—¿Qué dijeron los Mayores, Loial?
En lugar de responder de inmediato, Loial miró a Min como si buscase ánimo o apoyo. Sentada en un sillón, cruzada de piernas, la muchacha le sonrió y asintió, y el Ogier suspiró hondo, un sonido como el del viento soplando por profundas cavernas.
—Karldin y yo visitamos todos los steddings , Rand. Todos menos el de Shangtai, por supuesto. No podía ir allí, pero dejé un mensaje en todos los sitios que visité, y Daiting no está muy lejos de Shangtai. Alguien lo llevará allí. El Gran Tocón se reúne en Shangtai y eso atraerá multitudes. Ésta es la primera vez que se convoca un Gran Tocón en un milenio, desde que los humanos lucharon en la Guerra de los Cien Años, y le tocaba el turno a Shangtai. Tienen que estar considerando algo muy importante, pero nadie me dijo la razón de que se convocara. No te cuentan nada sobre un Tocón hasta que tienes barba —rezongó mientras se toqueteaba el asomo de bozo en la ancha barbilla. Por lo visto pensaba remediar esa falta, aunque no era muy seguro que lo consiguiera. Loial había cumplido los noventa años, pero para la raza Ogier seguía siendo un jovencito.
—¿Y los Mayores? —inquirió pacientemente Rand.
Había que ser paciente con Loial; con cualquier Ogier. No veían el tiempo como los humanos —entre humanos ¿a quién se le ocurriría pensar de quién era el turno al cabo de mil años?—, y Loial tendía a extenderse largo y tendido en cuanto tenía ocasión. Muy largo y tendido.
El Ogier agitó las orejas y lanzó otra ojeada a Min; recibió a cambio una sonrisa de ánimo.
—Bueno, como decía, visité todos los steddings excepto Shangtai. Karldin no quiso entrar en ellos. Prefería dormir todas las noches al raso, debajo de unas matas, que quedarse aislado del Poder un solo minuto. —Rand no dijo nada, pero Loial alzó las manos de las rodillas con las palmas hacia él, como si su amigo lo hubiera apremiado—. Ya voy a ello, Rand. Ya voy. Hice lo que pude, pero ignoro si fue suficiente. En los steddings de las Tierras Fronterizas me dijeron que volviera a casa y dejara esos asuntos a personas más sabias y maduras. Lo mismo ocurrió en Shadoon y Mardoon, en la Costa de las Sombras. Los otros steddings aceptaron vigilar las puertas de los Atajos. Me temo que no creen realmente que haya peligro, pero accedieron, así que puedes contar con que estarán controladas. Y estoy seguro de que alguien llevará el recado a Shangtai. A los Mayores de Shangtai nunca les gustó tener una puerta a los Atajos justo fuera del stedding . Debo de haber oído decir cien veces al Mayor Haman que era peligroso. Sé que estarán de acuerdo en tenerla vigilada.
Rand asintió lentamente. Los Ogier nunca mentían, o al menos los pocos que lo habían intentado lo hacían tan mal que rara vez lo intentaban por segunda vez. La palabra de un Ogier se tomaba tan en serio como el juramento prestado por cualquier otra persona. Las puertas a las Atajos estarían estrechamente vigiladas. A excepción de las que había en las Tierras Fronterizas y en las montañas al sur de Amadicia y de Tarabon. Se podía viajar, de una puerta a otra, desde la Columna Vertebral del Mundo hasta el Océano Aricio, desde las Tierras Fronterizas hasta el Mar de las Tormentas, todo por un mundo extraño que de algún modo parecía encontrarse al margen del tiempo, o quizá paralelo a éste. Una marcha de dos días por los Atajos podía conducir a doscientos kilómetros o a mil, dependiendo de los caminos que se escogieran. Y si se estaba dispuesto a correr los riesgos que implicaba. En los Atajos era fácil morir, o algo peor. Los Atajos se habían vuelto oscuros y corruptos hacía mucho tiempo. Sin embargo eso no les importaba a los trollocs, al menos cuando los Myrddraal los empujaban a hacerlo. A los trollocs sólo les importaba matar, sobre todo cuando los dirigían los Myrddraal. Y quedarían nueve puertas a los Atajos sin vigilar, con el peligro de que cualquiera de ellas se abriera y salieran trollocs a decenas de millares. Poner cualquier tipo de guardia sin la cooperación de los steddings sería casi imposible. Mucha gente no creía en la existencia de los Ogier, y de los que sí creían, pocos querrían entrometerse en algo así sin permiso. Quizá los Asha’man estuvieran dispuestos, si hubiera suficientes en los que pudiera confiar.
De repente se dio cuenta de que no era el único que estaba cansado. A Loial se le veía demacrado, extenuado. Su chaqueta aparecía arrugada y le quedaba floja. Para un Ogier era peligroso pasar demasiado tiempo fuera de los steddings y Loial había dejado su casa hacía sus buenos cinco años. Quizás esas visitas breves durante los últimos meses no habían sido suficiente para él.
—Tal vez deberías volver a casa ya, Loial. El stedding Shangtai se encuentra sólo a unos días de aquí.
La silla de Loial crujió de forma alarmante cuando el Ogier dio un brinco de sobresalto. También sus orejas se levantaron de golpe, en un gesto de alarma.
—Mi madre estará allí, Rand. Es una Oradora famosa. Nunca se perdería un Gran Tocón.
—No puede haber regresado aún desde Dos Ríos —le contestó Rand. Supuestamente, la madre de Loial también era una buena andarina, pero hasta para los Ogier había límites.
—No conoces a mi madre —murmuró Loial como un tambor redoblando sombrío—. Y todavía llevará a remolque a Erith. Seguro que sí.
Min se inclinó hacia el Ogier con un brillo peligroso en los ojos.
—Por la forma en que hablas de Erith sé que quieres casarte con ella, así que ¿por qué huyes de ella?
Rand la observó desde la chimenea. Matrimonio. Aviendha daba por sentado que se casaría con ella y también con Elayne y Min, al estilo Aiel. Por lo visto Elayne pensaba lo mismo, por extraño que pudiera parecer. Al menos es lo que él creía. ¿Y qué pensaba Min? Nunca lo había dicho. Jamás tendría que haberlas dejado que lo vincularan. El vínculo las sumiría en un intenso dolor cuando él muriera.
Ahora las orejas de Loial se agitaron con precaución. Esas orejas eran una de las cosas por las que los Ogier resultaban unos malos mentirosos. Loial hizo gestos apaciguadores, como si la joven fuera más grande que él.
—Bueno, sí, quiero casarme con ella, Min. Por supuesto que sí. Erith es preciosa, y muy perceptiva. ¿Te he contado alguna vez con qué atención me escucha cuando explico…? Sí, claro que te lo he contado. Se lo cuento a todo el mundo que conozco. Quiero casarme con ella. Pero todavía no. No es como con vosotros, los humanos, Min. Tú haces todo lo que te pide Rand. Erith querrá que me establezca y me quede en casa. Las esposas Ogier nunca dejan que sus maridos vayan a ninguna parte ni hagan nada si ello significa salir del stedding más de unos cuantos días. Tengo que terminar mi libro, ¿y cómo voy a hacerlo si no veo lo que Rand hace? Seguro que ha hecho un montón de cosas desde que partí de Cairhien y sé que nunca podré escribirlo bien. Erith no lo entendería. Min, ¿estás enfadada conmigo?
—¿Qué te hace pensar que estoy enfadada?
Loial suspiró sonoramente y con un alivio tan evidente que Rand lo miró de hito en hito. ¡Luz, el Ogier creía de verdad que ella había dicho en serio que no estaba enfadada! Rand era consciente de ir a tientas en lo tocante a mujeres, incluso con Min —quizás especialmente con ella—, pero Loial haría bien en aprender mucho más de lo que sabía antes de casarse con su querida Erith. En caso contrario, ésta acabaría desollándolo como a una cabra enferma. Lo mejor sería sacarlo de la habitación antes de que Min hiciera el trabajo de Erith por ella. Rand carraspeó.
—Piensa en ello durante la noche, Loial —dijo—. Quizás hayas cambiado de opinión por la mañana. —Una parte de él esperaba que Loial lo hiciera. El Ogier llevaba mucho tiempo fuera de casa. Otra parte de él, sin embargo… Podía utilizar a Loial si lo que Alivia le había contado de los seanchan era verdad. A veces se daba asco a sí mismo—. En cualquier caso, ahora tengo que hablar con Bashere. Y con Logain. —Su boca se tensó al pronunciar el nombre. ¿Qué hacía Logain vestido con la chaqueta negra de Asha’man ?
Читать дальше