—Son de Tasslehoff —dijo, sintiendo el corazón estrujado por el miedo—. Pero ¿dónde está él? Jamás se habría marchado dejándose sus mapas.
—¡Tas! —llamó Usha al tiempo que buscaba en derredor—. ¡Palin, mira! Aqui está su jupak. Está... está tirada sobre un montón de plumas de gallina.
Palin apartó las plumas, y allí, debajo de ellas y de la jupak, había un pañuelo con las iniciales «FB», una cucharilla de plata (de manufactura y diseño elfos), y una daga manchada de sangre.
—¡Ha muerto! —sollozó Usha—. Jamás se habría marchado dejándose su cuchara!
Palin alzó la vista hacia la calzada, una calzada que corría, anhelante, hasta unirse a otra calzada, y a otra después, confluyendo, bifurcándose, pero siempre siguiendo adelante, yendo a todas partes, sólo para conducir, al final, de vuelta a casa.
De repente la calzada se volvió un manchón borroso ante sus ojos llorosos.
—Sólo puede haber un motivo para que Tas haya dejado atrás sus más preciadas posesiones —dijo suavemente—. Ha encontrado algo más interesante.
La mansa lluvia dejó de caer, y el día gris dio paso a la oscura noche. Las extrañas estrellas despuntaron, esparcidas por el firmamento como un puñado de piedras adivinatorias arrojadas sobre un paño negro. La pálida e indiferente luna salió, alumbrándoles el camino.
Palin alzó la vista hacia las estrellas, a la solitaria luna. Se estremeció, bajó la mirada y se encontró con los dorados ojos de Raistlin.
—¡Tío! —dijo el joven, alegre, aunque un poco incómodo.
El bastón ya no le servía de apoyo, sino que era pesado e incómodo de llevar. No entendía qué andaba mal.
—¿Has venido para quedarte con nosotros ahora que la guerra ha terminado? Ha terminado, ¿verdad? —preguntó, anhelante.
—Ésta sí —repuso Raistlin secamente—. Habrá otras, pero no me conciernen. Y no, no he venido para quedarme. Estoy cansado, y volveré a mi largo sueño. Simplemente hice un alto en mi camino para despedirme.
—¿Tienes que marcharte? —Palin miraba a su tío con expresión decepcionada—. Todavía me queda mucho que aprender.
—Eso es verdad, sobrino. Lo será hasta el día de tu muerte, incluso si para entonces eres muy viejo. ¿Qué pasa con el bastón? Lo sostienes como si te hiciera daño tocarlo.
—Le ocurre algo —contestó Palin con creciente temor; temor de lo que suponía, sospechaba, pero no sabía.
—Dámelo —dijo Raistlin suavemente.
El joven le tendió el cayado con una inesperada renuencia.
Raistlin lo cogió y lo contempló con admiración. Su delgada mano acarició la madera.
— Shirak —susurró.
La luz del bastón se encendió, pero después el brillo empezó a debilitarse, parpadeó y se apagó.
Palin miró el cayado, consternado, y a continuación alzó la vista hacia la solitaria luna. El miedo le estrujaba el corazón.
—¿Qué está ocurriendo? —gritó, aterrado.
—Oh, tal vez yo pueda responderte a eso, jovencito.
Un viejo hechicero, vestido con una túnica parda y tocado con un sombrero astroso que tenía la punta rota, se acercaba por la calzada de la dirección donde estaba la posada El Ultimo Hogar. El hechicero se limpió la boca con el reverso de la mano.
—Buena cerveza —lo oyeron comentar—. Una de las mejores cosechas de Caramon. Será un año excelente. —Suspirando, sacudió la cabeza—. Ah, voy a echar de menos eso.
—Saludos, anciano —dijo Raistlin, sonriente, apoyándose en el bastón.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Es eso algún tipo de comentario sobre mi edad? —El hechicero lo miraba con expresión furibunda por debajo de sus espesas cejas.
Se volvió hacia Palin, reparó en el pañuelo del kender, que el joven había metido debajo de su cinturón, y se le erizó la barba.
—¡Eso es mío! —chilló al tiempo que alargaba la mano hacia el pañuelo. Tras recuperarlo, se lo mostró—. Aquí están mis iniciales, «FB». Significan... Mmmmmm. Fesbun. No, no es eso. Fazbin. No, tampoco...
—Fizban —dijo Palin.
—¿Dónde? —El anciano giró rápidamente—. Ese puñetero siempre me está siguiendo.
—¡Fizban! —Usha lo miraba de hito en hito—. ¡Os conozco! ¡Prot me lo contó! ¡En realidad sois Paladine!
—No sé quién es ése —manifestó el anciano, malhumorado—. ¡La gente siempre nos está confundiendo a los dos, pero yo soy mucho mejor parecido que él!
—¡No estáis muerto! —exclamó Palin con alivio—. Caos dijo que sí. Es decir, que Paladine había muerto.
Fizban tuvo que hacer una corta pausa para considerar el asunto.
—Pues no, creo que no lo estoy. —Frunció el entrecejo—. No me dejasteis entre un montón de plumas de gallina otra vez, ¿verdad?
Palin se sintió reconfortado, alegre, olvidados sus temores.
—Señor, contadnos lo que ha ocurrido. Ganamos, ¿verdad? ¿Caos fue derrotado?
Fizban sonrió. Su expresión aturdida se borró dejando la de un rostro envejecido, benigno, triste, pesaroso, pero triunfante.
—Fue derrotado, hijo mío. Pero no destruido. El Padre de Todo y de Nada no podría ser destruido jamás. Lo obligasteis a abandonar este mundo. Accedió a hacerlo, pero a un alto precio. Dejará Krynn, pero sus hijos también tienen que marcharse.
—No... no os vais, ¿verdad? —gritó Usha—. ¡No podéis!
—Los otros ya han partido —repuso Fizban en tono quedo—. Yo vine para daros las gracias y —volvió a suspirar— a tomar una última jarra de cerveza con mis amigos.
—¡No podéis hacer esto! —dijo Palin, aturdido, incrédulo—. ¿Cómo podéis abandonarnos?
—Hacemos este sacrificio para salvar la creación que amamos, hijo mío —respondió Fizban. Su mirada fue hacia los cuerpos de los caballeros, al pañuelo que tenía en la mano—. Igual que ellos se sacrificaron para salvar lo que amaban.
—¡No lo entiendo! —musitó Palin, angustiado—. ¿Y qué pasa con el bastón? ¿Y mi magia? —Se llevó la mano al corazón—. Ya no la siento dentro de mí.
Raistlin puso su mano sobre el hombro de Palin.
—Una vez dije que llegarías a ser el mago más grande de todos los tiempos —dijo—. Cumpliste mi vaticinio, sobrino. Ni siquiera el propio Magius fue capaz de ejecutar ese hechizo. Estoy orgulloso de ti.
—Pero el libro se ha destruido...
—No importa —le aseguró Raistlin, que se encogió de hombros—. ¿Verdad que no, sobrino?
Palin lo miro fijamente, sin comprender todavía. El sentido de lo que le decía su tío llegó de repente, clavándosele en el alma.
—Ya no queda magia en el mundo... —balbució.
—No como la conoces. Puede que haya otra magia. De ti depende descubrirla —le dijo Fizban dulcemente—. Ahora comienza lo que se conocerá en Krynn como la Era de los Mortales. Creo que será la última. La última, la más larga, y, quizá, la mejor. Adiós, hijo mío. Adiós, hija mía. —Fizban les estrechó las manos, y después se volvió hacia Raistlin.
»Bueno, ¿vienes o no? No dispongo de todo el día, ¿sabes? Tengo que construir otro mundo. Veamos, ¿cómo se hacía? Se cogía un poco de tierra y se mezclaba con una pizca de guano de murciélago...
—Adiós, Palin. Cuida de tus padres. —Raistlin se volvió hacia Usha—. Adiós, Hija de los Irdas. No sólo estuviste a la altura de los tuyos, sino que los redimiste. —Miró de reojo al abatido Palin—. ¿Le has dicho ya la verdad? Creo que eso lo animaría considerablemente.
—Todavía no, pero lo haré —contestó Usha—. Lo prometo, tío —añadió tímidamente.
—Adiós —volvió a decir Raistlin, sonriente.
Apoyándose en el bastón, él y Fizban dieron media vuelta y echaron a andar por el campo, donde yacían los muertos.
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