Robert Jordan - Encrucijada en el crepúsculo

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Encrucijada en el crepúsculo: краткое содержание, описание и аннотация

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Mat Cauthon huye con la hija de las Nueve Lunas mientras la Sombra y el imperio seanchan emprenden una persecución implacable. Por su parte, las Aes Sedai sienten un inmenso flujo de Poder en un lejano paraje del oeste y temen que sea obra de los Renegados o incluso de la propia Sombra.
La heredera del Trono de Andor, rodeada de enemigos y de amigos siniestros que planean su destrucción, puede caer en manos de la Sombra y arrastrar consigo al Dragón Renacido, y Egwene al’Vere pone sitio al centro de poder Aes Sedai, pero ha de vencer con rapidez para evitar que los Asha’man sean los únicos capaces de defender el mundo del Oscuro.
Tras limpiar la mitad masculina de la Fuente Verdadera, Rand al’Thor se ve obligado a correr grandes riesgos sin saber con certeza quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos.

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—Taim dio la orden —argumentó Logain con un aire de fría incomodidad al tener que dar explicaciones delante de otros. Un repentino relámpago se descargó cerca de la casa y alumbró su rostro en un cárdeno juego de luz y sombras, dándole el aspecto de una lóbrega máscara de oscuridad—. Di por sentado que la orden provenía de vos. —Sus ojos se desviaron fugazmente hacia Bashere y sus labios se apretaron—. Taim hace muchas cosas que la gente piensa que son instrucciones vuestras —prosiguió de mala gana—, pero tiene sus propios planes. Flinn, Narishma y Manfor están en la lista de desertores, como todos los Asha’man que escogisteis para que se quedaran con vos. Y tiene un círculo de veinte o treinta hombres que mantiene a su lado y a los que entrena en privado. Todos los hombres que llevan el dragón en la chaqueta pertenecen a ese grupo excepto yo, y habría impedido que lo tuviera de haberse atrevido. Sea lo que sea lo que hayáis estado haciendo, es hora de que volváis los ojos hacia la Torre Negra antes de que Taim la divida más de lo que está la Torre Blanca. Si lo hace, descubriréis que la mayor parte es leal a él, no a vos. A él lo conocen. A vos, la mayoría nunca os ha visto.

Rand se bajó las mangas con gesto irritado y se dejó caer en una silla. Lo que había estado haciendo no era asunto de Logain. El hombre sabía que el saidin estaba limpio, pero no podía creer que la limpieza fuera obra de Rand ni de ningún hombre. ¿Acaso pensaba que el Creador había decidido tender una mano misericordiosa después de tres mil años de padecer esa mácula? El Creador había creado el mundo y después había dejado que la humanidad hiciera de él lo que quisiera, un paraíso o la Fosa de la Perdición, a su elección. El Creador había dado vida a muchos mundos, observando cómo florecían o morían, sin dejar de crear un sinfín de mundos más. Un jardinero no lloraba por cada flor que se deshojaba.

Por un instante pensó que esas reflexiones debían de ser de Lews Therin. Él nunca había pensado de ese modo sobre el Creador ni sobre nada, que recordara. Pero podía sentir a Lews Therin asintiendo en conformidad al escuchar las palabras de otro. Aun así, no era el tipo de reflexión que habría hecho antes de aparecer Lews Therin. ¿Cuánto espacio restaba entre ambos?

—Taim tendrá que esperar —dijo cansinamente. ¿Cuánto tiempo podría esperar Taim? Le sorprendió que Lews Therin no se pusiera a bramar enfurecido instándolo a matar a ese hombre. Ojalá esa falta de reacción lo hubiera hecho sentirse mejor—. ¿Viniste sólo para asegurarte de que Logain llegaba sano y salvo ante mí, Bashere, o para contarme que alguien había apuñalado a Dobraine? ¿O tienes también alguna tarea urgente para mí?

Bashere enarcó una ceja ante el tono de Rand y apretó los dientes al mirar a Logain, pero al cabo de un momento resopló con tanta fuerza que el espeso bigote tendría que haberse agitado.

—Dos hombres registraron mi tienda —dijo mientras dejaba la copa de vino en una mesa azul que había contra la pared—. Uno llevaba una nota que hasta yo habría jurado que estaba escrita de mi puño y letra de no saber que no lo había hecho. Era para llevarse «ciertos objetos». Loial me ha dicho que el tipo que acuchilló a Dobraine tenía el mismo tipo de nota, también escrita aparentemente por Dobraine. Hasta un ciego vería qué iban buscando con sólo pensarlo un poco. Dobraine y yo somos los candidatos más probables para que os guardáramos los sellos. Tenéis tres, y decís que otros tres se han roto. Quizá la Sombra sabe dónde está el séptimo.

Loial había dejado de mirar el fuego y se había dado la vuelta a medida que el saldaenino hablaba, rígidas las orejas.

—Eso es muy serio, Rand —saltó en ese momento—. Si alguien rompe los sellos de la prisión del Oscuro o quizá sólo uno o dos más, el Oscuro podría liberarse. ¡Ni siquiera tú puedes enfrentarte a él! Quiero decir que sé lo que las Profecías dicen de ti, pero eso tiene que ser un modo figurado de hablar.

Hasta Logain parecía preocupado, y sus ojos estudiaban a Rand como midiendo sus posibilidades en un enfrentamiento con el Oscuro. Rand se recostó en la silla, cuidando de no dejar ver su cansancio. Los sellos de la prisión del Oscuro por un lado y Taim dividiendo a los Asha’man por otro. ¿Se habría roto ya el séptimo sello? ¿Empezaba ya la Sombra a hacer sus primeros movimientos de la Última Batalla?

—Una vez me dijiste algo, Bashere. Si tu enemigo te ofrece dos blancos…

—Ataca a un tercero —finalizó prontamente Bashere, y Rand asintió. De todos modos, ya había tomado una decisión. Los truenos hicieron temblar los cristales de las ventanas. La tormenta estaba cobrando fuerza.

—No puedo luchar contra la Sombra y contra los seanchan a la vez. Voy a enviaros a los tres a acordar una tregua con los seanchan.

La estupefacción dejó mudos a Bashere y a Logain. Hasta que empezaron a discutir, quitándose la palabra. Loial, simplemente, parecía a punto de desmayarse.

Elza no podía quedarse quieta mientras Fearil informaba lo que había ocurrido desde que ella se había marchado de Cairhien sin él. No era la áspera voz del hombre lo que la irritaba. Odiaba los relámpagos y habría querido ser capaz de aislar el cuarto con una salvaguardia para no verlos a través de las ventanas del mismo modo que lo había aislado contra oídos indiscretos. A nadie le parecería extraño su deseo de intimidad, ya que había pasado veinte años convenciendo a todo el mundo de que estaba casada con el hombre de cabello claro. A despecho de su voz, Fearil era el tipo de hombre con el que una mujer se casaría, alto y delgado y muy guapo. El gesto duro de su boca hacía más atractivo su rostro, a decir verdad. Por supuesto, a alguien le podría parecer curioso el hecho de que nunca hubiera tenido más de un Guardián a la vez si se paraba a pensarlo. Resultaba difícil dar con un hombre que tuviera las condiciones requeridas, pero quizá debería empezar a buscarlo. La luz de otro relámpago volvió a iluminar la ventana.

—Sí, sí, vale —lo interrumpió finalmente—. Hiciste lo correcto, Fearil. Habría resultado chocante que fueras el único que se negara a encontrar a su Aes Sedai.

Una sensación de alivio surgió a través del vínculo. Era muy estricta con sus órdenes, y aunque el hombre sabía que no podía matarlo —o que no debería, al menos—, para castigarlo sólo tenía que enmascarar el vínculo y así no compartiría su dolor; y también una salvaguardia para que no se oyeran sus gritos. Le desagradaban los gritos casi tanto como los relámpagos.

—Es mejor que estés conmigo —añadió. Lástima que las salvajes Aiel retuvieran todavía a Fera, aunque tendría que interrogar a la Blanca para que explicara exactamente por qué había prestado el juramento antes de confiar en ella. Hasta el viaje a Cairhien no supo que compartía algo con Fera. Una verdadera lástima no estar con ninguna hermana de su núcleo, pero sólo la habían enviado a ella a Cairhien, y al igual que Fearil no cuestionaba las órdenes, tampoco ella cuestionaba las que le daban—. Me parece que unas cuantas personas van a tener que morir muy pronto. —Tan pronto como decidiera quiénes. Fearil inclinó la cabeza y una sacudida de placer llegó a través del vínculo. Le gustaba matar—. Entretanto, matarás a cualquiera que amenace al Dragón Renacido. A cualquiera.

Después de todo, era algo que había entendido con meridiana claridad mientras las salvajes la tuvieron cautiva. El Dragón Renacido tenía que llegar vivo a la Última Batalla, pues si no, ¿cómo iba a derrotarlo allí el Gran Señor?

25

Cuándo llevar puestas joyas

Perrin paseaba impacientemente arriba y abajo por las alfombras de flores que cubrían el piso de la tienda, rebullendo con incomodidad bajo la chaqueta de seda verde oscura que rara vez se ponía desde que Faile había encargado que se la hicieran. Su mujer decía que el complejo bordado de plata hacía resaltar sus hombros, pero el ancho cinturón de cuero del que colgaba el hacha a un costado, el primero tan sencillo como la segunda, sólo resaltaba que era un estúpido que se daba aires. De vez en cuando se ajustaba los guantes de un tirón o lanzaba miradas iracundas a su capa forrada de piel, colocada sobre el respaldo de una silla, lista para que se la pusiera. En dos ocasiones, sacó una hoja de papel de su manga y la desdobló para estudiar el croquis de Malden mientras paseaba. Ésa era la ciudad donde estaba prisionera Faile.

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