Nadie le había prestado atención, ni le habían llamado ni buscado. De hecho, ni siquiera habían reparado en su ausencia.
«Eso está bien», se dijo Adam. Si tomaba el ancho camino que atravesaba la llanura, podía desaparecer de la vista mucho antes de que alguien recordase que había estado allí.
Se movió con rapidez y con una seguridad peculiar, a diferencia del Adam Scattergood que había salido de Malbry media vida antes. Al acordarse de ese Adam lo hacía con cierto desprecio: el chico que tenía miedo a los sueños. Ahora había renacido como un hombre, quizás incluso el Último Hombre, y era consciente de la gran responsabilidad que eso suponía. Llevaba una llave dorada en una mano, y la mantuvo bien cerrada mientras arrancaba a correr con rapidez y siempre pegado al terreno por la vasta e incolora llanura del Hel. En su mente, una vocecilla seguía susurrando y adulando, prometiendo:
¿ Mundos ?
Los muertos se apartaban a su paso, lo cual no le sorprendió en absoluto.
Mientras, Maddy intentaba asimilar cuanto había acaecido. Por si no fuese bastante difícil creer que habían sobrevivido, aún tenía que aceptar a los cuatro recién llegados del otro lado del río, los æsir, que estaban entre ellos en aspecto.
Tor el Tonante, que a la vez era Dorian Scattergood. Frig la Madre, que en tiempos había sido Ethel Parson. Sif la de lustrosos cabellos, la Reina de la Cosecha, cuyo sello Ár aparecía repetido en la panza de una cerdita enana. Y finalmente Tyr, que había dejado de ser el Manco, pero que parecía tener problemas con su anfitrión.
– ¡Yo no puedo ser Tyr! -protestó La-Bolsa-o-la-Vida-. Éste es Tyr el Bravo, Tyr el Guerrero. Vamos a ver, ¿tengo yo pinta de guerrero? Es un maldito error. Me habéis confundido con alguien valiente.
– Porque te has comportado como un valiente -dijo Maddy-. Has robado la cabeza de Mímir.
– ¡No pretendía hacerlo! -dijo Bolsa, alarmado-. ¡Fue el Capitán quien me obligó! ¡Es a él a quien debéis buscar, no a mí!
A su alrededor y sobre él, el aspecto del guerrero se erguía en toda su estatura, y sus colores, un rojo vibrante con matices de oro de trasgo en los bordes, destellaban con fiereza. En la palma de la mano izquierda ardía una runiforma: Tyr invertida, brillante como la sangre.
– ¡Quitádmela! -exigió Bolsa mientras extendía la mano.
La Madre sonrió.
– No es tan fácil.
– ¡Pero es que ya no soy yo mismo! -gimió aquel reticente guerrero.
– Claro que lo eres -respondió Maddy con dulzura-. Aunque lleves su aspecto, siempre serás tú. Del mismo modo que yo seguiré siendo Maddy Smith, aunque al mismo tiempo seré Modi, hija de Tor. Piensa en ello, Bolsa. Has hecho algo maravilloso. Todos vosotros lo habéis hecho -dijo.
Miró a Ethel, Dorian y Lizzy, a la que se veía muy rara bajo el aspecto de Sif, y por último a Loki, que permanecía vuelto de espaldas y apartado de los demás.
Maddy se acercó a él. Pero en lugar de mirar a la chica, Loki se dedicó a contemplar el río Sueño con sus islas, sus remolinos, sus bajíos y sus escollos. Por una vez no había vestigio alguno de risa en sus ojos, tan sólo una desolación que Maddy era incapaz de identificar.
– Anímate. ¡Has escapado! -le dijo.
Loki siguió sin mirarla. Al otro lado del río, la Fortaleza Negra del Averno se estaba reconstruyendo a sí misma, sillar por sillar, torreón imposible por torreón imposible.
– Me pregunto quién más habrá escapado -comentó Loki, sin apartar los ojos de la fortaleza.
– Puede que algunos æsir más.
– Puede.
Maddy pensó que Loki no parecía demasiado convencido.
– Tal vez incluso Bálder, ¿no crees?
– Bálder está muerto. -Loki la miró por fin. Además de tristeza, en sus ojos también había indignación-. Bálder ha muerto para salvarme a mí. O más bien ha muerto para asegurarse de que Hel no rompiera su palabra, la palabra que mantiene el equilibrio entre Orden y Caos en este lugar -tras una pausa, el dios añadió-: Bastardo engreído…
A su pesar, Maddy sonrió.
– Bueno, mejor será que Bálder no espere gratitud por mi parte. Nunca se me ha dado bien. Y en cuanto al General… -Loki hizo de nuevo una pausa, volviendo los ojos al lugar donde había caído Odín-. Si cree que por esto tengo algún tipo de deuda con él…
Hubo un largo silencio, durante el cual los ojos de Loki miraron a ninguna parte con gesto de fiera determinación.
– No pasa nada -aseguró Maddy-.Yo también le echaré de menos.
Cogidos de la mano, se dirigieron a la orilla del río Sueño, donde se estaba preparando el funeral.
Maddy pensó que deberían haber tenido un barco, una nave gris y alargada a la que pudieran prender fuego y empujar al río, pero en su lugar se las tuvieron que apañar con un fragmento de escombro plano flotante, un residuo de la fortaleza que se había desplomado. Colocaron el cuerpo de Odín en aquella embarcación improvisada junto con sus armas y su sombrero, y después todos ellos, los hijos perdidos del Orden y del Caos, se quedaron mirando mientras Loki se acercaba al pie de la barca y la incendiaba con fuego desatado.
Ninguno de ellos habló mientras el río se llevaba los restos de Odín el Tuerto hacia el fuego y la oscuridad. Nadie se atrevió a expresar en voz alta la esperanza de que, de algún modo, se las hubiera arreglado para sobrevivir dentro del Sueño. Aunque, si hubiera muerto en el Hel, reflexionó Maddy, seguramente ella lo habría reclamado como a los demás, y ahora no tendrían cadáver que quemar.
Pero Hel se había encerrado en su ciudadela, y ninguna invocación ni súplica conseguiría persuadirla para que volviese a mostrar su rostro de nuevo.
Y así todos ellos se quedaron ensimismados en sus pensamientos, los harapientos supervivientes de los æsir y los vanir, pálidos, magullados, afligidos.
«¿Se supone que esto ha de terminar así? -se preguntó Maddy-. ¿Con el General muerto, el equilibrio restablecido, el Orden aniquilado y nosotros, los dioses de antaño, esperando como mendigos junto a la orilla del Sueño? ¿Esperando a qué?»
Alzó la mirada, furiosa por las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos. Y vio…
A los dioses en su aspecto pleno. Los doce dioses, elevándose como columnas de luz y color, héroes y heroínas de la Era Antigua. Al verlos, las lágrimas corrieron a raudales por su rostro, el rostro de Maddy Smith, la que nunca lloraba, pero en ese momento de pena e incertidumbre sintió un repentino e inesperado arrebato de alegría.
Siempre había sido una niña solitaria que jugaba por su cuenta, lejos de los demás, odiada y temida por su propia gente e incluso por su padre y su hermana. Durante todo aquel tiempo en Malbry la única compañía que había tenido era la del Tuerto, y tan sólo unos pocos días al año. Jamás llegó a esperar que las cosas pudiesen cambiar. Siempre había creído que moriría sola, anónima, sin cariño, sin amigos, sin hijos, sin padre.
Pero esas personas que estaban en la orilla…
Contempló uno por uno a los vanir cuando se adelantaron para rendir homenaje a Odín. El Centinela, el Cosechador, el Hombre del Mar, la Sanadora, el Poeta, la Cazadora, la diosa del deseo. Desfilaron despacio, uno a uno, para saludar a la pequeña barcaza y lanzar sus runas protectoras y de buena suerte al río Sueño.
Y después vinieron los æsir. No faltó ninguno: el Tonante, la Madre, la Reina de la Cosecha, el Guerrero, el Embaucador…
Ellos eran su familia, pensó la muchacha. Allí estaba su padre, y también su abuela, sus amigos y sus aliados. Todos compartían su dolor. Estaban atados a Maddy del mismo modo que Maddy estaba vinculada a ellos. De pronto albergó la súbita y firme convicción de que pasara lo que pasase, bueno o malo, lo afrontarían juntos.
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