos bien.

– Ahora no es necesaria, y todos ustedes lo saben -dijo Biggs, mirando a los demás. -Es una tentativa de asustar a la princesa con la amenaza de confinar a todos sus guardias en el sithen. Debería darle vergüenza.

– La princesa no parece asustada -dijo Nelson.

La miré con todo el poder de mis ojos tricolores, y no pudo sostener mi mirada.

– Ustedes amenazan con tomar a los hombres que amo y alejarlos de mí -le dije. -¿Y eso no debería de asustarme?

– Debería -dijo ella-, pero no parece que lo haga.

Farmer tocó mi brazo, un gesto claro de “déjala hablar”. Me incliné hacia atrás para tocar a Doyle con mi espalda y dejar la conversación para los abogados.

– Sobre la ley en cuestión que ha mencionado el Señor Shelby -dijo Farmer-, la Familia Real de cualquier corte está exenta de cumplirla.

– No estamos proponiendo confinar a la Princesa Meredith en el mundo feérico -aclaró Shelby.

– Usted sabe que la amenaza de mantener a todos sus guardias bajo alguna clase de confinamiento feérico legal es escandalosa -dijo Farmer.

Shelby asintió.

– Bien, entonces sólo los tres que han sido acusados de violación. Tanto el señor Cortez como yo, estamos debidamente acreditados como oficiales por la Oficina de Abogados de los Estados Unidos. Dicho simplemente, es nuestro deber y derecho confinar a estos tres guardias en tierra feérica hasta que estos cargos sean probados.

– Repito, la ley, según su texto, no puede ser aplicada a la Familia Real de ninguna corte feérica -replicó Farmer.

– Y yo repito que no estamos amenazando con hacer nada a la Princesa Meredith -dijo Shelby.

– Pero no estamos refiriéndonos a esa clase de realeza -contraatacó Farmer.

Shelby miró hacia la fila de abogados que estaban a su lado.

– No estoy seguro de seguir su argumento.

– La guardia de la princesa Meredith es de la realeza, por el momento.

– ¿Qué quiere decir con… por el momento? -preguntó Cortez.

– Significa que mientras están en la Corte de la Oscuridad, tienen un trono en la tarima real en el que se sientan por turnos al lado de la princesa -aclaró Farmer. -Son sus consortes reales.

– Ser su amante no les hace de la realeza -dijo Cortez.

– El Príncipe Phillip todavía es técnicamente el consorte real de la Reina Elizabeth -dijo Farmer.

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