Margaret Weis - El templo de Istar
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—¿Y qué ocurrió? —inquirió de nuevo el semielfo.
—Un emisario le devolvió el mensaje sin abrir. Ese vil personaje no se tomó ni siquiera la molestia de romper el lacre. Se limitó a escribir en el exterior del pergamino: «No tengo hermanos. No conozco a nadie llamado Caramon». Y firmaba: Raistlin.
—¡Raistlin! —Era la voz de Crysania, quien clavó su mirada en Tika como si reparara en ella por vez primera. Sus ojos plomizos denotaban un creciente asombro mientras iban de la joven pelirroja a Tanis y de este último al enorme guerrero, que yacía en el suelo, convulsionándose en su embriaguez semiconsciente—. ¿Éste es Caramon Majere, el hermano gemelo del que tanto hablabas? Lo cierto es que no he atado cabos hasta ahora. Y según tú, semielfo, este hombre ha de guiarme a…
—Lo lamento, Hija Venerable de Paladine —se disculpó él visiblemente turbado—. Ignoraba los sucesos que Tika acaba de relatarnos.
—Pero Raistlin es una criatura tan inteligente, tan poderosa, que no cabe imaginar que comparta su sangre con ese desecho. ¡Y pensar que, por añadidura, son gemelos! Raistlin —persistía en cantar sus alabanzas— rebosa sensibilidad, ejerce un control absoluto sobre sí mismo y sus seguidores. Es un perfeccionista, mientras que a esta ruina patética —hizo un gesto hacia el infeliz guerrero— sólo se la puede tildar de, de… No niego que merezca nuestras oraciones y nuestra piedad…
—Tu «inteligente y sensible perfeccionista» desempeñó un papel muy importante en la decadencia de «la ruina patética» que se ha desplomado ante nuestros ojos, respetable sacerdotisa —replicó Tanis con un timbre ácido, si bien cuidó de reprimir la cólera.
—Quizás ocurrió al revés —apuntó la Hija Venerable—, y fue la falta de amor lo que apartó a Raistlin de la luz para caminar entre tinieblas.
La posadera alzó la vista hacia aquella mujer, revestido su rostro de una expresión indefinible.
—¿Falta de amor? —repitió sin alterarse, aunque una llama ardía en el fondo de su iris.
Caramon gimió en su atormentado sueño y comenzó a revolverse sobre la piedra. Al mirarle, Tika se incorporó como impulsada por un resorte.
—Será mejor que lo llevemos a la cama —propuso, en el mismo instante en que la imponente figura de Riverwind se recortaba en el umbral. Se volvió entonces hacia Tanis para decirle—: ¿Nos veremos mañana? Ahora que ya lo sabes todo me gustaría mucho que pernoctaras aquí, por lo menos hoy. Así seguiríamos hablando durante el desayuno.
El semielfo estudió sus ojos suplicantes y tuvo que morderse la lengua antes de responder. Sin embargo, no era libre de elegir.
—Lo siento de verdad, Tika —rehusó compungido—, pero debo partir sin tardanza. Me separa un trecho considerable de Qualinost, mi destino, y no me atrevo a entretenerme. El porvenir de dos reinos depende de mi asistencia al funeral del padre de Laurana.
—Lo comprendo —afirmó la muchacha—. Además, este problema sólo me incumbe a mí. De un modo u otro me las arreglaré.
A punto estuvo el semielfo de arrancarse la barba, tal era su frustración. Ansiaba quedarse y ayudar a aquella pareja de viejos amigos. No había trazado un plan, pero quizá si intercambiaba unas palabras con Caramon lograría desmadejar el enredado ovillo de su mente. El dilema estaba en la reacción de Porthios, que se tomaría su ausencia en la ceremonia fúnebre como una afrenta personal; este hecho no sólo afectaría a su relación con su cuñado, sino que incluso podía influir en las negociaciones del proyectado pacto de alianza entre Qualinesti y Solamnia.
Mientras se debatía en estas cavilaciones miró sin proponérselo a Crysania, y comprendió que aún tenía otro problema. No podía llevar a la sacerdotisa a Qualinost porque Porthios no admitiría nunca en su reino a un clérigo humano.
—Se me ha ocurrido una idea —anunció—. Volveré después de las exequias y, mientras tanto, te dejaré aquí. —Se dirigía a la Hija Venerable—. En la posada estarás segura hasta que pueda escoltarte en la ruta de Palanthas ya que, como tu viaje ha fracasado, supongo…
—Mi viaje no ha fracasado —le espetó Crysania—. Seguiré adelante, fiel a mi plan inicial de visitar la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth y parlamentar allí con Par-Salian, el mago de la Túnica Blanca.
—Pero yo no puedo acompañarte —protestó Tanis meneando la cabeza— ni tampoco Caramon, al menos en su actual estado.
—Cierto —accedió ella—, Caramon está incapacitado para desempeñar tan importante misión. No me queda pues más alternativa que aguardar hasta que tu amigo el kender se presente en este establecimiento con la persona que ha ido a buscar y, luego, continuar en solitario.
—¡Imposible! —se horrorizó el semielfo, con tanta vehemencia que Riverwind enarcó las cejas a fin de recordarle que se enfrentaba a una alta dignataria de la fe—. Señora, te acecharían unos peligros insondables. Además de los seres fantasmales que nos han perseguido, y que fueron enviados por alguien que ambos conocemos, hace tiempo escuché las historias espeluznantes que explicaba Caramon sobre el Bosque de Wayreth. ¡Todo en él es siniestro! Volveremos a Palanthas, y quizás algunos Caballeros se avengan…
Por vez primera, Tanis vislumbró un pálido atisbo de color en las marmóreas mejillas de Crysania. La sacerdotisa frunció el ceño en lo que parecía una honda meditación y, al fin, se ensanchó su rostro en una leve sonrisa al aseverar:
—No corro ningún riesgo, estoy bajo la protección de Paladine. No me cabe la menor duda de que esos entes oscuros a los que aludías son esbirros de Raistlin, pero carecen de poder para lastimarme. En realidad, lo que han hecho es fortalecer mi decisión. —Al ver el desaliento dibujado en los rasgos de Tanis, añadió con un suspiro—: prometo pensarlo, es cuanto puedo decir. Quizá tengas razón y nos acosen en la espesura enemigos invencibles.
—Además, sería para ti una pérdida de tiempo entrevistarte con Par-Salian —aventuró el semielfo, espoleado por el agotamiento a confesar con franqueza su opinión sobre los absurdos planes de la mujer—. Si él supiera cómo destruir a Raistlin, el perverso mago ya sólo perviviría en las leyendas.
—Hablas de destruirlo —replicó la sacerdotisa—, y nunca he pretendido tal atrocidad. —Estaba escandalizada, sus iris se tornaron de color acero—. Lo que quiero es recuperarlo, redimirlo. Y, ahora, deseo retirarme a mis aposentos si alguien tiene la amabilidad de indicarme dónde se encuentran.
Dezra dio un paso al frente y Crysania, tras despedirse del grupo, se alejó con la servicial muchacha. Tanis la siguió con los ojos, vaciada su mente de tal modo que no pudo pronunciar ni una palabra. Oyó a Riverwind balbucear unas frases en que-shu, coreadas por los vagos lamentos de Caramon. En ese momento el hombre de las Llanuras dio un suave codazo a su compañero y ambos se inclinaron sobre el durmiente para, mediante un colosal esfuerzo, ponerlo en pie.
—¡En nombre del Abismo, cuánto pesa! —se quejó el semielfo, bamboleándose bajo el fardo al mismo tiempo que sentía en sus hombros el balanceo de los flácidos brazos del, en otro tiempo, fornido guerrero. Por otra parte, los efluvios del aguardiente enanil le producían náuseas—. ¿Cómo puede beber ese hediondo brebaje? —le comentó a Riverwind mientras, entre los dos, conseguían arrastrarlo hasta la puerta con la ansiosa Tika pegada a sus talones.
—En una ocasión conocí a un hombre que cayó en las redes de esta maldición —explicó el jefe de los que-shu—. Su final fue espantoso, se despeñó por un barranco al huir de unas criaturas malignas que existían en su mente.
—Debería quedarme. —El semielfo recapacitaba en voz alta.
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