Una conversación entre dos hombres se interpuso, silenciando la música. Paseaban por la calle frente al palacio y hablaban en náhuatl , por lo que no podía entenderlos, pero sus palabras le llegaban con nitidez… De repente pudo verlos, como si estuviera junto a ellos. Dos mexica jóvenes conversaban con gestos contenidos y sin apenas mover los brazos. De la espalda de cada uno de ellos surgía un largo tentáculo por el que circulaban partículas brillantes a gran velocidad…
Lisán dio un respingo y se golpeó en la cabeza contra el muro estucado cuando intentó apartarse de ellos. Seguía sobre la terraza, en la misma posición, pero ahora descubrió que estaba en el interior de una bolsa gelatinosa y brillante, recorrida por miríadas de motas luminosas. Un tentáculo estaba prendido al único orificio de la membrana que lo envolvía y parecía querer absorberlo, como si un gigante chupara con fuerza desde el otro extremo de aquel tubo. Intentó sujetarse, pero no tenía donde clavar los dedos en el interior de aquella especie de placenta viscosa.
Al final lo tragó. El andalusí gritó desesperado mientras recorría el tubo velozmente, con la cabeza por delante. Era tan estrecho que se iba deformando a su paso para darle cabida a su cuerpo. Al cabo de un rato, el tentáculo lo escupió y fue a caer desde una gran altura sobre un caldo pegajoso y brillante. Se hundió por un momento y logró ganar la superficie. Chapoteó. No era difícil flotar en él, pues su densidad era muy alta. Tomó un puñado con la mano y, al mirarlo más de cerca, comprobó que aquel fluido estaba formado por una inmensa masa de partículas luminosas que vibraban y se movían dotadas de la apariencia de la vida.
Y descubrió algo horroroso: ¡su cuerpo se estaba disolviendo en él!
Sus manos, sus brazos, sus piernas se estaban descomponiendo en aquellas motas de luz, y huían en todas las direcciones para fundirse con el magma que lo rodeaba. Miró a su alrededor desesperado, buscando una manera de salir de allí.
Una embarcación navegaba a través de aquel océano inconcebible y se dirigía hacia donde él estaba. Su cubierta parecía una selva de mástiles con todas sus velas desplegadas, y su afilado casco brillaba como hecho de oro. Cuando estuvo más cerca, Lisán apreció más detalles. El casco estaba cubierto por escamas metálicas, de modo que se asemejaba al vientre de un pez dorado. Y en su proa viajaba un hombre muy alto, con el rostro cubierto por una tupida barba gris.
– Talos… -Su voz fue apenas un murmullo desabrido, como si sus cuerdas vocales también se estuvieran diluyendo.
Alguien lanzó un cabo y Lisán logró sujetarse con fuerza a él. Fue arrastrado un trecho, hasta que reunió la fuerza suficiente para trepar por aquel casco cubierto de escamas metálicas. Cruzó sobre la borda y se quedó paralizado durante un instante, contemplando cómo sobre la cubierta de aquella nave se afanaba una tripulación de espectros. Todos eran medio transparentes y a todos les faltaba algún miembro o una parte del rostro.
Lisán entrechocó sus manos para asegurarse de que su carne había recuperado parte de su solidez. Luego caminó entre aquellos fantasmas hasta la proa. El hombre que había supuesto que era Talos el Rojo se volvió hacia él y lo miró. Y Lisán reconoció aquellos ojos.
– Eres el Mujer Serpiente -musitó-. Pero… tu cuerpo es otro.
Talos asintió.
– Un cuerpo no puede durar para siempre. He habitado en el interior de muchos… Tantos que se podría poblar Tenochtitlán con todas las carcasas vacías que he ido dejando atrás.
La música había regresado. Lisán alzó la vista y comprendió al fin cuál era su origen. La cubierta azul del cielo había desaparecido y ahora podía ver las diferentes esferas de cristal que sujetaban a los astros y giraban lentamente sobre sus cabezas. El roce de las esferas contra su eje era el origen de aquella fantástica melodía.
– Todo ha sido dispuesto en los cielos, ¿no es cierto? -dijo el andalusí señalando la esfera de los cometas-. Mañana llegará el fin de todo.
– Sabes eso porque tienes algo que me pertenece.
– ¿El disco dorado? Lo siento, pero ya no está conmigo.
– Entiendo.
Talos le dio la espalda y pareció olvidarse de él, pero Lisán lo rodeó y se enfrentó de nuevo al inmortal.
– ¿Eso es todo? -dijo-. Quiero algunas respuestas, quiero saber por qué los habitantes de los mundos de hielo buscan nuestra destrucción… ¡Mírame!
Talos clavó los ojos en él, haciendo que el andalusí se arrepintiera de haber gritado.
– Te das demasiada importancia, hombrecillo -dijo-. Para los Ronceros no eres nada. Ni siquiera un fragmento de vida que merezca ser medido u observado. Ellos son seres eternos. Habitan la oscuridad helada, donde el tiempo transcurre al ritmo que marcan los astros del cielo. En su escala, tu presencia es tan breve que les cuesta aceptar que existas.
«Los Ronceros» , pensó Lisán, y una imagen del libro de Dante acudió a su mente: las almas de los perezosos se apretaban unas contra otras lejos del sol, en el infierno helado…
– Si somos tan insignificantes, ¿por qué quieren acabar con nosotros?
El ÿinn sonrió con desprecio.
– Te sigues dando una importancia que no tienes… Es a «nosotros» a quienes buscan destruir. Desde mucho antes de que tu especie viera la luz.
– ¿A vosotros? ¿Por qué?
Talos alzó la vista hacia el cielo, donde seguían girando las esferas.
– El único propósito de la vida es procesar conocimientos. La vida es sabiduría que pervive, crece y se multiplica. Cada criatura viviente es una inmensa biblioteca, siempre ávida de aumentar su contenido y almacenarlo para la próxima generación. La vida cambió este mundo para que pudiera albergar una mente capaz de aprovechar la proximidad y la energía del Sol para acelerar estos procesos. Y esa mente poderosa, a la que llamáis «chu'lel» , nos engendró a nosotros como sus órganos manipuladores. Fuimos la primera generación de seres dotados de inteligencia y voluntad que habitó la Tierra. Cuando los Ronceros se dieron cuenta de nuestra existencia, ya habíamos colonizado toda su superficie.
– ¿Y qué hicieron ellos?
– Eso es algo que ya debes de saber. Destruyeron nuestra civilización y desde entonces la guerra continúa. Han nacido otras criaturas, para habitar los mundos que existieron después del nuestro, y todas han sido exterminadas. Los Ronceros están limitados por la lentitud con que discurren sus mentes, pero son implacables y saben cómo calcular su próximo movimiento durante centenares de miles de años. Éste es el momento en el tiempo en el que están a punto de vencer, pero nosotros aún tenemos una oportunidad de sobrevivir…
– ¿Cómo?
El ÿinn sonrió como lo haría un tiburón ante su presa.
– Gracias a vosotros… a vuestra sangre… ¿Lo ves? Al final sí vais a servir para algo…
El rostro de Talos se transformó entonces en un mosaico de motas brillantes que empezaron a disgregarse como un puñado de arena arrastrada por el viento. A su alrededor, el navío de espectros también se desvaneció. Lisán extendió un brazo, como si pretendiera sujetar a Talos, pero todo fue borrado por el torbellino que lo envolvió.
Se encontraba de nuevo en la azotea del palacio mexica , sentado y con la espalda apoyada contra el muro estucado. Miró hacia el cielo y vio que el cometa seguía cruzándolo de parte a parte. Apenas había pasado unos instantes sumergido en el chu'lel… y había conseguido regresar. Estaba agotado, como si no hubiera dormido en meses.
Cerró los ojos e intentó descansar.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, Koos Ich descargó su macana contra aquel desdichado, que cayó hacia atrás con los ojos dilatados por la sorpresa y las manos apretadas contra su garganta, como si intentara contener la vida que se le escapaba a borbotones.
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