Juan Aguilera - El refugio

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2024 d.C.: Un heterodoxo arqueólogo jesuita descubre en Marte los ruinas de una civilización desaparecida.
2029 d.C.: Sobre el lecho seco del mar de Aral, en el centro de la meseta de Ustyurt, aparece una forma de vida vegetal no terrestre.
2034 d.C.: Una inimaginable catástrofe cósmica se abate sobre la Tierra.
2039 d.C.: La humanidad diezmada se esfuerza en salir adelante, mientras una expedición espacial parte en busca de los culpables del Exterminio. En el curso de su viaje descubrirá una amenaza que empezó millones de años atrás.

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Lenov indicó a Susana que estaban listos, y empezaron los zarándeos.

Uno muy fuerte, cuando el aparato atravesó la burbuja de fuerza.

Después, una violenta aceleración y una sensación de caída. Se ha desprendido del globo, adivinó el ruso.

El aparato se estremeció como si lo hubieran dejado caer desde gran altura, y Lenov sintió que la vibración del motor sacudía hasta el tuétano de sus huesos. Apenas podía respirar, su hígado presionando contra su diafragma… La aceleración duró algo más de cinco minutos, y repentinamente, antes de perder de nuevo el conocimiento, sintió que estaban en ingravidez.

32

Lenov estaba en la enfermería de la Hoshikaze, tumbado boca abajo, sin otro acompañamiento que media docena de camas vacías. Tenía un pequeño televisor ante su barbilla. Contemplaba un concurso, grabado años atrás, en el que las víctimas, disfrazadas de elefantes, tenían que atravesar una especie de arenas movedizas. De vez en cuando salían unas chicas vestidas con muchas plumas. No logró enterarse de qué función cumplían en la marcha del programa.

– ¿Cómo te encuentras hoy? -oyó a Susana tras él. Alzó la vista; le alegraba tener compañía.

– Bastante bien, con ganas de levantarme. Esta postura no es demasiado cómoda.

– Es una desventaja de la gravedad. Me temo que vas a tener que reunir algo de paciencia. -Ya lo sé.

– ¿Sabes lo del padre Álvaro?

– Sí, Shikibu me lo contó. Es terrible, ¿qué explicación puede tener un acto así por parte de alguien como Álvaro?

– No lo sé. La realidad resulta demasiado dura para algunos…

Lenov miró desalentado la pantallita. Un individuo vestido de arlequín remaba en barca en una gigantesca cisterna de WC, diciendo algo sobre gérmenes.

– Aún no te he dado las gracias por lo que hiciste por mí -dijo volviéndose hacia ella.

– También lo hice por Semi -replicó Susana rápidamente.

Demasiado rápidamente, parecía una respuesta preparada. La etóloga acercó una silla y se sentó.

Lenov pensó qué clase de experiencia habría vivido en Júpiter. Apenas habló de ella, pero debió de ser muy perturbadora.

– Claro -dijo al fin-. Gracias por la parte que me toca. -¿Cómo van los injertos?

– Bien… creo. Fernández dice que tardarán una semana en afianzarse -contestó él torciendo el gesto.

Podía imaginar heridas más dignas para exhibir. Habían tenido que reemplazarle dos grandes discos de piel congelada en el nalgatorio, allí donde había permanecido en contacto con el helado suelo.

– Quería darte las gracias por las muestras biológicas. -¿Qué muestras biológicas? -La hierba que trajiste en los zapatos… -¡Oh! ¿Te ha sido útil? -Lenov apagó la pantalla. -Mucho. Tenemos reunión dentro de una hora y después transmitiremos la información a Marte. Pero antes quería contrastar contigo lo que voy a decirles. Creo que es justo, eres parte del equipo, y el hecho de que estés hospitalizado no…

– Gracias. -Lenov nunca hubiera imaginado que a ella pudiera interesarle su criterio-. ¿Tienes idea de qué eran esas cosas?

Ella permaneció un rato pensando, como escogiendo las palabras.

– ¿Sabes lo que es un agnato?

– No.

– Un pez sin mandíbulas de la Era Primaria. Período Ordovícico. Habitaron los mares de la Tierra hace quinientos millones de años.

– Ah…

– Esas criaturas eran una versión gigantesca de los agnatos -dijo Susana-. Obtuve muestras de su ADN mientras me transportaban. Existe una relación directa de esas criaturas con los vertebrados de la Tierra. Están mucho más cerca de nosotros que las criaturas que hallamos en el cometa.

– ¿Has dicho el… Ordovícico?

Lenov no era un hombre culto, y aquella situación le superaba ampliamente.

– En esa época, toda la vida se concentraba en el mar -le explicó Susana-. En tierra seca, no había ni un miserable Herbajo.

»Era un misterio sin resolver. Los vertebrados aparecieron hace unos quinientos millones de años. Súbitamente. Nunca encontramos los eslabones que los unían con el resto del árbol filogenético. La rama de los vertebrados se corta hacia el Ordovícico. Antes de los agnatos, no existe nada más parecido a nosotros que un erizo de mar…

El ruso tenía el aspecto del que ha tragado un bocado que no puede deglutir.

– No entiendo nada. Lo siento, yo…

– Quería preguntarte algo.

– Dime.

– ¿Crees que esas cosas que encontramos ahí abajo eran inteligentes?

Lenov meditó antes de responder.

– No lo creo.

– No lo crees, ¿por qué?

– Es difícil de precisar. Me ayudaron, sí, pero luego nos dejaron a Semi y a mi abandonados en ese lugar. No podían saber que ibais a ser tan locos como para intentar rescatarnos, y sin embargo ellos se contentaron con dejarnos varados. No me pareció una actitud muy inteligente. Habríamos muerto en pocas horas, y ellos se olvidaron de nosotros. Es únicamente una sensación, claro, me pareció que actuaban por instinto. Sin embargo, construyeron cosas como esas islas flotantes, por lo que deberían ser inteligentes… ¿Crees que la inteligencia se puede perder?

Susana meditó.

– En un medio como ese, quizá sí. La inteligencia es una respuesta a los desafíos del medio. Esa isla flotante… podría ser otro tipo de máquina biológica. Quizá se reproducen y se mantienen sin ayuda alguna.

– Sí, es posible. En cualquier caso, inteligentes o no, es indudable que no sienten el más mínimo interés por nosotros. No han respondido a nuestros intentos de comunicación.

Susana suspiró. Subió los pies al asiento y se rodeó las piernas con los brazos.

– Sí lo han hecho -dijo.

– ¿Qué?

– Se comunicaron conmigo. Creo. Mientras pilotaba el Cousteau.

– ¿Estás segura?

– Eso es lo malo, que no puedo estarlo… fue una experiencia extraña, creo que ellos me hablaron, gracias a mis sentidos de delfín, de alguna forma que no puedo recordar…

Lenov la miró interesado.

– ¿Hablaron contigo?

– Es difícil de explicar… Eran como imágenes, sensaciones…

– ¿Telepatía?

– No, no lo creo. Más bien un mensaje codificado en una multitud de canales. Como un poema en el que la temperatura, y el olor del ambiente, definieran algunas estrofas… No sé si me entiendes.

– La verdad es que no. Suena muy extraño.

– Me hago cargo.

– ¿Recuerdas algo en concreto?

– Vi como los… Primigenios ocupaban la nube de Oort en los tiempos en que el Sistema Solar aún estaba en proceso de formación.

– ¿Primigenios?

– Los he llamado así. Son una forma de vida casi incomprensible para nosotros… -Susana cerró los ojos, y se esforzó en recordar-. Habitantes del frío y la oscuridad… Quizá nacieron en algún gran cuerpo cometario. Aquellas primeras criaturas evolucionaron, y con el tiempo desarrollaron la inteligencia.

»Los Primigenios viven dondequiera que hayan cuerpos formados por hielo. Sus vidas son muy, muy largas y su metabolismo muy lento.

»Una de estas criaturas, o una familia de ellas, emigró al Sistema Solar exterior, crearon anillos de hielo en torno a los cuatro gigantes gaseosos, una reproducción exacta de su hábitat natural.

Observó a Lenov. El hombre absorbía sus palabras hasta la última sílaba.

– Esta criatura -continuó ella-, podemos llamarle Taawatu, tal y como quería Markus, se dedicó a experimentar. Gracias a su capacidad para alterar a voluntad su propio genoma, logró adaptarse a vivir en los planetas interiores…

»Taawatu había descubierto que la vida progresaba con rapidez en los mundos cálidos y con agua. Era natural, ya que disponían de energía solar en abundancia. Con ello, y con su increíble plasticidad adaptativa, no habría límite a sus posibilidades. En un plazo de pocos millones de años, se transformó en las criaturas que poblaron la antigua Tierra, Venus y Marte.

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